Andrés Ruiz
Un dramaturgo de vida "amargadísima"
Andrés Ruiz nació en Sevilla hace 58 años, y pese a los 20 que ha vivido en el extranjero, el acento andaluz no le ha disminuido ni un centímetro. Autor de 25 obras de teatro y de muchas letras de canciones flamencas que ha interpretado El Cabrero, ninguno de sus dramas se ha representado en España. Sólo uno de ellos, Vidas en blanco, fue grabado para televisión y emitido en 1982. Anoche se repuso y cogió casi por sorpresa a Andrés Ruiz, un personaje cuya vida no ha sido amarga, sino "amargadísima", según dice con acento andaluz mientras sonríe como si no reparara en lo contundente del término.
En Sevilla la madre de Andrés Ruiz era una criada en "una casa de señoritos", justamente en la del primer gobernador civil de Sevilla -en aquella casa Ruiz vio varias veces cómo cenaba el general Queipo de Llano-. El mundo fanático y supersticioso de la religión, mezclado con el respeto hacia los señores, eran la referencia para aquella mujer desconcertada por la actitud de su marido, un republicano cargador en el muelle de Sevilla, que fue detenido en 1948. "Había organizado una especie de Socorro Rojo, lo detuvieron, lo torturaron, le rompieron cuatro costillas y murió al poco de salir de la cárcel de tuberculosis".Andrés Ruiz vivió el mundo de la posguerra en un patio de vecindad sevillano. Hasta que a los 20 años emigró a Ginebra, "por hambre", dice. Es entonces cuando comenzó a leer con un espíritu crítico, a cuestionar el mundo de la religión católica del que hasta entonces había participado, y el mundo social y rural de Andalucía. Es militante del Partido Comunista desde 1956 y fundador del mismo en Ginebra.
Ruiz, que está en paro, vive en una casa modesta de Moratalaz con su mujer y sus dos hijas. El discurso doctrinal que aparece en algunas de sus frases resulta un poco inconexo y puede parecer incluso extemporáneo a personas no familiarizadas con la dogmática comunista. Es mucho más espontáneo, más de su carácter, ese otro discurso social que subyace en sus anécdotas, en esos personajes que conoció y que luego ha traspasado a las obras de teatro: la vecina que hablaba cada noche con su hija muerta, cuyo fantasma veía salir de un cántaro; la loca que se volvió loca cuando mataron a su hijo tras haberse ella confesado y dicho su paradero; la visión de su madre gastándose el sueldo en velas para unos santos a los que pedía la liberación de su marido.
En esos detalles, contados con gracia andaluza, con aparato gestual, se descubre a un Andrés Ruiz que parece un permanente desterrado, primero a causa de la emigración y luego por tener que vivir en Madrid, cuando su deseo es volver a Andalucía, región que parece traspasarlo en su modo de expresarse popular y hasta un poco ostentoso.
Es un dramaturgo que no ha visto estrenados sus dramas, cosa que achaca a que "no he entrado en el bombo", refiriéndose a las supuestas arbitrariedades de este Gobierno "de guante blanco".
En Ginebra Andrés Ruiz trabajó como camarero, friegaplatos, agricultor, conserje, y por fin oficinista en la ONU. En París fue peón de albañil y en Bélgica minero. Ha conocido el mundo del trabajo en algunas de sus facetas más ingratas. También vivió el mundo del lumpen y la marginalidad. Donde realmente se nota que se encuentra cómodo, familiarizado con los problemas, es en el universo de referencias andaluzas, un espacio que él intenta plasmar en toda su crudeza, mezclada con lo fantasmagórico. Denuncia la injusticia que pervive en aquella región.
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