El futuro de los pactos
CC 00 y UGT deben, en opinión del autor, reflexionar serenamente y sin apriorismos sobre la experiencia de los grandes pactos socioeconómicos firmados hasta ahora. Septiembre de 1986 puede ser clave para el futuro de la concertación. Lo que puede esperarse de ella, afirma el autor, es lo que cabe prever de la continuidad de la misma política en una coyuntura económica algo diferente. Pero nada que suponga una inflexión de la política que hemos conocido y sufrido.
Aquella UCD, aquel Gobierno no estaban en condiciones de cumplir lo que habían firmado en el ANE. La patronal, como siempre, sólo se preocupó de aprovechar lo que le beneficiaba. Pese a todo, durante el año que duró su existencia real resultó relativamente menor la destrucción neta de puestos de trabajo. Pero siguió creciendo el paro.Se inició ese año el cambio de signo -ininterrumpido hasta el presente- en la distribución de la renta nacional, de forma que comenzó a decrecer la parte correspondiente a rentas del trabajo en favor, obvio es decirlo, de las del capital. Se dio un impulso a la participación institucional de los sindicatos y también un tratamiento menos cerrado al litigio para el patrimonio sindical de la antigua CNS, a cuenta del cual se asignaron algunas ayudas económicas, vía presupuestos generales del Estado. Coyunturalmente, mejoraron algo las relaciones entre los sindicatos.
Llegó el 28 de octubre de 1982, con las promesas de cambio, y se negoció y firmó el Acuerdo Interconfederal de 1983, esta vez suscrito por CC OO, además de UGT y CEOE.
El AI fue un remedo del AMI, aunque de signíficación estratégica muy inferior a aquél y de contenidos más pobres. UGT y CEOE reverdecieron el modelo puesto en marcha de 1979. CC OO, reticente, aceptó, en parte porque en su seno prevalecía la idea del apoyo crítico al recién estrenado Gobierno del PSOE; y en parte bajo la esperanza de un acuerdo más ambicioso sobre el empleo. Para el Gobierno era una ayuda, por cuanto abría un período de expectativa social, que le permitía trenzar los hilos de su política económica.
Efectivamente, 1983 fue el año de la concreción del cambio. Todo lo que inició UCD, más aquello que no se le permitió llevar a cabo -generalización permanente de la eventualidad en los contratos de trabajo, reconversión industrial traumática, contrarreforma de la Seguridad Social, privatización de empresas del sector público, etcétera- lo remató o desarrolló el Gobierno del PSOE a partir de ese año. El Al expiró con más pena que gloria y el paro seguía creciendo.
Se intentó un nuevo Al para 1984. La prepotencia del Gobierno y su decisión de actuar brutalmente contra los salarios y en la reconversión industrial hicieron que ni siquiera UGT pudiera aceptar lo que se le proponía.
Hubo una fuerte respuesta obrera -Sagunto como símbolo- Insuficiente ante la magnitud del ataque sufrido, pero notable. Y llegó el AES (1985-1986). Fue el pacto de la patronal. A cambio de nada obtuvo de todo. En plena apoteosis del ajuste liberal-conservador, se llegó a aceptar el compromiso de eliminar trámites y reducir las cuantías para los despidos colectivos, así como la contrarreforma de la Seguridad Social, amén de modificar a peor el Estatuto de los Trabajadores.
Se les fue la mano. Y UGT tuvo que reaccionar marcando distancias, mientras CC OO, en un contexto favorable, consiguió promover con éxito la primera huelga general de la transición. El paro ha seguido creciendo, aunque a menor ritmo. No por el AES, sino porque el notable saneamiento del capitalismo en nuestro suelo, amén de algunos juegos estadísticos en la contabilización de los parados, han desacelerado los ritmos de años anteriores.
De la somera descripción que hemos hecho se desprende claramente que la capacidad de influir en las políticas gubernamentales por la vía de los grandes pactos se agotó en el momento que el PSOE consiguió su arrollador triunfo en 1982.
Reducido y en crisis lo que había a la izquierda política del PSOE, la cuestión para los sindicatos se limitaba a dar o no dar aval político a lo que hiciera el Gobierno. Que UGT, con periódicas tensiones respecto del Gobierno, haya dado su aval es, en cierto sentido, lógico. Que CC OO hubiese hecho algo parecido sería una especie de lento suicidio. Nunca valoraremos suficientemente el acierto de rechazar el AES. Porque lo que ha hecho el Gobierno del PSOE es sobradamente conocido.
Gestiones para la reflexión
En cuanto a las consecuencias de estos grandes pactos sobre los trabajadores, sería injusto achacarles lo que nos ha ocurrido. Probablemente, sin ellos tampoco habríamos impedido los problemas que padecemos. Porque, en última instancia, bajo la lógica económica de un capitalismo en fase de reestructuración interna, las políticas económicas progresistas habrían necesitado otras correlaciones de fuerzas y no sólo, ni siquiera fundamentalmente, en el terreno sindical.
Al principio tuvieron entre sus efectos positivos asentar nuestra débil democracia, aunque luego no impidieron que fuera poco a poco perdiendo contenidos en lo social y económico. Hoy, el poder real de las llamadas fuerzas económicas es mayor que hace 10 años. En la sociedad y en la empresa. A costa de los trabajadores y del movimiento obrero. También pasa en Europa. La claudicación de las socialdemocracias ha sido determinante.
Pero entre nosotros sí se han dado unas notas características. En ningún país europeo se ha practicado esta modalidad de concertación social, al menos en cuanto a sus dimensiones. Es decir, la implicación directa y global de los sindicatos en las políticas gubernamentales es un hecho singular.
Otra singularidad es que tenemos una muy baja tasa de afiliación a los sindicatos, aunque, dada la desarticulación social de nuestro país, seamos bastante influyentes. Pero ello no puede hacernos olvidar que, conjuntamente, nuestra afiliación no sobrepasa el 15%, de la población asalariada. También es muy negativa la mala relación entre los dos principales sindicatos.
Entra en el terreno de la especulación atribuir a estos grandes pactos la baja afiliación existente. Pienso que son otros los factores determinantes, aunque está claro que dichos grandes pactos no la han favorecido. Sí han tenido influencia en la mala relación entre sindicatos. También es real que para los trabajadores, que comprenden y defienden la necesidad de negociar a todos los niveles, estos grandes pactos han aparecido como algo impuesto por diversas razones, pero no como algo propio, que merecía la pena conquistar y defender.
La gran contradicción de los sindicatos en España es que queremos influir en las políticas gubernamentales, conscientes que de ellas se derivan consecuencias negativas para lostrabajadores y que sólo a través de ellas pueden enfrentarse con relativa eficacia los problemas del paro y de la crisis.
Pero, y ésa es la contradicción, cuando nos sentamos a negociar estos pactos lo hacemos con los trabajadores de meros espectadores y con una fuerza organizada -los afiliados- más bien precaria. Y, encima, con posiciones entre los propios sindicatos enfrentadas y, frecuentemente, mediatizadas por motivaciones partidarias.
En tales condiciones, la actitud gubernamental, patente, en aparente paradoja, durante el mandato del PSOE, es de quien otorga algo, pero jamás la de quien negocia realmente. Con quien se negocia es con el poder económico, que es el gran beneficiario.
El futuro
De cara al futuro inmediato deberíamos partir de que la autonomía sindical en su aspecto más profundo impide, en todo caso, el compromiso con la globalidad de cualquier política gubernamental. Otra cosa distinta es que, en el marco de esa autonomía, el sindicato ejerza su influencia o su presión para modificar los ejes de un programa anunciado o una política puesta en práctica. Parece claro que un compromiso que suponga un giro a la izquierda en la política económica debería ser considerado como positivo, y negativo si simplemente la avala.
Felipe González ya ha anunciado su decisión de continuar en la misma línea. CEOE ya sabemos lo que quiere. Que el papel sindical quede reducido al aval -en el mejor de los casos- de dichas políticas conduce inevitablemente, no sólo a la pérdida de autonomía, sino a la garantía de una mayor facilidad para la imposición de tales políticas a los trabajadores. La complicidad sindical viene a representar, precisamente, el mayor riesgo de debilitamiento de los sindicatos y una seria barrera a su propio desarrollo afiliativo.
Deberíamos, por tanto, comprender que en la situación actual del movimiento obrero es imposible modificar nada sustantivo de la política gubernamental por la vía de esos grandes pactos, cuya consecución por la patronal y el Gobierno se inspira exclusivamente en el deseo de desmovilización de los trabajadores. Es la acción organizada de éstos la que puede influir en las políticas gubernamentales.
Deberíamos meditar sobre una cuestión de fondo, cual es la distinción entre poder político y poder económico. Porque si bien es cierto que en la práctica no resulta nada sencillo delimitar responsabilidades, también es verdad que, desde hace algún tiempo, de los problemas de los trabajadores apenas se responsabiliza a las patronales y a sus propias políticas. Incluso la CEOE transmite un mensaje de víctima sin que los sindicatos respondamos adecuadamente. Es un asunto muy serio que lleva incluso a que el papel de los sindicatos parezca, en el caso de CC OO, como oposición de izquierda al Gobierno; en el de UGT, como de apoyo más o menos crítico. Enuncio sólo el problema. Pero anticipo que de su solución depende que se corrija la tentación de algunos de actuar como partido, y la de otros, de ser prolongación también de su partido. Con el reequilibrio que aquí se defiende podría facilitarse la unidad de acción entre ambos. Todo lo cual, subrayo, no significa dejar de atacar duramente o suavemente, cada uno, la política gubernamental mientras siga siendo la que es.
Deberíamos admitir que la relación de fuerzas entre los propios sindicatos, salvo hecatombes no previsibles, será difícil que varíe sustancialmente. Y que el peligro mayor es que algún día gobierne la derecha dura y nos pille con los precarios efectivos que hoy tenemos, sólo discretamente aceptables en las grandes empresas, y aun en éstas con notables lagunas. Si admitimos esto será menos difícil ese imprescindible avance de la unidad de acción, cuya carencia es un factor más para desanimar la afiliación.
No se me escapa que con la anunciada voluntad de UGT de seguir practicando esta concertación y con las elecciones sindicales en marcha, amén de otros problemas como el que representa que algunos quieran convertir CC OO en el sindicato de Izquierda Unida, el cambio de estrategia que aquí sólo insinúo aparece poco menos que imposible. Pero si seguimos en la inercia de este tipo de pactos, del enfrentamiento sindical, de prácticas en la acción sindical que no incentivan la afiliación. En suma, si seguimos haciendo más o menos lo mismo que estos años, o bien será en razón de que somos incapaces de hacer otra cosa, o bien que nos conformamos con lo que tenemos. Algunos no nos conformamos.
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