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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La ruleta del fútbol

LA DERROTA de la selección española de fútbol ha sumido al país en la desilusión. Suele ser delicado tratar con esta clase de emociones que provienen menos de lo real que de lo imaginario, pero es cierto que de súbito en la madrugada de ayer se ha quebrado una ilusión que mantenía en vilo a la casi totalidad de la población. Con la azarosa serie de los penaltis se ha acabado la excitación que acompañó durante varias noches a millones de personas y su resultado es una sensación de fatal desesperanza.Acaso la frustración no habría sido tan sensible si el equipo hubiera repetido ante la selección de Dinamarca, aun venciéndola, una actuación similar a la de los encuentros de la primera fase. La desolación del aficionado y del no aficionado se produce ahora especialmente porque con aquel partido pareció que se contaba al fin con un equipo capaz y brillante, lo que sin duda constituía un acontecimiento sin demasiados precedentes. La historia de la selección nacional no ha ofrecido base, a despecho de la mitología relacionada con la Olimpiada de Amberes y el Mundial de Brasil, para crear un merecido orgullo. Por añadidura, las dos últimas copas del Mundo, en Argentina y España, sirvieron para convertir el bochorno en una expectativa humilde frente a la siguiente Copa de Europa, en 1984. El hecho, sin embargo, de que allí se alcanzara la final y que en la fase de clasificación para México se obtuvieran resultados positivos contribuyó a elevar las ilusiones.

La selección española ha venido a caer, sin embargo, frente a un rival inferior técnicamente, aunque más afortunado en la pugna. La decepción que se obtiene de este fracaso es, por tanto, mayor. De una parte, se despeña un pronóstico enaltecido; de otra, la selección sucumbe en una jugada de infortunio. Algo de todo esto se proyecta sobre la conciencia del ciudadano en cuanto colectividad y le hace sentir el resultado como un augurio, incluso sobre otros ámbitos.

El fútbol, a diferencia de otros deportes que se juegan con las manos y en pistas artificiales, a cubierto y más reducidas, conlleva unos mayores elementos de indeterminación. Interviene el azar, a causa de las imperfecciones del terreno, los efectos climatológicos y el menor control de los golpes con las botas. También a causa de las distancias son más los errores de arbitraje. Es posible, por tanto, como demuestra la existencia de las quinielas, equipararlo a la condición de una lotería e interpretar sus resultados como la sentencia de un inextricable oráculo.

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Igualmente, no parece que el sistema de eliminatorias empleado en México tras la primera fase sea el más racional para dilucidar qué equipos merecen encontrarse en las semifinales. La eliminación de Brasil ante Francia o de la Unión Soviética y España por Bélgica han reunido demasiados acontecimientos, desde el azar hasta el desmán arbitral, para que a estas alturas pueda hablarse, sea cual fuere el resultado final, de un auténtico campeón del mundo. Lejos de ser una oportunidad de establecer una clasificación de la calidad de los conjuntos, la Copa del Mundo es, de este modo, una ruleta que favorece los elementos más espurios del juego.

En el caso de la selección nacional, que regresará hoy a España, puede decirse que pocos de los componentes azarosos le han sido propicios. Seguramente es discutible que la selección fuera tan grande como para disputar una semifinal, pero es claro que nunca fue inferior a los puntos que obtuvo. Con demasiada frecuencia, el aficionado está habituado a aceptar la injusticia y la suerte en el fútbol. No tiene, sin embargo, por qué ser así. El caso de México sirve para mostrar que un sistema dé liga hasta la semifinal, como se practicó en España, es más adecuado para ponderar la capacidad de los equipos, y enseña esta competición que el abusivo poder del árbitro, en menosprecio de la tecnología, es un anacronismo.

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