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Juan Pedro quería ver el Norte

12 días después del accidente no hay rastro del niño que viajaba en el camión cargado de ácido sulfúrico

Amelia Castilla

Doce días después del accidente en el que fallecieron los padres de Juan Pedro Martínes Gómez, de 10 años, al volcar el camión que transportaba ácido sulfúrico en el puerto de Somosierra, nadie sabe dónde se encuentra el niño. Su desaparición se ha convertido en un misterio. Mientras los familiares del pequeño lo buscan entre los montes cercanos a la zona del siniestro, la juez que instruye las diligencias ha ordenado que se realicen análisis químicos del ácido para determinar si es posible que el cuerpo pudiera haberse disuelto por tratarse de una variante del sulfúrico capaz de volatilizarlo.

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Sus amigos le habían hablado del paisaje del Norte y a Juan Pedro se le había metido en la cabeza que quería ver a las vacas sueltas por el campo. El día de San Juan, santo del pequeño, la familia comió en casa. Juan Pedro recordó a su padre que le había prometido llevarle al Norte si aprobaba el curso. Andrés Martínez Navarro, de 35 años, camionero de profesión, no tuvo valor para negarle ese pequeño regalo, aunque impuso como condición que viajara con ellos también su esposa, para que se quedara con el niño mientras él descargaba en la localidad vizcaína de Galdácano. Carmen Gómez Legaz, de 34 años, que en un principio se mostró contraria a realizar el viaje, cedió también a los deseos del niño.El camionero había dejado por la mañana el vehículo de su propiedad, con la carga, junto a la casa de su hermana Lucía, residente en Cartagena, y se trasladó en el automóvil de ésta hasta Los Cánovas. Poco antes de las seis de la tarde la familia llegaba hasta el barrio de San Antón para devolver el coche y recoger el camión. Lucía recuerda ahora con tristeza las palabras de despedida de su hermano: "Se ha empeñado en ver las vacas y nos vamos los tres". La última vez que su tía vio a su sobrino llevaba puesta una camiseta roja y un pantalón corto blanco y estaba radiante subido en la cabina.

Pararon a desayunar

Entre las dos y las cinco de la madrugada la familia hizo un alto en el camino para dormir un poco. Alrededor de las seis de la mañana pararon a desayunar. Cuando el conductor estaba a punto de superar el último tramo del puerto de Somosierra y bajaban en dirección a Burgos, el camión cisterna pasó de una velocidad de 20 kilómetros por hora a 120, según figura en el tacómetro del vehículo, una especie de caja negra que registra la distancia recorrida y la velocidad.El camión se había quedado sin frenos. El conductor adelantó limpiamente a un primer vehículo. Al siguiente también pudo rebasarlo, aunque le arrancó el espejo retrovisor. Andrés Martínez consiguió situarse de nuevo en su carril, pero alcanzó por detrás a otro camión, cargado con vainas de bala, que acabó en la cuneta. El conductor esquivó al vehículo accidentado, invadió el carril izquierdo y golpeó en un lateral a otro vehículo pesado que circulaba en dirección a Madrid y que también acabó fuera del andén. El padre de Juan Pedro perdió el control de la cisterna poco después de que reventara la caja de cambios y volcó en el lado derecho de la carretera, muy cerca del lugar donde había caído el que transportaba vainas de bala, en un desnivel del kilómetro 94,4, en el puerto de Somosierra, casi en el límite de la provincia de Madrid.

Los cuerpos de los padres del niño quedaron tirados en la carretera y de la cisterna comenzó a fluir ácido sulfúrico, que formó una pequeña nube tóxica. Entre los restos de la cabina había ropas infantiles y unas zapatillas del pequeño. En un principio se pensó que el cuerpo del niño había quedado debajo de la cisterna. Casi 11 horas después de producirse el accidente se retiró la cabina pensando que se iba a encontrar el cadáver, pero no fue así. Los familiares del niño iniciaron entonces un infructuoso recorrido por los hospitales de la zona y la Guardia Civil recorrió las cunetas de la carretera ante la posibilidad de que el niño hubiera sido lanzado fuera del camión por sus padres al ver que se habían quedado sin frenos, o que hubiera salido despedido.

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Fuerzas de la Guardia Civil con helicópteros, caballos, perros, motos y a pie rastrearon la zona durante tres días, en un radio de 20 kilómetros, sin encontrar nada. La hipótesis mantenida por los familiares es que el pequeño, preso de un fuerte shock, salió corriendo despavorido tras el accidente. Otras versiones más rocambolescas apuntan la posibilidad de que el niño haya sido secuestrado.

El terreno donde cayó parte del ácido derramado, que fue cubierto con arena y cal viva, fue removido con excavadoras y no apareció ningún rastro. María Riera, juez de la localidad madrileña de Colmenar Viejo, que instruye las diligencias sobre el accidente, asegura que en el caso de que el pequeño hubiera sufrido la acción del ácido sulfúrico derramado su esqueleto permanecería intacto, puesto que esta sustancia no destruye los huesos. Sin embargo, la juez ha decidido jugar una carta más y ha ordenado que se realicen nuevos análisis químicos del terreno donde cayó parte del ácido para determinar si es posible que el líquido derramado fuera de una variante del sulfúrico capaz de disolver el cuerpo. Si el resultado es negativo, la juez ordenará, "tras agotar todas las dudas razonables", que conste como desaparecido.

Videntes y radiestesistas

Doce días después del accidente, que mantiene con el alma en un puño a los 400 habitantes de la localidad cartagenera de Los Canovas, donde residía la familia, nadie se atreve a aventurar nuevas hipótesis. Familiares y amigos han anunciado su propósito de no abandonar el lugar hasta que haya algún resultado. Cuando por necesidades de trabajo uno se tiene que marchar, llegan nuevos familiares a sustituirlos. En el hostal donde se encuentran alojados, muy próximo al lugar del accidente, se reciben constantes llamadas de la región murciana para ofrecer ayuda.Junto al lugar del accidente se nota todavía un fuerte y desagradable olor. Al lado de la carretera sólo queda chatarra retorcida, que es vigilada de forma permanente por la Guardia Civil para evitar que sea robada. Con los agentes que vigilan los restos casi siempre hay un familiar del niño. No pasa mucho tiempo sin que alguno tome otra vez los prismáticos y remire entre las montañas próximas. Para todos, la desaparición de Juan Pedro es un misterio que tiene que resolverse.

Con tal de encontrar al pequeño los familiares son capaces de todo. Dos primos del niño se desplazaron inútilmente hasta Bilbao, después de que se recibiera una llamada anónima en la agencia Efe según la cual Juan Pedro había sido visto en esta capital. Radiestesistas -individuos que afirman tener la facultad de detectar radiaciones emitidas por diferentes cuerpos-, videntes y parapsicólogos colaboran voluntariamente para tratar de encontrar al pequeño. Curiosamente, todos los aficionados al ocultismo sitúan al pequeño en una zona próxima a un arroyo que baja desde el pico Cebollera, del Sistema Central, en un paraje rodeado de pinares. Una vidente madrileña asegura incluso que el pequeño se encuentra semiinconsciente y con alguna fractura ósea.

Miguel Guillén, un radiestesista que se trasladó desde Murcia para colaborar en las tareas de localización, acompañó a los familiares en las tareas de rastreo durante el pasado martes. Tras la comida en el hostal donde se alojan los familiares, en la que no faltó el cordero asado y los callos a la madrileña, se inició de nuevo la búsqueda. Guillén, armado de una zapatilla y unas llaves a modo de varita mágica, dirigió la escalada al pico Cebollera. Cuatro de los familiares, uno de los cuales inició la ascensión con un puro en la boca y otro con una pistola por si aparecía algún jabalí, preguntaban constantemente: "Miguel, ¿para dónde apuntan las llaves?". La respuesta del radiestesista siempre era la misma: "Para arriba".

Desde la cima se divisaba un espléndido paisaje y se podían escuchar los mugidos de las vacas que pastaban en los prados cercanos.

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