Terrorismo y alternativas políticas
ROSSANA ROSSANDA
¿Puede resultar válida una reflexión, fundamentada en la experiencia italiana, sobre la lucha contra el terrorismo que: el Gobierno español está conduciendo en el País Vasco, de acuerdo, en la actualidad, con las autoridades francesas, que han decidido expulsar a los refugiados? En Italia el fenómeno ha sido muy distinto, tratándose en realidad de un recurso que adoptó las armas como un modo de desbloquear la lucha social que, después de 1976 y la unidad nacional, a muchos les parecía bloqueada. Hacia mediados de dicha década, las pocas figuras armadas que existían, efectivamente, empiezan a multiplicarse y a delinear un cuadro de extremismo social y político que se extenderá, como las manchas de un leopardo, por todo el país, pero especialmente en algunos centros urbanos: Turín, Milán, Venecia, Roma, Florencia, Nápoles y Génova.. La mayor parte de los atentados, incluidos los mortales, tuvo lugar exclusivamente en siete de las 90 provincias, pero éstas eran decisivas y se encontraban esparcidas por todo el territorio nacional. Los grandes grupos armados fueron tres: las Brigadas Rojas, Primera Línea y los Núcleos Armados Proletarios. Estos últimos, de vida más breve, operaron especialmente en el centro-sur del país. En su conjunto, dichos grupos causaron menos muertos que los estragos neofascistas ocurridos en las estaciones ferroviarias de Milán, Bolonia y Brescia. De todas maneras, eran 492 las siglas que arrojó un estudio efectuado por el partido comunista en 1981; efímeras en su mayoría, no llegaron a realizar, en ocasiones, ni un único atentado, y menos mortal, lo que prueba que la idea, la inquietud, la desconfianza en las soluciones políticas, se hallaba ampliamente extendida.Nada que ver, por tanto, con el carácter compacto y las reivindicaciones nacionalistas de ETA e, incluso, del IRA; poco que ver, también, con la RAF alemana, que, persuadida del inmovilismo social del país, operó siempre sobre objetivos de tipo internacional (OTAN y armas). Los grupos armados en Italia fueron concebidos como la vanguardia de un extenso movimiento de lucha que no habría sido guiado por las directivas reformistas del partido hacia victoria alguna; creían hablar en nombre de un proletariado que, aunque no los seguiría, tampoco los denunciaría. Consiguientemente, ¿merece la pena comparar situaciones tan diferentes? Pienso que sí, porque por distintas que sean no creo que ningún país pueda estabilizarse y enfrentarse a un conflicto social real y masivo ante la existencia de una minoría terrorista armada; ni tampoco que pueda librarse de ella exclusivamente con la represión. No ocurrió así ni siquiera en Italia, donde la fragmentación de los grupos armados y su distanciamiento de las vanguardias no armadas los hacían más conocidos, más débiles y más expuestos. ¿Cómo habría que actuar al enfrentarse a una lucha autonómica como la de los vascos -o la del IRA-, cuyos cimientos se hallan constituidos por una identidad común a una etnia, etnia ésta que se siente humillada y negada?
Y sostengo que ni siquiera en Italia vence la represión policiaco-militar por lo siguiente: jamás ningún grupo clandestino fue descubierto por la policía ni por el Ejército, ni ningún atentado fue prevenido; ni tampoco hubo logro alguno por parte de éstos durante los 55 días que duró el secuestro de Moro, efectuado técnicamente por nueve personas y con más de media docena de otras tantas enteramente al corriente. Ser clandestino en un centro urbano y preparar un atentado -distribuyendo atentamente los papeles y la información- no es dificil, puede ponerse en práctica siempre y así sucedió en efecto hasta 1979. En ese entonces el general Carlo Alberto dalla Chiesa, a quien habían otorgado poderes especiales, comprendió que la extremada duración del secuestro provenía de una crisis en la dirección política de las Brigadas Rojas, como así también el repentino asesinato de un hombre, que, como lo demostraban sus cartas, puesto en libertad y a la larga habría sido el elemento más desestabilizador de la situación política. La intuición de Dalla Chiesa fue acertada y ha sido corroborada -una vez disgregadas las Brigadas Rojas y declarado el fin de la .experiencia por sus jefes históricos- por los testimonios, incluso, de los no arrepentidos. Éstos fueron, no obstante y al margen de la escisión de los grupos dirigentes, la palanca que permitió individualizar y retirar ciertos apoyos con que contaban. En cambio, los arrepentidos colaboraron desde un comienzo, al estar persuadidos de que la gestión del secuestro de Moro, como su posterior muerte, había sido un error, tal el caso del obrero turinés Guido Rossa, al percatarse de que el ánimo del proletariado había cambiado de vagamente neutral a vagamente hostil. Las Brigadas Rojas y Primera Línea continuaron sus actividades aún durante un tiempo, porque el terrorismo es una ruta sin regreso si no se le ofrece una solución política., y el Estado italiano no se la ofreció. Sí ofreció en cambio la ley para los arrepentidos, y a consecuencia de esto en los años siguientes se produjo el mayor número de víctimas conocido hasta entonces, porque ello aglutinó de manera desesperada a los, armados y, a la postre, únicamente consiguió abatirlos. Desde el interior de las cárceles, parte del movimiento que había sido subversivo aunque no armado lanzó en 1981 una propuesta de disociación política del terrorismo, pero sin denuncias, y en las cárceles se venció, dejando de ser éstas centros de reclutamiento.
Dada la crisis de los grupos armados se hubiera podido incidir con más fuerza sobre los mismos y evitar así muchas víctimas; sin embargo, Italia optará por las leyes de emergencia y tenderá incluso, a hacerlas extensivas a otros delitos, donde hoy se están revelando como peligrosísimas. En los procesos contra la Camorra o la Mafia, los arrepentidos, faltos de cualquier noción política o moral, denuncian y delatan a mansalva, desbaratando así los procesos, comprometiendo a jueces e impidiendo toda verificación. Pero no se trata únicamente de eso, también ciertas prácticas procesales mezquinas se han proyectado en el terreno social provocando una inflación de la población carcelaria que de aproximadamente 20.000 personas en la década de los sesenta ha pasado a las 47.000 de hoy en día, con un aterrador atasco en los, procesos y, consecuentemente, con las dos terceras partes de los detenidos en espera de juicio. Y tanto que se está hablando, para el 1986-1987, de un vuelco total en los procedimientos judiciales y de medidas carcelarias alternativas. Sin embargo, los errores cometidos, comprendida entre los mismos la violenta tensión existente entre la magistratura y el poder político, han sido inmensos y figuran ya entre los indisolubles nudos de la crisis italiana.
Así fueron las cosas en Italia. Quizá pueda inferirse de ellas que también para el País Vasco, y más fácilmente que en el caso italiano, los contactos con un grupo nacionalmente delimitado, sean posibles. Y quizá ello sea la Única actitud -exceptuando el exterminio de una etnia, solución extrema que un Gobierno socialista no puede ni siquiera imaginarse- que pueda solucionar el problema. La pregunta es entonces: ¿cuál es la palanca que puede retirar al grupo armado vasco el apoyo con que hoy cuenta? En el seno de dicho grupo tal cuestión ha sido ya expuesta por algunos líderes históricos. La experiencia italiana demuestra que sería bastante miope dejar de andar este camino por temor a las reacciones de parte del establishment o del Ejército. Antes o después será necesario recalar allí; mejor, por tanto, antes que después. Nadie podrá erradicar del pueblo vasco la necesidad de autonomía que es consustancial con su diversidad histórica. Mejor valdría reconocerlo en toda la magnitud. A partir de entonces el diálogo será posible y las armas inútiles.
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