Sentencia contra la intimidad
EL TRIBUNAL Supremo de Estados Unidos acaba de confirmar en una sentencia la legislación vigente en el Estado de Georgia -así como en otros Estados de la Unión- que sitúa fuera de la ley los actos de sodomía y de sexualidad oral cometidos entre adultos, de acuerdo mutuo y en la intimidad. El fallo viene a ratificar que tales actos pueden ser castigados hasta con 20 años de cárcel.La sentencia, que rechaza las acciones legales iniciadas por grupos de activistas en favor de los derechos de los homosexuales a vivir libremente sus relaciones personales, presenta varios aspectos inquietantes. Uno de ellos es la brutal violación de la intimidad. De hecho estos actos no se tipifican como delitos perseguibles a petición de parte, sino de oficio, y la policía puede irrumpir y detener a los nuevos delincuentes. Otro es el de la patente de corso que se abre para el chantaje, la extorsión o las presiones políticas y comerciales de todo orden, por parte de los poderes públicos o de denunciantes privados.
Al ser el Tribunal Supremo el intérprete final de la Constitución -que, a pesar de su precisión aparente y de la larga serie de enmiendas redactadas a lo largo del tiempo, tiene numerosas posibilidades de lectura-, es toda la sociedad americana la que debe entrar en el sistema ideológico dictado. Los precedentes dan ejemplo de ello en una actitud contraria. Así, el Tribunal Supremo que presidió Earl Warren, nombrado por el presidente Eisenhower, y hasta cierto punto el de su sucesor, Warren Burger, designado por Nixon, han sido ejemplos de liberalismo. Burger pasará a la historia por la interpretación constitucional que facilitó la salida de Nixon de la Casa Blanca al exigirle que entregara las cintas con sus conversaciones referidas al escándalo Watergate, y también por sus decisiones sobre el aborto, que completaban el trabajo hecho anteriormente por Warren en las cuestiones de divorcio, matrimonios mixtos y derecho a la procreación a voluntad de la pareja. A Warren se debieron también las primeras leyes sobre la igualdad racial que han ido conduciendo a una situación, si no enteramente satisfactoria, positiva a la hora de reconocer verdaderos derechos de ciudadanía a los negros. Es, por tanto, una larga y orgullosa tradición de liberalismo y de civilización la que se ha roto.
Puede que esta contrarrevolución vaya tropezando con dificultades en la maraña de leyes y de instancias jurídicas en los diferentes Estados. Naturalmente nadie piensa que los americanos dejen de practicar la fellatio o la homosexualidad a partir de ahora. En todo ello hay aspectos tragicómicos, de un puritanismo de catálogo y que busca su resguardo en el temor a la extensión del SIDA. El tejido social americano está constituido de una manera y con una dinámica tan propia que va a exceder con su comportamiento lo que ahora se legisla, con lo cual se abrirá una nueva brecha entre sociedad real y sociedad jurídica. No va a desaparecer la homosexualidad en Estados Unidos (ayer mismo, aún sin sospechar el alcance de la sentencia, el día del orgullo gay se celebraba en todo el país con grandes manifestaciones). Pero el escándalo de esta interpretación de la Constitución, capaz de propiciar los mayores abusos en su nombre, ha producido ya una furibunda reacción y no sólo en los medios directamente afectados, sino en los defensores de las libertades. Porque saben que las amenazas a Nicaragua, el bombardeo de Libia y el desarrollo del armarnentismo americano responden a esa mentalidad integrista que condena al infierno anticonstitucional al que hace el amor con la luz encendida.
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