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Un respiro para la colonia española

Antes de la evacuación general que siguió al ataque norteamericano del pasado abril contra Libia, cuando los periodistas franceses, británicos o norteamericanos encontraban a sus tres colegas españoles destacados en Beirut siempre decían en un momento u otro aquello de "vosotros tenéis mucha suerte. España no tiene problemas pendientes con los palestinos o los shiíes". Y los españoles saltaban como un resorte: "No es cierto. En una prisión española hay dos shiíes encarcelados. Recuerda que hace poco secuestraron aquí a dos funcionarios de nuestra embajada y a un policía recién llegado de Madrid"."Pero aquello se arregló, ¿no? Los liberaron pronto", replicaban los otros. Y entonces tocaba explicar: "Bueno, aquí liberaron a los rehenes españoles, pero los shiíes siguen presos en Alcalá-Meco. La cosa parece que va a arreglarse antes del fin del verano, pero quién sabe".

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Los dos shiíes indultados, a la espera de viajar a Beirut

Ahora escucho en una emisora israelí que el asunto está liquidado, que Mohamed Rabal y Mustafa Halil han sido excarcelados y expulsados de España. Los informadores de Kol Israel dan la noticia con un tono de voz ligeramente irritado. "España libera a dos terroristas", dicen. Pero yo siento alivio por mí y por Tomás, Emilio, Encarna, Rosa, Fátima, Mika, Gaspar, Asad, Olga, Pedro, Celestino y ese, pequeño grupo de españoles, un centenar y pico, que viven y trabajan en Líbano.

El llamado asunto Rahal era hasta el presente el único contencioso que nuestro país tenía allí, aparte de los generales que se derivan de su pertenencia al mundo occidental. No era un problema con el movimiento shií en su conjunto y en particular con su rama más integrista, Hezbollah, sino sólo con una familia. Pero esa familia, residente en el suburbio de Bourj el Bourajne, estaba dispuesta a todo, absolutamente a todo, para conseguir la libertad de los presos de Alcalá-Meco. Una vez, en octubre de 1984, secuestraron durante unas horas al embajador Pedro Manuel de Aristegui, y otra, a comienzos de este año, retuvieron durante semanas al canciller, el vicecanciller y un geo.Poco después de la liberación de los hermanos Asad y Gaspar Abdo y el geo Pedro Sánchez, el embajador Aristegui recibió una llamada telefónica. Era Mahmud Rahal, el activista de Bourj el Bourajne empeñado en el retorno a casa de su hermano preso en Alcalá-Meco. El embajador le habló del bautismo del hijo que acababa de tener con su esposa libanesa. "¿Y qué es eso del bautismo?", inquirió el shií. "Pues ponerle nombre al niño. Y le he puesto uno español y otro árabe. Se llama Diego Tarek". Con la Voz desbordante de entusiasmo, Rahal disparó: "¿Y por qué no le ha dado el mío, Mahmud?".

Cafés compartidos

La anécdota revela la curiosa relación que la diplomacia española ha sostenido con los familiares de los presos de Alcalá-Meco. Una relación en la que, muy a la libanesa, lo personal, los cafés compartidos, los contactos de "hombre a hombre", han pesado casi tanto como la negociación política. Como siempre, ha sido el embajador Aristegui: "Lo importante desde el primer momento era encontrar la fórmula que permitiera salvar la situación sin abdicar de los principios. Una fórmula que evitara lo peor que puede ocurrir en Líbano, lo que les ha sucedido a franceses, norteamericanos y británicos: que la duración de los secuestros se eternice".

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Tal vez ahora el canciller y vicecanciller de la embajada en Beirut, Asad y, Gaspar, puedan tomarse unas vacaciones. Hace unos días aún estaban en el palacio del emir Chehab, la sede diplomática española en Beirut Este o cristiano, enfrascados en sus pasaportes y visados, soñando en voz alta con un próximo viaje a España.

Se suponía ya en Beirut que la liberación de Mohamed Rahal y Mustafa Halil era "cosa hecha" tras la nueva victoria socialista en las elecciones generales. "Pero...", decía todo el mundo. Ahora se respirará más tranquilo en el palacio Chehab, y sobre todo en el centro cultural español, situado en el lado oeste o musulmán de la capital libanesa, cerquita de la calle Hamra. Y, por supuesto, en las casas de todos y cada uno de los españoles que tienen en sus pasaportes el tampón de "residentes en Líbano".

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