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Control antiterrorista en alta mar de las milicias cristianas libanesas

Las Fuerzas Libanesas, milicias cristianas unificadas, han aprendido de Israel y Estados Unidos que la lucha, antiterrorista no tiene límites. El pasado jueves obligaron a regresar a aguas libanesas a un barco de pasajeros que, camino de Chipre, ya surcaba las internacionales. Luego abordaron a mano armada el buque e interrogaron a varios pasajeros. Navegar por el Mediterráneo oriental es una aventura.

El capitán del Empress despejó las últimas dudas de sus pasajeros: "Todo el mundo debe concentrarse sin demora y provisto de pasaporte en el salón bar", dijo, a través de la megafonía. Ya estaba claro, los milicianos que habían abordado al buque en su trayecto, desde el puerto cristiano libanés de Junieh al grecochipriota de Larnaca no venían a entregar una maleta olvidada. Se adivinaba desde el primer momento, al ver cómo el cañón y las dos ametralladoras de su lancha patrullera barrían con descaro la cubierta del Empress.Hasta entonces, el barco había sido un transporte atestado de seres felices, la mayoría libaneses, que huían temporal o definitivamente de la guerra. Los más jóvenes se bronceaban; los de mediana edad jugaban al black jack en el bar. Pero Líbano no se deja tan fácilmente.

A las 19.30 del pasado jueves el Empress ya debía haber llegado a Larnaca. En vez de eso, acababa de ser obligado a detenerse por una patrullera gris con número 301 y una bandera blanca con un cedro verde en el centro. La insignia era de las Fuerzas Libanesas, las milicias cristianas unificadas que, a partir de sus falangistas, creó el difunto Bechir Gemayel Ellas, y no el presidente, el Ejército o la policía, son la ley y el orden en su territorio. De la patrullera había salido una chalupa neumática con cinco milicianos armados con metralletas. El quinteto había subido a bordo. El capitán confirmaba por los altavoces los peores temores del pasaje. Aquello era un control, un secuestro, una extorsión, un nuevo Achille Lauro; en fin, algo fuera de programa.

Micrófono en mano, el jefe de los milicianos leyó una lista de nombres libaneses, uno, dos, tres, hasta ocho. Los reclamados se pusieron en pie, intentaron componer sonrisas de seguridad y desaparecieron escoltados. Sólo uno no respondió a la Rapiada.

Pasó el tiempo, y sin que nadie se moviera comenzó a circular la información, a media voz. Aquello, en efecto, no era normal; sucedía por primera vez en la línea Junieh-Larnaca. El Empress no sólo no estaba a punto de arribar a Chipre, sino que se encontraba aún en aguas libanesas. A la hora de comer se había recibido un aviso por radio de los milicianos cristianos para que diera media vuelta, rumbo otra vez a Junich. Los milicianos buscaban a "un hombre muy peligroso" que iba a bordo. Los tipos de la lista estaban siendo interrogados. Una hora y pico después del abordaje las Fuerzas Libanesas dejaron el Empress. Estalló una salva de aplausos y los pasajeros se agolparon en la cubierta para ver quién era el detenido. Pero no, los asaltantes sólo habían capturado unas pepsi colas y unos bocadillos.

A la una de la madrugada del viernes, con seis horas de retraso, el Empress atracó en Larnaca. Elías Abdo, hombre de negocios, medio libanés, medio venezolano, conocía el fin de la historia. "Buscaban a un tal Antoine S.". "Las Fuerzas Libanesas recibieron un soplo de que era el autor de los últimos atentados con coches bomba en Beirut Este y que viajaba en el Empress. Pero, ¿sabe usted?, era un niño de cuatro meses. El que no se levantó al escuchar su nombre".

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