Esa ciudad
Cuatro cosechadoras avanzan. cansinamente por la autopista urbana. Pace un rebaño de ovejas entre un parque de pulcrísimo césped y una campa convertida en vertedero donde a poco se alzarán nuevos bloques de viviendas. En uno de los barrios mesocráticos donde se hacinan ordenada y moderadamente miles de familias la gente llena la terraza de un bar: a un lado un quiosco de periódicos, un gimnasio, una escuela de idiomas; al otro, un campo labrado inmenso que se adentra por la llanura lleno de polvo y sol. En otro barrio arranca una calle con unos chalés de lujo, y termina, apenas 50 metros después, con un diminuto vecindaje de chabolas donde una higuera guarece la terraza de un chiringuito. Un asno sucio y gris redondea el perfil mediterráneo y pobre de esa imagen.Extraña ciudad. Todo cabe en ella. Alrededor de su plaza mayor sestean callejas de ciudad antigua y provinciana invadidas por los turistas. Poco más allá, una vía ancha y descoyuntada, propia de las pequeñas grandezas de los primeros consumismos, acoge una masa indeterminada de viandantes, gentes que comen bocadillos aceitosos, transportan fardos increíbles y lucen las camisas de peor gusto que puedan hallarse en todo el orbe. Más allá todavía, de nuevo en las tortuosas cuestas del antiguo barrio partido por el viejo progreso, se amontonan los jóvenes, los profesionales de la calle, los extranjeros más asentados, metidos quizá sin saberlo en el zoco invisible de la droga. Desde una de las avenidas generosas de espacio se ve el campo, macilento y terroso, ancho como la Castilla ancha. Desde otra se ve un conglomerado de hierros y cristales, hamburgueserías y tiendas que podría haber sido trasplantado directamente de Los Ángeles o de Caracas.
Mil caras tiene esa ciudad y cada una de ellas es cambiante. Tiene vida. Se mueve. Siglos de ignominia gestada en sus entrañas no pueden con este movimiento. Al caer el sol, millares de personas se reúnen a beber y a comentar, al calor de la amistad, este singular fenómeno tectónico.
Da gusto ver que las gentes se gustan y esa ciudad empieza a gustarse a sí misma.
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