4. Gerardo Iglesias
EL SECRETARIO general del PCE y cabeza de lista por Madrid en la candidatura de Izquierda Unida, Gerardo Iglesias, es un joven político sin experiencia parlamentaria alguna, que se ha visto obligado a soportar la situación excepcional de dirigir su partido sin poner los pies en las Cortes. Lo cual resulta bastante grave en una época en la que la mayor proyección pública de los dirigentes la ofrece el Parlamento, convertido no tan sólo en lugar de representación política, sino sobre todo en lugar de la representación de la política.Gerardo Iglesias, Gerardín para los amigos, fue elegido secretario general a instancias de Carrillo, por su origen proletario y también por su pretendida inexperiencia, que habría de facilitar la dirección de Carrillo desde fuera. Pero Gerardín salió respondón y reclamó para sí todo el poder propio del secretario general, sin ningún tipo de padrinazgo o de gobierno desde la sombra. Iglesias cuenta con un buen currículo, que le proporcionó fama de dirigente duro cuando ocupó la secretaría general del PCE de Asturias. O sea, que su experiencia no era tan corta y, a mayor beneficio, su imagen desdecía de la tradicional de los líderes del PCE. Ahora no estamos seguros de que este cambio , basado en la apariencia de una juventud prolongada, un lenguaje afectado y unos trajes excesivamente planchados, haya dado los réditos apetecidos.
A la cabeza de Izquierda Unida, Iglesias coincide otra vez con algunos de los renovadores, expulsados del PCE a instancias de Carrillo; con los flecos de la plataforma anti-OTAN, en la que el cóctel de ideologías y partidos le permite soñar en una nueva alternativa, y con los comunistas auténticos Enrique Líster e Ignacio Gallego, que jamás han pensado en alianza alguna que pueda modificar la, esencia misma de la doctrina marxista-leninista y de su organización. Tanta coincidencia es, a pesar de todo, un mérito a anotar en la capacidad de diálogo y posibilismo del secretario general del PCE. Pero también un reto de funámbulo, que a lo peor puede terminar en una caída aparatosa. La imbricación del PCE en un conglomerado variopinto de partidos e ideologías será una buena cosa si de ella surge una fuerza suficiente, capaz de cohesionarse en la acción parlamentaria y de capitalizar en sucesivas contiendas electorales el actual pacto. O, en otras palabras, si el actual despliegue electoral, eminentemente táctico y coyuntural, se traduce en propuestas estratégicas. No puede descartarse que, a fin de cuentas, toda la operación se reluzca a una forma elegante de ofrecer una cancela para que las ovejas descarriadas del PCE regresen al redil. Pero esto puede valer para los renovadores; difícilmente para los prosoviéticos, más próximos en ideología, en talante personal e incluso en edad, a Santiago Carrillo. Por lo demás, es tal el alud de oportunismos, resentimientos y materiales exóticos que se ha precipitado sobre esta coalición que el juicio sobre su futuro se hace, por el momento, casi imposible.
Todo lleva a concluir que Gerardo Iglesias ha arriesgado mucho en la operación, que puede acabar con su aún corto reinado sobre el comunismo hispano si los resultados electorales no son los apetecidos. Lo que todavía no está claro es si esa disposición sorprendente a aliarse con toda clase de personajes -incluidos los de obediencia a Moscú y los del misterioso y peripatético Partido Humanista- procede de una visión estratégica o de una ingenuidad operativa. En cualquier caso, el secretario general del PCE va a ganar algo en concreto: nunca ha estado en el Parlamento, y gracias a esta macedonia de cosas que ha metido en sus listas electorales, tiene garantizado su escaño, desde el cual podrá proyectar su imagen y su liderazgo. Otra cosa es saber hasta qué punto todo ello beneficia al comunismo español, fragmentado hasta la náusea.
Las elecciones van a darle a Iglesias la oportunidad de que empiece realmente su vida pública. Quizá ése sea el momento de comenzar a ser más exigentes con él y con el juicio de su actividad política. Hasta ahora lo único que sabemos es que transmite un lenguaje casi tan socialdemocrático como el de los socialistas, que ha arriado sus símbolos con vistas a las elecciones y que no ha pedido certificado de origen a ninguno de cuantos han querido unírsele. Pero ni siquiera los leninistas se lo echan en cara.
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