La caída del valido
LA DESTITUCIÓN de Jorge Verstryrige como secretario general de Alianza Popular (AP), prólogo al parecer de otras medidas significativas de similar índole en la cúpula del principal partido de la oposición, constituye el inicio de la contraofensiva de Manuel Fraga frente a quienes pusieron en cuestión su liderazgo. Pero es también síntoma de la crisis de fondo que afecta a la derecha española.La propuesta de Verstryrige de promover la candidatura de Fraga a la alcaldía de Madrid parece el desencadenante inmediato del episodio que ha costado al primero la secretaría general. La escasa diferencia que el pasado 22 de junio separó a Coalición Popular del PSOE en la capital hacía verosímil, aunque no probable, la hipótesis de una victoria de Fraga en las elecciones locales del próximo año. Esa victoria, por su significado simbólico, sería el trampolín para relanzar al líder aliancista como eje de una alternativa de centro-derecha al socialismo gobernante. Se trataba, sin embargo, de una apuesta arriesgada, si no de una trampa para osos, pues una derrota de Fraga en esa elección, que resultaría particularmente personalizada, significaría en la práctica su jubilación política.
La existencia en el seno de AP de corrientes que cuestionan, bien que siempre de manera prudente, el liderazgo de Fraga era sabida desde al menos el VII Congreso del partido. Ya entonces, la oposición mostrada por dirigentes corno Alfonso Osorio, Fernando Suárez o el propio Verstryrige a determinadas iniciativas del portavoz parlamentario, Miguel Herrero, apuntaba en realidad a quien constituía el principal respaldo de éste, el propio presidente. El VII Congreso reveló la aparición en el partido de una creciente sensibilidad hacia los problemas relacionados con la democracia interna. La práctica de los usos y costumbres democráticos en las instituciones en que participaban los representantes de AP, incluso sus quejas sobre lo que consideraban abuso de poder por parte de los socialistas, tuvo el efecto de familiarizar a dirigentes y militantes aliancistas con valores de los que habían tenido poco antes una concepción meramente instrumental. Comenzó a hablarse de la necesidad de una dirección colegiada, de institucionalizar de manera más precisa la capacidad de decisión personal del presidente en relación a determinadas cuestiones; de limitar, en fin, los poderes de Fraga.
Esa nueva sensibilidad se tradujo, en el curso del congreso, en innovaciones como la existencia de listas abiertas para la elección de los órganos directivos, pero no llegó a poner en cuestión la impronta presidencialista del partido. Nacido éste como emanación de Fraga, sobre cuyas espaldas habían depositado los sectores conservadores la responsabilidad de reconstruir la derecha, su configuración y funcionamiento resultaron deudores de esa personalidad. Así se consideró por parte de la mayoría poco menos que de derecho natural que Fraga se reservase facultades como la de designar -y destituir- a los principales cargos del partido, incluyendo al secretario general, los adjuntos de éste, los vicepresidentes, etcétera. Pero la semilla de la discordia potencial había quedado sembrada.
Esa semilla germinó al calor dé divergencias surgidas ante el referéndum sobre la OTAN o tras los resultados de las legislativas de junio y ulterior fuga de Alzaga al Grupo Mixto. La crítica a las decisiones adoptadas fue asociándose al cuestionamiento del liderazgo de Fraga. La polémica sobre su candidatura a la alcaldía de Madrid se ha producido así en un contexto interno previamente recalentado, y lo que en teoría podía haber sido un debate sobre estrategia y táctica política se convirtió rápidamente en una discusión sobre la figura misma del virtual candidato. Éste se mostró cauto al comienzo, reticente luego y francamente desconfiado al final. "Algunos que han hablado demasiado se van a arrepentir", advirtió hace días desde su retiro gallego. Desde sus tiempos de ministro de la información franquista se sabía que Fraga no advierte nunca en balde. Pero su gesto de autoridad, si bien será aplaudido por muchos militantes aliancistas, no resuelve el problema de fondo planteado. La derecha española, si quiere convertirse en alternativa de poder, necesita un candidato capaz de encarnar esa alternativa desde un partido inequívocamente democrático, tanto por los principios que postula de cara a la sociedad como por su funcionamiento interno.
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