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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

AIzaga despide al barquero

EL VEREDICTO de las urnas en los comicios del pasado día 22 de junio ha abierto, o reabierto, crisis en los partidos que fueron derrotados. Los andalucistas, el PNV, los reformistas de Roca y Garrigues viven días de zozobra por los malos resultados obtenidos, y tan sólo Carrillo, inasequible al desaliento, parece satisfecho consigo mismo. Pero es en Coalición Popular, formación que se mantiene como primera fuerza de oposición al socialismo gobernante, donde la diferente valoración de los resultados por parte de sus principales socios está llamada a provocar mayores efectos. Su líder, Manuel Fraga, ha ensayado distintas vías de recomposición política de la derecha a lo largo del último decenio, casi siempre sobre la hipótesis de que en España existía lo que él llamaba una "mayoría natural" compuesta por todo lo que quedaba a la derecha del PSOE.La experiencia ha demostrado, por una parte, que esos sectores no eran mayoritarios en la actual sociedad española, y por otra, que los eventuales sumandos de tal agregado, unidos por su rechazo al socialismo, eran demasiado heterogéneos, ideológica y políticamente, como para tejer una alternativa coherente. Las dificultades actuales de la derecha, los conflictos que se anuncian en la coalición conservadora tienen, por tanto, motivos objetivos. Sencillamente, el pueblo español no acepta en el momento presente la hipótesis de la mayoría natural. Si más de dos millones de españoles (3,5 millones si se incluye al PNV y Convergencia) han dado su voto a partidos de centro es porque su rechazo del socialismo no implica necesariamente adhesión al conservadurismo de la opción Fraga. Las cuentas que se han echado para demostrar que socialmente el PSOE es minoritario resultan, por ello, falaces. Tan falto de realismo sería pretender juntar en un mismo cesto los votos de Fraga con los de Suárez, el PNV o los andalucistas, como añadir los de Izquierda Unida o de Herri Batasuna al cesto socialista bajo pretexto de que todos ellos son contrarios a que gobierne la derecha. Al fallar, por utópica, la hipótesis de partida, es Coalición Popular la que pierde su razón de ser.

Era lógico, pues, que los socios minoritarios del conglomerado popular reaccionasen de alguna manera, intentando recomponer la oposición de centro-derecha al PSOE desde bases diferentes. La resolución adoptada el pasado fin de semana por la comisión ejecutiva del PDP de Alzaga insiste en su voluntad de respetar sus compromisos en el seno de la coalición y evitar cualquier referencia negativa al papel desempeñado por Fraga en la campaña. Sin embargo, los movimientos tácticos iniciados por el dirigente democristiano inmediatamente después de conocerse el escrutinio electoral -dimisión del consejo de dirección, propuesta de formar grupo parlamentario propio, valoración de los resultados divergentes de la de Fraga- tienen el significado inequívoco de un paulatino desenganche del PDP respecto a CP. Implícitamente, ello significa también cuestionar la figura de Fraga como líder de una oposición capaz de convertirse en alternativa al socialismo.

En un sentido general, más allá de consideraciones estratégicas o tácitas, Manuel Fraga es víctima de una injusticia. Tras el estallido de UCD, en una operación en la que Alzaga ofició de principal dinamitero, el veterano líder conservador acogió en su embarcación a los náufragos democristianos y les ayudó a cruzar el río de una legislatura dominada por la marejada socialista del 28-O. Los 22 escaños (más otros 12 en el Senado) conseguidos por el PDP el pasado día 22 se los debe Alzaga a esa hospitalidad. El que ahora despida al barquero resulta poco edificante.

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Ese despido formaba parte, probablemente, de la estrategia centrista del PDP, que desde hace tiempo venía haciendo cálculos sobre la entidad del grupo que podía resultar de la suma de sus propios parlamentarios más los que obtuviera el PRD. Las cuentas de la lechera incluían la posterior atracción hacia dicho grupo de los nacionalistas vascos y catalanes, ideológicamente próximos a la democracia cristiana, lo que a su vez convertiría el invento en polo de atracción para el centrismo residual de Suárez. El cántaro se rompió por el lado de la operación Roca, y ahora el planteamiento tiene que ser más cauteloso y dilatado en el tiempo.

La comisión ejecutiva del PDP afirma ahora que a lo largo de la legislatura el Partido Demócrata Cristiano ha carecido de voz propia en las cámaras, lo que ha impedido que su "mensaje de libertad, justicia y solidaridad" haya llegado con nitidez a la sociedad española. Ciertamente, la fuerte personalidad de Manuel Fraga, así como el abrumador peso de Alianza Popular en la coalición conservadora, han impedido a sus socios menores brillar con luz propia durante los últimos cuatro años y diferenciar sus propuestas específicas en el curso de la reciente campaña electoral. Pero cabe también preguntarse si acaso no era ése el precio inevitable de la elección hecha por Alzaga en 1982. Adolfo Suárez pagó con la soledad -y el fracaso del 28-0, prolongado luego en las autonómicas gallegas- su negativa a buscar cobijo bajo el paraguas de Fraga, pero cuatro años después no sólo ha conseguido su propio grupo, con un número de diputados comparable al de Alzaga, sino, sobre todo, acreditar una marca propia. En ello consiste la ventaja que el ex presidente del Gobierno lleva a su competidor en la tarea de construir una alternativa desde el centro.

Alzaga ha llegado a la conclusión de que Fraga, incapaz de superar su techo, ni come ni deja comer. Pero no debe de ignorar que el dirigente aliancista sigue siendo el único líder que ha sido capaz de producir la derecha a lo largo de la transición. De ahí el tono cauteloso del desmarque ahora iniciado. La comisión ejecutiva del PDP evoca el antecedente francés para reclamar "fórmulas de cooperación flexibles que respeten la identidad" de cada componente de la coalición, y pretende que el propio Fraga avale su pretensión de separar del grupo parlamentario de CP a los 21 diputados democristianos.

Pero si abusivo es intentar que el líder conservador español se convierta en cómplice de su propia liquidación política, objetivo último de los movimientos tácticos ahora iniciados, no menos abusiva es la referencia a la situación francesa, con un sistema político presidencialista que cuenta con un fuerte partido de extrema derecha -el capitaneado por Le Pen- y en el que el partido mayoritario de la derecha, el RPR de Chirac, recoge la herencia del gaullismo.

Alzaga se enfrenta a tareas que probablemente superan sus fuerzas. Su llamamiento a la consolidación de un gran partido de centro que, desde los ideales de libertad, solidaridad y justicia social, colme el vacío de representación que hoy sienten muchos españoles" da por supuesto que los destinatarios del mensaje, ese electorado moderado pero no conservador, identifican los valores evocados con un partido dirigido por los autores de la voladura del centro y que no dudaron, llegado el caso, en unirse a la tripulación capitaneada por Fraga.

Es posible que esa suposición sea correcta. Pero más probable parece que el perfil de sociedad mayoritariamente moderna y laica que hoy ofrece España, tan distinto, por ejemplo, de una Irlanda que acaba de rechazar el divorcio, sea un obstáculo difícil de franquear para los estrategas democristianos.

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