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Tribuna
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Las voces del archipiélago

Diego A. Manrique

La música del rock y sus Variantes decide un fenómeno de altísimo valor entre la juventud urbana. No en vano, más allá de una afición, es una forma de identidad y de adicción. Diego A. Manrique, un especialista que ha dedicado muchos años de su vida al comentario y crítica de discos y se ha mantenido activo en el centro de las sucesivas movidas, trata en este trabajo de clarificar el aparentemente abigarrado panorama que ha creado la incesante aparición de conjuntos y estilos musicales. Desde el estilo pop al punk, pasando por el heavy, se recorre un itinerario donde se encuentran representados distintos sectores sociales, según extracción y edades. Con el seguimiento de las letras de algunas composiciones se ofrece aquí una referencia de las diferentes ideologías que subyacen en la adhesión a los respectivos ritmos.

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Un retrato generacional

Aseguran los puristas que todo, todo el mensaje social del rock está concentrado en el inmortal alarido de Little Richard: .¡A uan ba buluba balam bambum!". Pero, ¡ay!, uno viene de unos tiempos en que el rock era venerado por su potencia¡ incendiario. Nos relarníamos leyendo aquella adusta advertencia de Platón, en La República, sobre el peligro que representaba para. el Estado cualquier cambio en las modas de la música: algunos creían que la fogosa guitarra de Jimi Hendrix era capaz de pulverizar las murallas de cualquier Jericó, mientras que otros se asombraban de que la belleza de una música en jubilosa expansión dejara ¡impasible a alguien (enternecedor David-Crosby, preguntándose en voz alta cómo era posible que siguieran luchando sus compatriotas en Vietnam en el mismo momento en que los Beatles brindaban su Sgt. Pepper). Todos estábamos seguros de que el rock proporcionaría, por lo menos, La Marsellesa de la inminente revolución.Espero que la evocación, de semejantes necedades, aparte de ganarme la misericordiosa comprensión de otros ilusos, sirva para excusar mi inclinación particular por la exégesis de esas letras que nadan entre el trepidar de guitarras vehementes. Además, tengo la perfecta coartada: esa que presenta al rock como fiel sismógrafo de los anhelos e inquietudes tanto de sus oyentes como de sus intérpretes. Estamos hablando del medio más accesible para esa muchedumbre: barbilampiña: cualquier chico listo intuye que no podrá plasmar su nebulosa weltanschauung en una película o una novela, pero sabe también que el rock puede permitirle transmutarse en un verdadero portavoz de su generación en cuestión de meses, con todos los privilegios que eso conlleva, desde los más carnales hasta el prestigio que supone jugar al billar con el presidente del Gobierno. Además, ¿quién quiere publicar un libro de tirada minúscula cuando una buena canción puede asaltar los oídos de no sé cuántos millones de españoles? A, veces ni siquiera es necesario que se trate de una obra maestra del género, como lo demuestra el alboroto originado en la primavera de 1983 por Me gusta ser una zorra, convertida en arma arrojadiza por aquello de las elecciones municipales (un piadoso recuerdo para la secretaria de AP encargada de descifrar el embarullado contenido del vídeo de Las Vulpes; cometió algún error de transcripción, pero resulta disculpable).

ONOMATOPEYAS Y POETASTROS

Puntualicemos: no se trata de que los músicos aspiren a convertirse en poderhabientes de una u otra fracción juvenil, aunque ninguno renuncie a la posibilidad de participar en un debate televisado en función de representante de indeterminadas masas (la promoción, ya se sabe). Incluso cuando disparan sus cañones retóricos sobre las iniquidades del mundo que les asfixia, el reproche se lanza para consumo interno, otro argumento para reforzar la sensación de identidad grupal, el viejo truco de la polarización entre ellos y nosotros. No hay hueco en el negocio del espectáculo para y demás fustigadores de conciencias.

Las letras, las historias que se sustentan sobre los decibelios instrumentales, son el elemento más citable de la expresión del rock, pero en absoluto él único. Plenamente integrado en la cultura audiovisual, no sólo transmite información de forma verbal: vestimenta, gestualidad, escenografía, la fantasía del videoclip, potencian y matizan ese contenido narrativo que, de todos modos, apenas se aprecia en directo (y en muchos casos tampoco se distingue muy claramente en disco, por la peculiar forma de vocalizar y los caprichos de la mezclade la, grabación). Sin embargo, los textos de las canciones son presentados con notable esmero: los grupos españoles acostumbran a incluir sus letras, impresas en la funda interior o en encartes, en un porcentaje muy por encima de lo habitual en el Reino Unido o Estados Unidos. Tiene lógica, ya que es parte integral de la oferta del autor en cuestión, ansioso de aclarar sus relaciones con el sexo opuesto o el sistema dominante. Allí se registran, plasmados con visceralidad y franqueza, los terremotos que conmueven el universo juvenil.

Una advertencia: es una mala jugada esta de trocear y descontextualizar textos que están concebidos para ser cantados. Y no es de recibo la excusa del "¡oh, estamos ante una nueva forma de poesía popular!". Marquemos las distancias: las letras del rock están condicionadas por el armazón sonoro, tienden hacia las estructuras rígidas, no siempre se desarrollan lógica y secuencialmente, recurren gustosaménte al cliché, dependen del énfasis del vocalista para desvelar su sentido, suelen carecer de la condensación del poema elaborado concienzudamente. Es decir, quedan desvalidas y desnudas al congelarse en la superficie de un papel: sólo si despiertan algún eco de su forma primitiva llegan a tener una mínima fuerza.

CADA CANTO TIENE SU ENCANTO

Para curarse de espantos, aviso desde ahora que las letras de los grupos españoles reflejan muchas carencias técnicas e imaginativas. En su descargo, recordemos que todavía hace 10 años se aseguraba que el castellano era un lenguaje imposible a la hora de hacer rock. Que la ausencia de una verdadera tradición en estos asuntos -los conjuntos de los años sesenta, que alcanzaron un buen nivel en lo musical, no quemaban muchas neuronas en estos menesteres- ha hecho que la inventiva se desarrolle a trompicones. También que la inmensa mayoría de estos autores pertenecezcan a la clase de los autodidactas, no se distingan por su sentido de la disciplina literaria y se hayan convertido en letristas ante la urgente necesidad de completar su melodía recién compuesta (una lágrima por los tiempos gloriosos en que se repartían estas tareas entre dos o más personas).

En estas zonas, las pretensiones artísticas no son un pecado, pero sí suelen ser un error. La tentación de hacer poesía con las letras se salda con pequeños monstruos, canciones deformadas que se comban bajo el peso de textos farragosos. El rock acepta todo tipo de temáticas y de formas narrativas, pero pone en evidencia la inmadurez de algunos audaces.

El desconocedor de la realidad de la música juvenil sólo ve allí una intimidadora barahúnda de ruidos más o menos intensos, una confusión de pelos cortos y largos, de cazadoras de cuero y modelos rutilantes. Este caos es engañoso: todo está rigurosamente segmentado y cada tipo de música alimenta a un sector de jóvenes, determinado por su origen social, su coyuntura personal, su disponibilidad para el ocio y el consumo. De la misma manera que no existe una juventud homogénea sino diferentes sectores juveniles enfrentados por sus expectativas de trabajo y promoción social, cada forma del rock cuenta su propia historia.

Así, se supone que el pop -esa rama del rock caracterizada por la accesibilidad de sus canciones y la inaleabilidad de sus formas musicales- conecta esencialmente con un público de: clase media o media-alta (y con un alto porcentaje de oyentes de sexo femenino, pero ésta es otra cuestión). En estas zonas no hay grandes inquietudes colectivas y el grueso de las canciones se concentra en las relaciones interpersonales, los eternos dilemas del amor y el sexo. De hecho, los grupos de la primera nueva ola eran clasificados por sus enemigos como babosos por su tendencia al lacrimeo, expresado en abundantes lamentos masculinos del tipo "eres mala y me haces sufrir tanto". De esa ñoñería, ocasionalmente encantadora, se libran nombres como Nacha Pop, cuyo repertorio se nutre de dos compositores bien diferenciados: Nacho García Vega expresa soledades en términos sombríos ("Mi voz y el humo juntos con el viento, me vuelvo loco buscándote en el viento; estuve sin vivir, sin respirar ni oír, / sin voz, sin solución".), mientras que Antonio Vega parece conocer otros demonios e intenta exorcizar esas angustias ("Y es que no hay nada mejor que imaginar; / la física es un placer. / Es que no hay nada mejor que formular, / escuchar y oír a la vez. Mide el ángulo formado por ti y por mí: es la solución a algo muy, común aquí") de forma más elíptica. Otro grupo bifronte es Mecano. José María Cano confecciona deliciosas viñetas intimistas (Cenando en París, Hawai-Bombay) y es autor de la memorable Cruz de navajas, delicada visión de una historia que podría haber sido extraída de El Caso. Su hermano, Ignacio Cano, es un talento más prolífico, impetuoso o irregular, que explora la psique de su generación en versos simples y airados: "No pintamos nada, no pintamos nada; / todo lo deciden, / y sin preguntarnos nada / dicen que preparan una gran batalla. / El Este contra el Oeste, / y nuestra casa destrozada". Con pocas excepciones -no olvidar la producción de Fernando Márquez, doble outsider por su vida monacal e ideología falangista-, el pop se desentiende del mundo que le rodea: sabe pero no contesta. Le preocupa expresar la euforia de vivir y se enfrenta con melancolía a los desengaños, aunque no falten el talante irónico (Melodrama, Santos) o el humor absurdo (Hombres G, Nikis) incrustados en canciones de doble lectura.

AIRES BELICOSOS

Frente al pop, veleidoso y evasivo, otros sonidos de la ciudad se manifiestan con mayor rotundidad. Son géneros codificados más rígidamente, como el rock urbano, el punk o el heavy metal, que conectan con estilos de vida muy definidos y tienen una clara voluntad descriptiva. Son músicas arrogantes y encrespadas, sin pelos en la lengua. Primeros por orden de agresividad, los contingentes punk. En muchos casos su contenido verbal no pasa de ser mera traducción de los eslóganes nihilistas y desesperados de sus equivalentes ingleses, aunque la proximidad de la represión policial y la miseria de su existencia les cargue de rabiosa intensidad. Pero en el punk hispánico también hay dos tendencias muy particulares. Siniestro Total se apropió de la estética del género para presentar canciones bárbaras y atroces (Todos los ahorcados mueren empalmados, Matar hippies en las Cíes, Opera tu fimosis que dinamitaban las convenciones de la Internacional del Imperdible. Nada está libre de su humor corrosivo: son capaces de transformar Sweet home Alabama, himno del rock sureño, en un jocoso retrate, de la morriña de los ernigrados gallegos. Su gusto por el disparate y la bestialidad ha dejado su marca en grupos punk más ortodoxos; por ejemplo, está presente en la producción del llamado rock radical vasco, que alterna el gamberreo con historias agrias referidas a lo que ocurre por aquellas tierras, identificándose con los métodos y las propuestas de ETA. El rock urbano rechaza apasionadamente toda coincidencia con movimientos políticos. Gabinete Caligari puede llegar a burlarse en La canción del pollino de las invitaciones oficiales a consumir cultura ("Somos los que llenamos los estadios / para poder insultar y blasfemar, / somos los que no vamos al teatro / y somos carne de bar. / Sabemos que nuestros hijos seguirán / al frente de las estadísticas / que denominan a nuestra tropa / la más inculta de Europa") o ironizar toscamente sobre el activismo pacifista ("Por la paz unos dicen luchar / y empiezan a pelear / para que haya paz"). Por su parte, Sabino Méndez, autor de la mayor parte del repertorio de Loquillo y Los Trogloditas, es un espléndido, cronista de la calle (lo que en otros tiempos se llamaba bajos fondos) y también reserva su veneno para el orden establecido: "Yo me quedo con los radicales, / orgullosos, de mirada altiva, / regidos por leyes naturales / que el tiempo hará insobornables". Se definen, como anarquistas de salón y enarbolan la bandera de su diferencia, su corazón de rock and roll. Las gentes del heavy metal -ellos, prefieren considerarse, como rock, los últimos de Filipinas frente al comercialismo de otros estilos- vienen del lado sórdido de la ciudad y no se privan de plantear susituación. En contraste con la gran mayoría de sus ídolos extranjeros, que exhiben un machismo primitivo y alardean en sus canciones de imposibles hazañas amorosas,el heavy español tiene una vena apocalíptica y se siente obligado a desgranar un rosario de desgracias y amenazas. Basta con repasar algunos títulos de Barón Rojo: Mensajeros de destrucción, Campo de concentración, Incomunicación, Flores del mal, Con las botas sucias, Resistiré. Otros, como Obús, prefieren cantar a la vida peligrosa: "Vamos muy bien, / borrachos como cubas, / aún nos mantenemos / y ya no pararemos / hasta, no poder ver". Una loa al exceso que, curiosamente, puede coincidir con piezas de otros estilos, como Club del alcohol, de Danza Invisible; a pesar de la parcelación del rock, todavía hay unas corrientes subterráneas que conectan unas ramas que, después de toda, tienen un tronco común.

Supongo que ha llegado el momento de soltar la moraleja en forma de advertencia a la sociedad o llamada a los poderes públicos. Pero no, me niego. Sólo queda espacio para lamentar la falta de espacio para cubrir propuestas tan notables como las de Os Resentidos, Radio Futura, El Último de la Fila, Esclarecidos y otra docena más de grupos fascinantes. Eso debería quedar para otras páginas. Al fin y al cabo, ésa es la gloria del rock, su auténtica razón de existir, aparte de su posible uso como barómetro juvenil o los sucesos que atraen a los grandes medios de comunicación. Hablo de su capacidad de fascinación, su potencia¡ para la realización, el deleite, sus posibilidades expresivas. Como dijo Little Richard (ahora, en versión original): "Awopbopaloobop alopbamboom!".

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