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La 'guerra de los cereales' y el hambre en África

Por extraño que pueda parecer, el hambre en el mundo progresa este año al mismo ritmo que la guerra de los cereales entre los países ricos que tienen demasiado trigo para vender. Según las últimas noticias, la hambruna se extiende en África a causa de calamidades naturales (las langostas) o de guerras civiles (en Sudán y en Angola). Por otra parte, los grandes exportadores de cereales, que ya acumularon más de 30 millones de toneladas invendidas el año pasado, intensifican las hostilidades para dar salida a su actual producción. ¿Por qué no envían sus excedentes a las poblaciones hambrientas? Ningún gobierno, se responde, puede hacer regalos tan costosos sin aumentar los impuestos y convertirse en impopular. Se afirma también que una política tal no sería provechosa, a largo plazo, incluso para el tercer mundo, que debe desarrollar cultivos indígenas para resolver sus problemas. Entre las imágenes de niños con los vientres hinchados y de poblaciones famélicas y las de los silos rebosantes de cereales invendidos, no habría entonces ninguna relación de causa a efecto. Pronto, las estrellas del rock deberán organizar un nuevo concierto y recoger fondos para ayuda alimenticia a los desfavorecidos, mientras que la bolsa de Chicago, principal lugar de comercio del trigo, continuará luchando por mantener la cotización de éste a un nivel conveniente.Este segundo frente ha recibido, en los últimos tiempos, una gran atención en la prensa internacional. El 1 de agosto, Ronald Reagan concede a la URSS la subvención de 13 dólares por cada tonelada de cereales comprada en Estados Unidos. Los soviéticos, que se supone que deben adquirir al menos 4 millones de toneladas en virtud de un acuerdo firmado en 1983, les pagarán pues 52 millones de dólares menos, lo que no es un gran negocio. Sin embargo el secretario de Estado, Schultz, se declara "preocupado". No le parece justo que el ama de casa soviética pague menos caros los cereales made in USA que el ama de casa norteamericana. La Casa Blanca le llama al orden y le hace saber que los soviéticos no tendrían ningún problema en encontrar cereales todavía menos caros y que, en todo caso, basta un tendero hace un descuento a un cliente que hace una buena compra.

Algunos días más tarde, en San Francisco, con ocasión de la conferencia del ANZUS (organización militar defensiva que agrupa a Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos), los australianos dijeron a Schultz cosas más brutales. Acusan a Estados Unidos de querer seducir a los soviéticos con su subvención para eliminar a otros proveedores de ese mercado y, por ende, a arruinarlos. "Sepa no obstante", precisaron, "que si nuestros ingresos cerealeros descienden, nuestras importaciones de bienes norteamericanos bajarán aun más". Los argentinos, ya abrumados por su enorme deuda exterior, son todavía más amenazantes: si se les quita su parte del pastel del mercado soviético, suspenderán sus pagos a los bancos norteamericanos. En Bruselas y Toronto, otras dos capitales implicadas, se está a la espera mientras se cargan las armas: los europeos, grandes especialistas en subvenciones a la agricultura, se sienten capaces de aceptar cualquier desafío. Todas las miradas se vuelven, sin embargo, hacia Moscú, ese cliente privilegiado que, gracias a la actual conyuntura, puede hacer la felicidad de unos en detrimento de otros. Ahora bien, los soviéticos no dicen nada. Aun no han reaccionado al discurso de Reagan del 1 de agosto y se comportan como si no estuviesen seguros de querer comprar los cererales. No han importado, durante la primera mitad de 1986, más que 6 millones de toneladas en contraste con las 14 compradas en el mismo periodo del año pasado. Han perjudicado particularmente a los americanos, que no han tenido derecho más que a una insignificante porción de ese lote (140.000 toneladas). E incluso se rumorea que no prevén comprar ni siquiera los 4 millones de toneladas que serán subvencionadas.

Pero en Washington se afirma que no se trata sino de un farol. Estados Unidos, gracías a sus satélites espías, no carece de información sobre todo lo que crece en los campos soviéticos y asegura que la cosecha en la URSS será mediocre, a causa de Chernobil y de la sequía produci-

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da, en junio y julio, en Ucrania.

Según las estimaciones de la CIA, Moscú deberá importar dos veces más cereales que el año pasado (es decir, cerca de 32 millones de toneladas) y estaría interesado incluso en anunciar ya su elección para evitar problemas de transporte de última hora. Esto parece terriblemente convincente, pero los satélites siguen sin localizar el menor barco, cargado de cereales, haciendo la ruta hacia Odessa en el sur o Arjan-Gelsk en el norte. Alguien está cometiendo un error de cálculo en Washington o en Moscú, y todos los países exportadores se encuentran con el aliento cortado en espera de una respuesta.

Su angustia de este mes de agosto de 1986 es consecuencia de su singular falta de previsión durante todo el decenio pasado. Este periodo es muy útil para estudiar los mecanismos y las rivalidades del mercado mundial libre. La carrera por los cereales comienza en la bolsa, de Chicago en medio de los años setenta, poco después de la primera crisis petrolífera: La URSS de Breznev, gran beneficiaria del aumento de los precios del petróleo, se convierte en comprador de 35 millones de toneladas de cereales anuales, es decir la mitad del total disponible entonces en el mundo... y paga encima de la mano a la firma del contrato. Los países productores aumentan inmediatamente sus inversiones en cereales, convencidos de que la demanda no dejará de crecer y la curva de ventas, en Chicago, continuará subiendo, en efecto, hasta alcanzar en 1984 la cifra récord de 104 millones de toneladas.

Sin embargo, ciertos acontecimientos vinieron entretanto a mezclar las cartas y convirtieron aquellos datos en muy precarios. En enero de 1980, el presidente Carter decreta el embargo de trigo contra la URSS a causa de la invasión de Afganistán, y los otros exportadores, incluida la CE, menos conmovidos por la suerte de los afganos, se ponen entonces "a producir cereales como locos" (Financial Times) para aprovechar la excelente ocasión de ocupar el mercado soviético. Lo consiguieron bastante bien y la participación de los europeos en la venta de trigo progresó de forma regular entre 1980 y 1985 hasta alcanzar el 17% del total mundial.

Pero, en 1983, Reagan y los Estados Unidos levantan el embargo carteriano e intentan un regreso a lo grande hacia su antiguo cliente soviético. Afortunadamante para los competidores, sus precios no subvencionados son más altos que los de los otros y la recuperación americana no es sino muy limitada. Como desquite, y al no haber conseguido lo que esperaban en la URSS, los exportadores de Estados Unidos se lanzan, naturalmente, sobre los otros mercados. La guerra de cereales latente se convirtió en guerra abierta a partir de 1985 a causa de la caída global de la demanda. Después de las ventas récord de 1984, viene el año de las vacas flacas: 87 millones de toneladas en lugar de los 104 millones, si contar la oferta suplementaria. De ahí la necesidad, por primera vez, de almacenar lo invendido.

La llegada al poder de Gorbachov en el Kremlin parece tener que ver algo con esta evolución, puesto que redujo en un 40% las compras soviéticas de cereales (en 1984, la URSS importó 28,2 millones de toneladas, que corresponden al 27% del total del mercado). Pero otro elementos han jugado también. La India, en otro tiempo un gran importador de trigo, ahora lo exporta. China popular prácticamente tampoco importa nada y sobre todo no de los americanos, ya que éstos limitan sus exportaciones de textiles hacia Estados Unidos. Irán, otro gran cliente, ignora incluso la existencia de la bolsa de Chicago y se aprovisiona en alguna parte fuera del mercado.

Cae por su propio peso que todo esto no se ha producido en un día, ni siquiera en el solo año de 1985. Pero los operadores del mercado no llegan visiblemente a modular la oferta en función de la demanda previsible. Y eso es por lo que los países exportadores se pelean como traperos o practican abiertamente el dumping. Estados Unidos, por ejemplo, ha robado Egipto a los europeos vendiéndoles cereales 40% más baratos que el precio mundial. Y les ha amenazado con represalias comerciales para conservar su mercado (aun siendo limitado) en España, a pesar de la entrada de este país en esa misma comunidad europea. Y lo que es más, habiendo privilegiado en exceso su sector cerealero, los americanos han obtenido este año un déficit en el conjunto de su comercio agrícola. Importan más productos de los que consiguen exportar. Si esta tendencia llegase a confirmarse en el segunda mitad del año, existe un riesgo importante de que erijan algunas barreras para protegerse contra esta invasión extranjera. Ello constituirá una escalada en la guerra de los cereales. ¿Es inevitable?

Si las informaciones norteamericanas sobre la mediocridad de la cosecha soviética son correctas, las cosas se arreglarán este año mal que bien. Ciertamente habrá muchas discusiones sobre las exportaciones subvencionadas, pero los stocks de invendidos no aumentarán. Mijail Gorbachov, antiguo ministro de Agricultura, no oculta sin embargo su intención de poner fin a las compras soviéticas de cereales en el extranjero. El muy competente Financial Times estima que existen bastantes posibilidades de que lo consigan y poner de esta forma "el último clavo en el féretro del mercado mundial de cereales". Las repercusiones del hundimiento de este sector sobre el conjunto del sistema comercial y financiero mundial serían catastróficas.

A la espera del fin del suspense cerealero del verano de 1986, dos datos pueden considerarse confirmados: a) El nivel de stocks acumulados en Estados Unidos y la Comunidad Europea es inaceptable pero nadie, a uno u otro lado del Atlántico, tiene la menor idea de cómo suprimirlos; b) el precio de este almacenamiento se estima en unos 400 millones de dólares anuales, lo que es más que la contribución norteamericana y europea a los fondos de ayuda alimenticia para las poblaciones víctimas del hambre.

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