'Consorcio' bipartidista 'versus' asociacionismo
Acabo de leer, con tanta atención como necesaria fue mi paciencia, los programas electorales o de gobierno que presentan el PSOE y CP. Se comprende que los socialistas repitan hasta la saciedad su propósito de consolidar lo que ellos llaman avances económicos y sociales.Se hace más difícil comprender que CP mimetice a la contra a su adversario. Quien admite el planteamiento del teorema, formulado por el adversario, sólo puede presumir de ser más listo en la forma de despejar la incógnita. Pero los viejos problemas sólo se resuelven con nuevos planteamientos. El aburrimiento, por no decir la desesperanza que se cierne como un nubarrón cárdeno sobre la campaña electoral, tiene su gran cómplice en esta falta de originalidad de las dos fuerzas políticas más poderosas.
Se pretende hurtar a la sociedad el debate ideológico. Sólo interesan las clientelas. Se atenaza al lector en el círculo diabólico de los dilemas retóricos, tales como aquí no hay sociedad, ni parece que vaya a ser posible en mucho tiempo". Sin embargo, ambos grupos contendientes admiten y anuncian en sus programas el protagonismo de la sociedad, sin articular estrategias ni comprometerse a incentivar seriamente el asociacionismo que está en la Consitución y que cada vez aparece más claramente como el camino real de esa participación libre y solidaria. Los socialistas pretenden formar a los ciudadanos para que exijan sus derechos frente a la Administración, pero siguen confiando al Estado el protagonismo de ese cambio social y cultural. No parecen preocuparse por la "libertad de asociación" (Constitución artículo 22), que no puede desligarse del artículo 9,2, que habla de las libertades "reales y efectivas" de los individuos y de los grupos: remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud". El programa de CP dedica un capítulo pobre a esta libertad esencial. Promete una "ley reguladora del derecho de fundación", consagrar legalmente "la plena autonomía de los colegios profesionales", reconocer la representación de los agricultores españoles a través del mantenimiento de las cámaras agrarias. Como si se tratara sólo de restaurar edificios vetustos para cobijar antiguas clientelas. ¿No estamos ante el reto de crear un nuevo y estimulante marco político en el que el ciudadano no sólo disfrute de la libertad de pertenecer y crear asociaciones civiles, sino de conseguir que éstas llenen los vacíos y suplan en no pocos aspectos lo que el Estado y el poder político coactivamente no pueden alcanzar?
Alexis Tocqueville, en su obra clásica La democracia en América, dice lo siguiente: "Los americanos de cualquier edad, condición o tendencia se unen continuamente. No forman solamente asociaciones comerciales o industriales en las que todos participan. Existen miles de especies de asociaciones para organizar fiestas, fundar centros docentes, construir albergues, etcétera". Esta observación no ha perdido su originalidad. No tiene sentido hablar de libertad de asociación sin crear un marco estimulante para la libertad de los medios de expresión. Ni libertad religiosa sin libertad de las religiones. En la complejidad creciente de los sistemas económico, social y cultural, la diversificación sólo encuentra el camino del diálogo, entre Estado y ciudadano, desde la transparencia asociativa y la vertebración de los intereses grupales. Apuntamos aquí cuatro argumentos elementales qué no parecen tomarse en serio en ninguno de los dos programas electorales aludidos.
Los socialistas buscan con toda razón la solidaridad. Es menos que la fraternidad, pero nos daríamos con un canto en los dientes si consiguiéramos al menos la primera. El localismo, la afinidad de convicciones morales, los intereses profesionales son ímpetus primarios de solidaridad que se recortan frecuentemente por miedo al corporativismo. La privatización, el individualismo y el burocratismo gris son las desviaciones de ese anhelo humano de sentirse libre en el contexto más inmediato. Una inmensa fuente de energía democrática queda empantanada en el dirigismo estatal.
El segundo componente de la asociación civil es la aceptación del riesgo de la opción libre. Las estructuras estatales son demasiado grandes y anónimas para conseguir la participación directa en algo común, aunque sea de ámbito reducido. De la participación asociativa se pasa sin esfuerzo a la gestión creadora. Los liberales conservadores hacen continuos actos de fe en las libertades, pero no ofrecen claramente un marco nuevo para que éstas se articulen y sean creadoras de bienestar social.
Una asociación libre, por humilde que sea su objetivo, moviliza muchos más recursos humanos que una organización impuesta desde arriba. El modelo más perfecto del Welfare State no llega más allá de la asistencia anónima y burocrática. Los derechos del enfermo, por ejemplo, no son un nuevo invento, sino una respuesta espontánea a la deshumanización de las grandes estructuras sanitarias.
El voluntariado, la entrega desinteresada que surge en la asociación, es otro de los grandes recursos que perfeccionan la convivencia democrática. Entre el asociacionismo y el voluntariado, aunque no se confunden, existe una relación estrecha. De la adhesión voluntaria a la convicción compartida y a la colaboración no hay más que un paso.
Un pueblo vitalista como el español no ha disfrutado nunca de la libertad de asociación. Los derechos sociales y civiles, las necesidades reales, se descrubren y gestionan en el asociacionismo. Los obispos españoles acaban de decir que no conciben una sociedad democrática sin una tupida red de asociaciones. La Iglesia siente también el desaflo del asociacionismo dentro de ella. La madurez del laicado católico tiene ahí su prueba. Los recientes acontec.imientos de la FERE y la Concapa, en el tema de los centros concertlidos, demuestra que queda un largo camino por andar. Pero este tema es preferible abordarlo en la próxima ocasión que brinde este mismo diario.
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