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Sobre la conciencia de defensa nacional

Hojeando publicaciones militares europeas, llama la atención la creciente insistencia con la que altos mandos militares, algunos ministros de Defensa y otros responsables político-militares advierten sobre la necesidad de crear o reforzar en sus pueblos algo que en España se ha dado en llamar la conciencia de defensa nacional. Aparte de la inconcreción de esta expresión -que puede aplicarse a contenidos muy diversos, como después se considerará-, sorprende a veces escuchar tales exhortaciones a los mismos que con frecuencia afirman que los problernas de la defensa son tan complejos que sólo los especialistas pueden abordarlos con posibilidades de éxito. Resulta así evidente la paradoja de querer, por una parte, suscitar la particípación de la población en algo que, por otro lado, es, sistemáticamente sustraído al debate público. Está aun reciente en España el hecho de someter a referéndum un importante, asunto de política de defensa -práctica todavía poco usual en otros países-, aunque, lamentablemente, el resultado quedó algo ensombrecido al proyectarse sobre el referéndum otras consideraciones de política interior, lo que impidió que llegara a cuajar un verdadero. debate público sobre política de defensa. Es indudable, no obstante, que la calidad de la información que, mediante libros, revistas, artículos, conferencias, etcétera, Regó al alcance de la población, hizo concebir esperanzas de que un debate real y más sosegado sobre la política de defensa es todavía posible para el pueblo español. Poco después, una controvertida acción militar extranjera, que ensangrentó costas próximas de nuestro más histórico mar, implicando forzosamente a la política exterior española, puso de relieve una vez más las insospechadas repercusiones de toda política de defensa en la vida de los pueblos, y la dificultad de coordinar alianzas entre países cuyos intereses reales no siempre son convergentes.Al analizar con más detenimiento algunas exhortaciones a la creación de una conciencia de defensa nacional -y también atlántica ("¡no hemos sabido vender nuestro producto!", se lamentaba un alto responsable de la OTAN ante las multitudinarias manifestaciones que los euromisiles provocaron en varias capitales europeas)- se aprecia una gran vaguedad en los conceptos. En unos casos, lo que parece pretenderse es, sobre todo, convencer a los pueblos de los puntos de vista de la tecnocracia de la defensa, sin aducir razones convincentes, sino exigiendo fe en la buena voluntad, en el patriotismo (o en el atlantismo, según el caso) y en la competencia técnica de los planificadores de la defensa. Pero éstos, como todo planificador de cualquier otra cosa, suelen equivocarse de cuando en cuando, tanto en las estimaciones de las amenazas que han de afrontar como en los efectos obtenidos por los medios puestos en práctica, y a veces, incluso, en la concepción global estratégica adoptada, como tan patentemente se puso de relieve en marzo de 1984 con el proyecto Kissinger de reorganización de la OTAN.. Y así no puede exigirse fe a los pueblos que, por el contrario, contemplan como resultado de todo ello un rearme permanente y viven una constante preparación para la guerra, en un mundo en el que los gastos militares se han disparado hacia niveles exorbitantes. ¿Qué conciencia de defensa nacional puede crearse así?

En la práctica, sin embargo, la conciencia de defensa nacional suele verse reducida a algo más simple: lograr la aceptación de las fuerzas armadas (o de las alianzas en que están sumidas) y de los gastos que éstas implican, y a esto es a lo que generalmente tienden las exhortaciones a que inicialmente me refería. Esta aceptación pasiva queda ya muy lejos de las teóricas aspiraciones iniciales a hacer partícipe a toda la población de la necesidad de defenderse y a esperar que, de modo casi voluntario y entusiasta, coopere a la defensa nacional (o atlántica). Porque para esto último -¡nunca se insistirá bastante!- es necesaria la participaci6n activa de la población en las decisiones que afectan a la defensa, mientras que para aceptar resignadamente el coste de unas

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Sobre la conciencia de defensa nacional

Viene de la página 11fuerzas armadas y de una defensa gestionada por una inaccesible tecnocracia basta instalar en la población el convencimiento de que la defensa es un mal menor inevitable, que conviene soportar para rehuir otros inconvenientes, muchos de ellos de orden interno. Resulta obvio, por otra parte, que el grado de aceptación de las fuerzas armadas (o de las alianzas militares) y de los sistemas de defensa depende de la utilidad relativa que unos y otros reporten a cada país y, dentro de ellos, a cada grupo social. En algunos países del Tercer Mundo, donde las fuerzas armadas son todavía un mecanismo más de opresión de gran parte de la propia población, este problema ni siquiera se suscita, pues en ellos pretender crear una conciencia de defensa nacional sería un burdo engaño que ni siquiera un pueblo famélico podría tragar. En otros países que sienten permanentemente el riesgo de una acción militar exterior, que puede poner en peligro su propia supervivencia, la conciencia de defensa nacional es innata, muchos niños aprenden a la vez a leer y a manejar el fusil y nadie necesita manipular o exagerar la sensación de amenaza, pues ésta es vivida por la población día a día.

No obstante, son más numerosos los países que no se hallan en ninguna de estas dos situaciones extremas, y es precisamente en ellos donde parece surgir la necesidad de fomentar la conciencia de defensa nacional, necesidad tanto mayor cuanto más rápidamente crecen los presupuestos de defensa o menos aceptación encuentra ésta en la sociedad. Una voluntad clara de los Gobiernos europeos en favor de una participación creciente de la población en las decisiones que afectan a la política de defensa iría al encuentro de la necesidad, cada vez más claramente expresada por todos los pueblos, de saber y decidir el porqué y el cómo de su propia defensa. La preocupación por crear una conciencia de defensa nacional resultaría entonces casi superflua y no sería preciso insistir en la paradoja ya citada -requerir participación y rehuir el debate a la vez-, cuya contradicción resulta patente para los pueblos que están cada vez más informados y preparados en materias de defensa.

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