Del cambio al comunismo
LA IDEA del cambio resumía, con gran eficacia, el mensaje que llevó al PSOE a la victoria electoral de 1982. Cambio es una palabra que evoca impulso, audacia, salto. Cuatro años después ha sido sustituida por la continuidad. Ir "por buen camino" implica invitación a perseverar, a evitar, justamente, los riesgos de modificar el itinerario. Consecuente con ese mensaje central, el programa socialista para las elecciones del domingo combina la "puesta en valor" -como diría González- de lo transitado con la promesa de mantener el rumbo. ¿Para llegar adónde?El mensaje socialista es que la reforma es el método más eficaz para modernizar la sociedad, si bien dicho método implica, por su propia naturaleza, tiempo y continuidad: el tiempo de otra legislatura, como mínimo, y la continuidad y la ausencia de incertidumbre que derivarían -en opinión del partido del Gobierno- de la consecución de la mayoría absoluta.
Escaldados por la experiencia, los socialistas han evitado incluir promesas similares a las de 1982, y el programa actual es más un catálogo de propuestas genéricas bastante descafeinadas, por utilizar el lenguaje querido al propio PSOE. Su hilo conductor es que, afianzada la libertad y pasado lo peor de la crisis, es el momento de avanzar hacia una sociedad más igualitaria. La idea de sociedad abierta, tomada del filósofo Karl Popper, decisivo en la formación de los ideólogos actuales del PSOE, es deslizada en el programa como la síntesis ideal a que se aspira. Una sociedad en la que la igualdad se mida en primer lugar en términos de libertad: igualdad de la libertad como bien público por excelencia. Pero junto a la declaración de principios sonoros, son muy pocos los indicios en el programa de que esta libertad vaya a encarnarse en medidas concretas. Y se deja a la imaginación del elector o a la voluntad de los gobernantes la puesta en práctica de tan bellas ideas.
La potenciación de una mayor participación de las mujeres en responsabilidades públicas, acciones orientadas a reforzar las posibilidades formativas y culturales de los jóvenes, el impulso de la democracia industrial en el interior de las empresas, la extensión de los beneficios de la Seguridad Social, la garantía de un acceso igualitario a la enseñanza, la acentuación de la función redistributiva de la política de inversiones públicas, son algunas de las medidas orientadas en esa dirección igualitaria. Pero suenan más a declaraciones de principios que a otra cosa. Desde luego, para nada a un programa de gobierno concreto.
La introducción de factores de productividad y competencia en el sector público, el mantenimiento de una línea de contención salarial, la voluntad de estimular la inversión privada, definen una política económica predominantemente liberal y muy poco diferente de las propuestas de los partidos del centro derecha. El énfasis puesto en las nuevas tecnologías es estrictamente voluntarista, pues no va asociado a compromisos presupuestarios concretos.
En estos cuatro años, la inexistencia de alternativas solventes, tanto
la derecha como por la izquierda, ha permitido al PSOE gobernar sin las presiones que fueron estrechando el campo de maniobra de los gobiernos de centro derecha que le precedieron. Esa falta de competidores creíbles permitió incluso a los socialistas modificar sobre la marcha, y sin grave quebranto, algunos de los presupuestos ideológicos y programáticos que les llevaron al poder. Los incumplimientos del programa de 1982 han sido clamorosos, y a ello se debe la vaguedad de las propuestas de la campaña actual, la resistencia a abrir un debate político sobre lo que le sucede a este país. En realidad, si bien se mira, la campaña ha girado sobre la campaña misma, sobre la necesidad o no de hacer debates entre los líderes, sobre el comportamiento de la televisión pública en estos días, sobre los insultos y las injurias cruzadas. Los grandes temas, la reforma de la Administración, el Estado de las autonomías, la ley Electoral, los problemas constitucionales vigentes, los gastos de defensa, la inexistencia de una educación igual y de calidad para todos, de una sanidad pública digna, de una infraestructura de transportes adecuada, de una Administración de justicia a la altura de los tiempos y de las necesidades de los españoles..., todo eso ha estado ausente. El programa socialista carece del nervio regeneracionista y reformador del de hace cuatro años. Y parte de la suposición de que durante la legislatura que acaba se ha progresado tanto en esa línea, y de tal manera, que es preciso continuar el camino emprendido. Este continuismo se hace desde la vaguedad de las promesas y desde la necesidad compulsiva que los socialistas sienten de mantener su mayoría absoluta. La gente, en definitiva, ha de entender que el programa del partido del Gobierno no es otro que su balance: seguir con lo que hay.
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