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El espectáculo debe continuar

La función no se suspende por ningún motivo; aunque llueva, el director esté enfermo, los actores afónicos o la sala vacía. El espectáculo debe continuar fue una consigna teatrera en, épocas más heroicas, y hasta dio título a una novela de Elmer Rice de bastante éxito. Del teatro pasó a la vida, en operación que hubiera causado el regocijo de Oscar Wilde o de Kafka, porque encerraba una descripción de ciertas conductas humanas, desde el fútbol a la cirugía: continuar con aquello que debemos hacer o creernos que debemos hacer, a pesar de todas las adversidades. Sin ninguna firivolidad, podemos decir que fue hasta un imperativo revolucion ario: continuar la lucha,a pesar de que las condiciones objetivas hayan cambiado, el enemigo esté reforzado o el momento histórico no sea el más oportuno. Como si aquello que se ha empezado alguna vez (función de teatro, acción política, construcción de una central atómica, etcétera) provocara una inercia en la misma dirección.Tengo los ojos irritados por la contaminación mientras escribo estas líneas, respiro con dificultad y me escuece la garganta. Estoy así desde hace varios días, a pesar de que, según los diarios, la televisión y algunos científicos, el accidente de Chernobil no afecta a España; será inofensivo para mis huesos, mis pulmones y mis descendientes. Leo por todas partes que los soviéticos (y los norteamericanos, y los franceses, y los indios, y los japoneses) continuarán con sus ejercicios nucleares, toda vez que hemos sobrevivido a éste. Muy bien. El espectáculo debe continar. No hay marcha atrás en los proyectos. No hay revisión en la filosofía. Seguiremos pagando impuestos o destinando sumas billonarias para la explotación nuclear porque el espectáculo empezó hace mucho tiempo y la función ya no puede detenerse. Es como una carrera de circuito cerrado: no se puede parar hasta el final.

Cuando voy al teatro sé a quién corresponde el sueño que se escenifica. Hay un autor a quien responsabilizar de la fantasía. Pero cuando me escuece la garganta, no es mi sueño, no sé quién lo ha montado. No deja de ser tragicómico que en la era de la información, la inmensa mayoría de los consumidores de información, es decir, nosotros, ignoremos por completo a los autores y responsables de la escena en la que intervenimos. Es una información, pues, ilusoria o firivola: ella misma se ofrece a la venta, como coartada de los secretos que ignoramos. La mayoría de los peligros que nos acechan como especie son materia reservada: la venta de armas, los proyectos de guerra, los sistemas de defensa, la distribuición de los bienes, la investigación de esto o de aquello. A cambio se nos ofrece la ilusión de una gran cantidad de información acerca de cosas intrascendentes: cotilleos, política doméstica, récords y deportes.

Se abre una espita, estalla una bomba se contaminan las aguas, y los ávidos consumidores de información diaria, los tontos inocentes, ignoramos casi todo acerca del accidente; quieren protegernos del pánico, cuando el único miedo posible es la ignorancia; al protegernos del pánico, en realidad, lo único que protegen es su secreto. Porque el espectáculo debe continuar: una vez iniciado, nadie puede pararlo. Se procrea a sí mismo, como una inmensa madrépora. Y nos van a dejar el teatro vacío, en cualquier momento, ocupado sólo por sus locos cacharros nucleares. Como el sueño de niños psicóticos y omnipotentes.

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