Jácara
Jácara, la disco maldita (por el Ayuntamiento), como unas puertas de oro que nos abre septiembre, estructura de viejo cine del Barrio de Salamanca, un ondear del bronce del verano en el aire cuadrado, lleno de mitologías de humo y mujer, por ejemplo Cristina Higueras, madrileña, veintitantos, mucho teatro con Nuria Espert y un programa de televisión, residente en la movida, belleza suave/sedante, . mejor que las tarjetas de crédito, prefiero los doblones de oro", "una verdadera actriz sólo se desnuda delante de sus abogados", "los libros son imprescindibles, porque a veces se funde el televisor".-La música, Cristina.
-¿Bailamos, perro?
Es el Madrid que ignora a Diego Cañamero, que a esas horas dormía en la zona verde, parpadeado por un semáforo. Coletas masculinas y trajes femeninos de papel, que se despegan del cuerpo, en Jácara, pago directamente con el cheque de EL PAÍS, no traigo un duro. Juventud de novela de playa y premío, Lara l Planeta se hará un rascacielos en Madrid para él solo, es su sueño, pero hay otros espacios de la noche que la juventud se ha abierto a sí misma, cerrado Jácara toda una generación de oro se va al Cerro de los Ángeles a esnifar y pegarse un baile de transistor bajo el Sagrado Corazón de Jesús, que los rojos fusilaron cuando entonces, y aún se nota en la piedra, lo dice un golfo de Carlos Saura: "Algo harían estos santos cuando les fusilaron".
Queda, dicen, una resaca de jeringuillas. Sartre, en el patio de los collages yanquis, sólo encontraba preservativos, que era como peor. Las carmelitas del Cerro claman a un cielo de piedra porque no conocen Jácara ni han vivido nunca una jácara como no sea a lo divino, tipo Teresa. Es como la respuesta involuntaria al VI Congreso de Teología que hay en la Casa de Campo, con los progres de Dios, Díez-Alegría y José María Valverde, dos hombres en quienes tanto quiero, y que a la final van a salvarme. A Díez-Alegría le sugerí una Teología de Vallecas, hace tiempo, y la escribió con otro título. Pero los marroquíes con tres heridas, la de la vida, la de la muerte, la del amor, yacen en la Ronda del Sur y Madrid es una confusión de etnias que se acometen con la lima de las uñas, como ahora los gitanos, capital del Tercer Mundo que quiere molar en el club de los Diez con la guapa gente de Jácara, todos jacarandosos y ellas con el ovario muy europeo. Podrían ser la mayoría ruidosa de Verstrynge, si el joven hubiera colgado su cabeza en otro perchero, antes de que se la cortase Fraga. Lo cual que a Luis Olarra, cuando entonces, yo le llevaba a Pasapoga, que él se venía a Madrid de señor de Bilbao, pero ahora, y que me disculpe el crítico, no le voy a llevar a Jácara a que diga eso de que "Fraga no gana nunca". También me faltó en la movida de Jácara Santiago Carrillo, y Miguel Bosé, que ha vuelto apedreado de Extremadura, y Herrero de Miñón, que, con los Ruiz-Gallardón e Isabel Tocino, se han abierto de AP, en plan Opus. En la noche de la disco nadie diría que somos un país socialista, o el socialismo es esta cresta bronceada de nueva ola siempre vieja.
Sólo el Ayuntamiento, ya digo, puso en la noche de los tocatas y los senos viajeros y los cuerpos navegables la nota borde/socialista de una negación de permiso / papela, dando por no existente lo que tanto existía, y con qué marcha de tecno duro y punteado de ombligos. Pero detrás del incidente municipal y espeso de humo había/hay algo más serio, el cisma de los finos en el PSOE, que el señor Guerra les está aplicando su cruenta teología, Marx duro contra Friedman ultra. Se mascaba la tragedia en Jácara, y se mascaba el humo/ deodorant, que el airwell se quebró, ostraspedrín.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.