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Una falsa polémica

Para asombro y regocijo de sus contemporáneos siempre queda, inevitablemente, algún nostálgico rizador de rizos que discute sobre el sexo de los ángeles. Olímpicamente aislado en, su torre de marfil, encerrado en el reducto de los anacronismos, todavía hay quien con fervor digno de mejor causa sigue soplando sobre las cenizas de la falsa polérnica entre escritores y periodistas, entre literatura y periodismo. El interrogante "¿Es el periodismo un género literario?" trae un cierto aroma decinionónico y el recuerdo de que en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, allá en 1895, Sellés respondió con un rotundo sí, dejando la puerta abierta para que tres años después, en la misma academia, Valera respondiera con un rotundo no. Así que, empatados. Lo que en el XIX alguien llamó "cuestión palpitante" es hoy mero divertimento que se contempla como un ejercicio de casi encantadora retórica, muy lejos ya de la dialéctica apasionada y casi siempre maniquea de aquella polémica. Los que ejercemos el oficio de escribir sabemos, y lo saben también cada vez mayor número de lectores, que lo verdaderamente importante y definitorio de la palabra escrita (es algo tan obvio que casi da vergüenza decirlo) no es el género o la extensión, no el libro o el periódico, sino, simplemente, el talento y la autenticidad de la persona que está detrás de la pluma. Todo lo demás son sambenitos y discriminaciones, instrumentaciones etiquetadoras, puro bizantinismo sólo apto para quienes se alimentan de tópicos residuales.¿Intentaré un tímido ensayo de definición diciendo, por ejemplo -supongo que esto ya lo habrá dicho alguien, alguna vez, en alguna parte-, que periodismo es lo que se lee hoy, y literatura, lo que se lee siempre? Tal vez; pero, en realidad, ¿qué se ha salvado, qué ha alcanzado lo intemporal, de toda la obra de Larra, sino precisamente sus crónicas periodísticas? Para iluminar la interrelación literatura-periodismo no vale la pena insistir en el hecho tan conocido de que muchas de las grandes novelas del XIX vieron su primera luz en periódicos y revistas. Sería suficiente afirmar que la mayoría de los escritores han participado de manera mas o menos activa en el periodismo, y cualquiera podría señalar mil y dos confirmaciones: ¿no han sido periodistas Defoe, Dickens, Mark Twain, Mauriac, Camus, Huxley, Sartre?; Dostoievski no solamente colaboró y trabajó en periódicos, sino que en los últimos aflos de su vida fue propietario, director y redactor único de El diario de un escritor, un periódico hecho a su imagen y semejanza; ¿no han sido corresponsales de Prensa Graham Greene, Orwell, Steinbeck, Hemingway?; ¿qué quedaría de las obras completas" de Azorín, de Ortega, de Unamuno, si se las despojara de cuanto ha sido publicado originariamente en la hoja volandera?, ¿no ha hablado alguna vez García Márquez de su propósito de dedicar el dinero del Nobel a la fundación de un periódico?, etcétera.

El que periodismo y literatura sean identidades complementarias significa, por supuesto, que cada cual tiene su propia identidad. ¿Caeré en el lugar común de las verdades obvias y diré que el periodismo es noticia viva, actualidad servida en caliente, vehículo de información y de opinión, eso que en 1700 y pico el inglés Burke llamó con cierto optimismo grandilocuente el cuarto poder y que la literatura tiende al reposo y la depuración, al largo plazo? Claro que un periódico es obra de equipo y la creación literaria es obra de soledad, obra individual; pero (con las excepciones que sean, que siempre las hay), ¿qué escritor no se siente de alguna manera periodista y qué periodista no es, en potencia o de hecho, escritor? Basta observar los nombres de los redac-

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Viene de la página 11 tores y colaboradores habituales de los periódicos y los nombres incluidos en diccionarios y tratados de literatura para comprobar cómo existen puntos de cruce en ambas direcciones y cómo abundan los que pertenecen a ambos campos. Se hablé hace algunos años de la posibilidad de crear una nueva Real Academia de la Lengua, que estaría integrada únicamente por periodistas y escritores en periódicos. Estalló el pequeño polvorín del sí y del no y no faltaron coloquios y entrevistas. Recuerdo que en Hora 25 se entabló una larga conversación en la que intervine, desde Bilbao, con compañeros escritores y periodistas de Madrid y Barcelona, y estuvimos de acuerdo en que no era necesario crear una nueva Academia de la Lengua para periodistas porque entre los académicos de la ya existente había una gran mayoría de escritores / periodistas y lo que procedía era, sencillamente, que en ella fueran ingresando (con permiso de lingüistas, poetas, novelistas, ensayistas, gramáticos, dramaturgos, filólogos) más periodistas, más intemperie,. más realidad cotidiana, más aire de la calle.

En uno de los capítulos de Le rouge et le noir, a manera de lema (porque la frase no es suya), Stendhal popularizó eso dé que "la novela es un espejo colocado al borde del camino"; pero yo pienso que estas palabras, en realidad, más que para definir la novela sirven para definir el periodismo, que, naturalmente, es o debe ser, con todas sus consecuencias, espejo objetivo, interpretación y resonancia fiel de lo que ocurre, retrato no distorsionado del machadiano lo que pasa en la calle (y no solamente en la calle, en el escenario, sino tras bastidores). Creo también que lo que le va como anillo al dedo al periodismo, casi como juramento hipocrático de la profesión, son aquellas palabras de Cicerón sobre la Historia: "La primera ley es no atreverse a mentir; la segunda, no tener miedo de decir la verdad". Bien sabemos que esto no ha sido siempre así y que ' el periodismo ha pasado, aquí y allá, bajo el control del poder, por etapas nefastas, porque el ser humano antepone a veces preferencias a realidades y ha caído con frecuencia en la tentación de manipular hechos y conciencias, creyendo ingenuamente, acaso, que alterando el espejo se alteran también las realidades que en él se reflejan. Resultan tristemente inolvidables los titulares del Monitor, de París, en los Cien Días de 1815, cuando Napoleón huyó de la isla de Elba: 9 de marzo: "El monstruo escapó del lugar de su destierro"; 10 de marzo: "El ogro corso ha desembarcado en Cap Jean"; 11 de marzo: "El tigre se ha mostrado en Cap. Concluirá su lamentable aventura como un delincuente de las montañas"; 12 de marzo: "El monstruo llega a Grenoble"; 13 de marzo: "El tirano llega a Lyon. Terror ante su aparición"; 18 de marzo: "El usurpador ha osado llegar a 6G horas de la capital"; 19 de marzo: "Bonaparte avanza. Imposible que llegue hasta París"; 20 de marzo: "Napoleón llegará mañana a las puertas de París"; 21 de marzo: "El emperador Napoleón, en Fontainebleu"; 22 de marzo: "Ayer por la tarde su majestad el emperador hizo su entrada triunfal en las Tullerías". Creo que en una época de libertad de expresión (que es, posiblemente, la libertad más noble y básica del ser humano en su convivencia con los demás), en un a época de competitividad periodística y de" adultez en los lectores, afortunadamente cada vez más exigentes, ésa es una anécdota que debe ser relegada, esperemos que para siempre, amén, al desván de los trastos viejos.

Confieso que me gusta leerme en el periódico, me gusta la dimensión periodística de lo literario (pienso que el periodismo es, entre otras cosas, eso: una dimensión de lo literario), esa especie de falla valenciana que es un periódico, que con tantos dolores de parto nace cada día para vivir un solo día y volver a renacer como si tal cosa al día siguiente. El mundo se devora y se desangra en mil noticias, y siempre hay, en alguna parte, un hombre que muerde a un perro. Me parece fascinante ese hacerse y deshacerse de cada día, ese escribir al hilo de la noticia recién salida del horno (la cómoda táctica de la hot potato no vale, porque en cualquier momento arranca el toro de la actualidad y no hay más remedio que torearlo), esa valoración constante entre lo sustancial y lo superfluo.

¿Periodismo / Literatura? En esta sociedad nuestra subsisten de forma soterrada tanta superstición clasista y tanto elitismo mal entendido que convendría, quizá, descontaminar un poco la atmósfera; tiene uno, a veces, la impresión de vivir entre residuos esperpénticos en una sociedad-zombi. Contemplado con ojo clínico, con cierto distanciamiento y rigor, la verdad es que el espectáculo puede resultar un tanto alucinante. Incluso hay gente que, al parecer, todavía no se ha enterado de que un periódico se hace escribiéndolo.

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