Isabel Pons
Un exilio en tomo a la pintura a través de Suecia y Brasil
Isabel Pons llegó a Brasil hace 30 años, en una escala técnica que se ha prolongado hasta hoy. Viuda de un marino de guerra republicano, su vida ha girado siempre en tomo a la pintura. Empezó en Barcelona, con poco más de 20 años, haciendo lo que nadie quería: pintar caras de niños. Luego ha obtenido premios en las bienales de Venecia, Cracovia y Sáo Paulo, y sus trabajos sobre lienzo y su obra gráfica se encuentran en 29 museos; entre ellos, los de Arte Moderno de Nueva York, Viena, Praga, Tel Aviv, Ginebra, Londres, Madrid y Cuenca. Su aproximación al celuloide se plasmó en los figurines para Orfeo negro.
Su vinculación con un militar republicano no impidió que el general Franco la nombrase en 1957 dama de Isabel la Católica, condecoración que ella explica así: "Sin saber que era mujer de rojo se enteró de que había hecho los retratos de Evita Perón, del príncipe de Suecia, del presidente de Uruguay y de Greta Garbo". Ahora, a sus 74 años, en medio del silencio de la Administración, la Delegación de Cultura, de un municipio del sur madrileño, Alcorcón, ha organizado una muestra retrospectiva de su obra que ha sido muy bien acogida. Como recuerdo entrañable señálala concesión por el Rey de la Encomienda de Isabel la Católica.Insiste en que a los 30 años "ya vivía de la pintura", lo que para ella fue dificil "por ser mujer y ser bonita". Y rápidamente afirma: "Yo no soy feminista". Explica que en Barcelona realizó portadas para la revista Lecturas y reconoce que nunca sería picador de toros ni boxeador. Cuando decidió dejar España tenía una convícción: "Cualquier país me aportaría lo que aquí no encontraba". Con ayuda del cónsul honorario sueco hizo un viaje a Estocolmo en el carguero Hyspania, que iba camino del desguace.
Para Isabel fue el comienzo, porque su larga estancia en los países escandinavos anularía la posibilidad de seguir dibujando caras de niños. Decidió entonces marchar a Argentina, pero Río de Janeiro le subyugó en el camino.
De Brasil, cuya nacionalidad adoptó dice que fue "como una goma de borrar". Las influencias europeas en su pintura desaparecieron: "Estuve cuatro o cinco años pintando temas locales y al final quedé yo sola y mudé el ritmo de mi lenguaje y de mis escuelas". Allí encontró el grabador ."¿Cómo?", se pregunta: "Buscando", porque dice encontrarse muy lejos de cualquier inspiración en el arte, no entender de musas y compartir plenamente con Picasso que sólo es posible la búsqueda desde el trabajo.
La definición del grabado pasa para ella por una nota, la herramienta, y una concepción, artesanía pura. En oposición a la tela, "un Miura que produce un miedo que sale por todas partes", con el grabado se siente "en casa", sin temor a estropear la chapa. Tras partir del arte como "dominio manual de una técnica que permite su transformación", cree que no hay una escuela de grabadores y de aquí su sentimiento de libertad. ."Lo que explica que yo me haya volcado en él", dice. "Es que en pintura se ha dicho casi todo y en grabado casi nada".
La práctica fue su método desde la cátedra de grabado del Instituto de Bellas Artes de Río. De sus alumnos destacan mujeres, porque se trata de una labor muy minuciosa, de música de cámara".
Convencida de que llegó a América "en el momento justo", cuando comenzaba a desarrollar se la técnica gráfica entiende que allí encontró los colores "porque la luz es elemento fundamental y no caben los grises parisienses".
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