Un Hitchcock es siempre algo grande
Una docena larga de sus películas son piezas insuperables e irrepetibles, las más copiadas del mundo en el campo de la bisutería. Pero el resto de sus películas, unas 60, son también objetos de alto voltaje, y él mismo, el más famoso de los realizadores de cine.Sentada una vez más, pues, la premisa de que todas las películas de Alfred Hitchcock son grandes, hay que decir que El proceso Paradine no está considerada ni es uno de los mejores momentos de su arte. También se sabe que el maestro cedía de cuando en cuando sus empeños y no se entregaba a fondo en muchos de los temas que tenía entre manos; así, tras un esfuerzo que no se puede calificar de otra manera que de sobrenatural, rodaba una película menos fatigosa para volver, nuevamente después, al reto que sólo los dioses asumen y no todos vencen. El proceso Paradine, realizada en 1947, está franqueada en su filmografía por Encadenados por el ala izquierda, y por el ala derecha por La soga, un desafío histórico: rodada toda ella en un solo plano.
El proceso Paradine tiene otro inconveniente además de esta aparente desidia con que Hitchcock la rodó: con ser un mamut en su parcela, la de productor, David O'SeIznick no era un gran guionista, y aquí firma el guión, a ratos desmedido, de una película que sobrepasa las dos horas; dos horas que, a pesar de la pericia de Hitchcock, se notan.
"De entrada, no creo que Gregory Peck pueda encarnar bien a un abogado británico, pues un abogado británico es un hombre muy educado y que pertenece a las clases superiores. Habría cogido a Laurence Olivier. También pensé en Roland Colman.
En cuanto a la mujer, durante algún tiempo esperamos conseguir la participación de Greta Garbo, lo que habría significado su vuelta a la pantalla. Pero el peor error del reparto fue la elección de Louis Jourdan para el papel del criado. El proceso Parad¡ne es la historia de la degradación de un abogado aristócrata que se enamora de su cliente Esta cliente no es sólo una asesina, sino también una ninfómana y la degradación llega a su punto culminante cuando el abogado debe confrontar delante del tribunal a la heroína con uno de sus amantes, que es un criado. Este amante, el criado, debía oler a estiercol, realmente debía oler a estiercol". Estas esclarecedoras palabras de insatisfacción (procedentes de la entrevista realiza da por Truffaut a Hitchcock) certifican el enorme fallo de un reparto en el que, al margen de competentes secundarios, sólo se salva Charles Laughton, implacable y soberbio en su refinada crueldad, asumiendo el papel de juez.
Hay siempre dos cosas en Hitchcock que redimen. Una, ese ojo del que hablábamos antes, que muestra las cosas cinematográficamente, sin que puedan entenderse jamás como subrayados: la cámara, en picado, toma sobrecogedora la derrota del abogado Peck; la luz y su ausencia son siempre indicios, y las miradas de Laughton denotan malas intenciones sexuales en la persona de la mujer del abogado.
Todo ello, exquisitas lecciones de puesta en escena y dirección de actores (aun de los mal elegidos). La otra es el ímpetu con que el cineasta, desde su atalaya puritana, recoge la moral de sus personajes y de su historia. En este caso, una nueva historia de ainor loco y destrucción, un nuevo revés a las conciencias y un nuevo debate, a través del mejor acto posible de prestidigitación (el cine) sobre el alma humana.
El proceso Paradise se emite hoy, a las 22.00 horas, por TVE-2.
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