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¿Somos todavía de los nuestros?

JESÚS IBÁÑEZUn grupo de políticos e intelectuales de la órbita del socialismo gobernante realiza a partir de hoy en Jávea una reflexión sobre lo que según ellos es el porvenir de la ideología que desde octubre de 1982 ocupa el poder en España. En este artículo se mira a ese futuro desde la perspectiva de lo que es el presente del socialismo y se pasa revista a las inconsecuencias que se advierten entre la realidad y los deseos con los que se comenzó lo que llegó a llamarse el cambio.

Es un hecho admitido por casi todos que los socialistas han hecho desde el Gobierno algo diferente de lo que decían que iban a hacer desde la oposición. Hay quien ha querido dinamizar la diferencia: lo que han hecho -afirma- es lo que decían, con una leve transformación, donde ponía sí poner no (en vez de sí, no a la promoción de los derechos humanos) y viceversa (en vez de no, sí a la OTAN); donde ponía más poner menos (en vez de más, menos salarios) o viceversa (en vez de menos, más paro). Es un hecho admitido -también- que a esta desequivalencia entre lo que decían (antes) y lo que han hecho (después) respondemos con otra desequivalencia entre lo que decimos y hacemos (ahora), pues mientras casi todos decimos mal de ellos casi todos les votan y, si Suárez y/o Iglesias no lo remedian, les seguirán votando.

¿Qué pasa aquí?

La política -dicen- es "el arte de lo posible". Pero la expresión tiene dos lecturas: hay una lectura afirmadora de lo posible (la política potencia lo posible, porque las cosas son así y no pueden ser de otro modo) y una lectura negadora de lo posible (la política despotencia lo posible, las cosas son como son y no pueden ser de otro modo -no podemos hacer más, u otra cosa, de lo que hacemos-). Don Felipe González (quién se atreve ya a llamarle Felipe) ha seleccionado la lectura negadora y despotenciadora.

Hay una relación dialéctica entre el deseo y la realidad: la realidad desinfla los deseos, pero los deseos inflan la realidad (de utopía). Don Felipe González transforma esa relación en simple oposición en su parábola de la "ética ideológica" y la "ética de la responsabilidad" (que se podría condensar en el cruce de los refranes: "Vale más pájaro en mano que ciento volando" y "No es lo mismo predicar que dar trigo"). La ética ideológica responde ante el deseo, la ética de la responsabilidad responde ante la realidad. En el programa socialista para las elecciones de octubre de 1982 se entreveraban las dos éticas: la ética ideológica daba razón de la estructura superficial (del maquillaje retórico, que engranaba con el deseo de los votantes, para que así les votaran), la ética de la responsabilidad daba razón de la estructura profunda (en el programa estaba escrito en filigrana, y ahora podemos leer retrospectivamente lo que senos venía encima). El eslogan "OTAN, de entrada, no", prodigio de ambigüedad condensada -y calculada-, ilustra este entreveramiento.

La ética ideológica tiene como referente los fines, la ética de la responsabilidad, los medios. Al dar la primacía a la ética de la responsabilidad, se da primacía a los medios sobre los fines. No importa adónde vamos, sino qué deprisa vamos. No importa lo que se va a hacer desde el poder, sino estar en el poder (una vez en el poder, se verá lo que se puede hacer).

Se dicen de izquierda y hacen una política de derecha: son una derecha llamada izquierda. Porque se llaman de izquierda hay una identificación inconsciente de una parte de la izquierda. Porque son de derecha hay una identificación consciente de una parte de la derecha. Arañan votos de uno y otro margen, pero su posición es inestable: ni el inconsciente de la derecha ni la conciencia de la izquierda están con ellos.

Luego está la prepotencia. El que no está conmigo está contra mí: todo crítico es un enemigo. Prepotencia que -dice Pereña- es la reacción especular a nuestra impotencia. Se conjugan aquí lo real y lo imaginario. En lo imaginario, su muerte nos liberó del padre absoluto, pero tememos inconscientemente su retorno (¡que viene Fraga!, y cómo le cuidan). Frente al padre absoluto, los gobernantes socialistas aparecen como los hermanos mayores. "Contra Franco vivíamos mejor", el encaramos con el padre nos conjuntaba. Los hermanos mayores hacen el papel de padres buenos: los nuestros están en el poder y ya no hay nada, ni más ni mejor, que esperar. En lo real, nuestra situación es precaria, pues dependemos de su arbitrio. Marx decía a los obreros: "No tenéis nada que perder, sino vuestras cadenas" (pues su competencia productiva traspasaba con ellos la frontera de la revolución). Hoy la integración en el sistema productivo no es función de nuestra competencia sino de nuestra disponibilidad: y esto será cada vez más así, a medida en que proceda la modernización, (el desplazamiento de los seres humanos por máquinas). Trabajar es un privilegio. Todos estamos paralizados por el terror: por el discurso terrorista del poder. Si expresamos ideológicamente nuestros deseos, nos sentimos culpables: nos sentimos irresponsables (moralistas, utópicos).

Hay dos modos de entender la palabra "representantes": en el sentido de que nos representan y en el sentido de que asistimos a su representación. Probablemente, muy pocos se sienten representados por ellos como parte del partido, aunque tal ves se sientan representados como miembros del todo.

Bollos en el horno

"No está el horno para bollos", dijo una vez Carrillo. La realidad no está preñada de utopía: la política de bloques, la crisis que no cesa, la democracia vigilada. El que se mueva no sale en la foto, y no sólo porque lo fulmine Guerra. Y está la guerra del Norte, que todo lo envenena: el punto ciego de la política socialista y el único al que aplican una ética ideológica (no habrá negociación -dicen- por cuestión de principios, aunque mirando de reojo a los poderes fácticos). Es cierto que en un sistema capitalista no se puede hacer desde el Gobierno una política que no sea capitalista. Pero este sistema es cada vez menos satisfactorio. Cambiar la dirección de nuestra marcha es necesario, pero es imposible (con las actuales reglas de juego). Cuando algo es necesario e imposible hay que cambiar las reglas de juego.

La propuesta socialista hace agua por el flanco ideológico, pero es sólida -la única sólida- por el flanco de la responsabilidad. Es el único proyecto calculado de futuro, aunque ese futuro sea un presente repetido. Hay alternativas ideológicas, no hay alternativas responsables. En las elecciones de junio de 1986 apunta la emergencia de otros proyectos: el del CDS por la derecha (una derecha progresista que ha reforzado su flanco ideológico: recogiendo reivindicaciones utópicas), el de Izquierda Unida por la izquierda (que tiene que reforzar su flanco de responsabilidad, poniendo en juego una praxis que excave lo posible en lo real -ni demagógica, ni sectaria-). No son, a corto plazo, proyectos alternativos sino complementarios. Nadie piensa en serio desde la izquierda en un Gobierno de progreso que no sea socialista o incluya a los socialistas. Pero cada vez hay más que piensan en una presión que frene (tal vez que invierta) la ineluctable derechización del PSOE. Presión exterior pero también interior. Hay muchos militantes socialistas sin cargo, frustrados por la política de su Gobierno. Hay un residuo humanista en el partido: hay socialistas (como Elías Díaz) que están consternados por medidas como la orden de no comparecencia a los guardias civiles. En el PSOE se conjugan también una ética ideológica (socialistas, moderados o radicales, pero cuya militancia viene de lejos) y una ética de la responsabilidad (socialistas de aluvión: procedentes de ámbitos tecnocráticos y/o totalitarios).

La izquierda ha lamentado la mayoría absoluta, pero se hubiera estremecido de horror ante la posibilidad de una no mayoría relativa.

El progresismo no es función de la posición, sino de la dirección. A Suárez le tocó dar pasos hacia adelante; a González le ha tocado dar pasos hacia atrás (consolidar la democracia, hacerla sólida para que nada se mueva o se deslice). El liberalismo, porque da pasos hacia adelante desde más atrás, aparece como más progresista que la socialdemocracia, porque da pasos hacia atrás desde más adelante. La socialdemocracia es una recuperación de la revolución -como reforma- desde el sistema. Desde la primera internacional han llovido acusaciones de traición sobre la segunda. La revolución comunista fracasó parcialmente y se detuvo totalmente: la escisión socialista puede verse ahora a una nueva luz como ensayo y error de un camino alternativo. Pero también ese camino ha tocado sus límites.

La explotación del hombre por el hombre, con ser gravísima, no es ya el problema. El problema es la explotación de la naturaleza por el hombre. La derecha capitalista y la izquierda comunista responden a la misma ética de la responsabilidad: la conquista de la naturaleza. El viejo grito "la tierra para el que la trabaje" se vacía de contenido cuando nos quedamos sin tierra. Nuestra sociedad ha programado su muerte.

En su subsuelo bulle un sordo clamor de protesta (son los gritos inarticulados del rock o del terrorismo). Un principio de articulación emerge en movimientos que vienen de puntos tan extremos como la política verde o las teologías de la liberación. En esa dimensión sí sabemos quiénes son los nuestros: aunque sólo en su proposición negativa (aquellos junto a los que protestamos), pero no todavía en su proposición positiva (aún no han diseñado una alternativa responsable).

El conde de Mayalde dijo: "Ya ni siquiera sé sí soy de los nuestros". Su duda surgió en un momento en que los suyos estaban siendo devorados por la historia. La nuestra, la de los que no renunciamos a apostar por el cambio, surge cuando los nuestros están siendo paridos -tal vez abortados- por la historia. No están aún en un lugar (son u-tópicos), pero van por caminos convergentes: y no sabremos con certeza cuáles son esos caminos hasta que hayan convergido. Pero es improbable que entre ellos se cuente el que recorren nuestros ex compañeros psocialistas. Aunque hay que esperar hasta la última vuelta del camino.

es catedrático de Métodos y Técnicas de Investigación Social de la universidad Complutense.

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