La máquina de visión
Un acontecimiento, apenas un acontecimiento, y, sin embargo..., los trabajos sobre la inteligencia artificial tienen 10 años. Acontecimiento en hueco, en negativo, que deja a cada cual en la duda, la expectativa, probablemente porque vuelve a poner en cuestión la intelección, los fenómenos de la cognición y recognición, cuyas llaves pretenden todavía detentar las ciencias humanas, en detrimento de las ciencias exactas, esas ciencias de la experiencia que se: proponen ahora experimentar la inteligencia, los fenómenos de la percepción y la decisión que hasta el presente eran patrimonio de la filosofía.En el curso de los primeros años de su septenio, el presidente François Mitterrand repitió por dos veces la frase premonitoria: "La máquina va a reemplazar a la memoria y al juicio", sin que nadie se escandalice de una tal dejación de responsabilidad por parte de un jefe de Estado elegido. De igual modo, el presidente Reagan lanzó, en el curso del mismo período, su famosa Iniciativa de Defensa Estratégica, sin que nadie ponga en cuestión una tal iniciativa, que exige, justamente, el abandono de toda iniciativa personal por el jefe de Estado estadounidense en materia de respuesta militar, puesto que el futuro escudo estelar deberá estar obligatoriamente autornatizado, a la manera del lanzamiento de las naves espaciales, desde hace poco tiempo...
Si todo el mundo está de acuerdo desde hace ya tiempo en reconocer la importancia práctica de la memoria de los ordenadores en la gestión de los asuntos públicos o privados, hay que creer, pues, que todo el mundo se dispone a admitir, de igual modo, la pérdida del libre albedrío en materia de un juicio decisivo.
La automatización de la producción industrial, el control y la supervisión de las empresas, las máquinas robotizadas, el pilotaje automático de los vehículos, el diagnóstico médico electrónico, todo parece indicar que esa pérdida, ese abandono de la responsabilidad directa de los profesionales, de los elegidos, de los expertos en beneficio de la única responsabilidad indirecta y anticipada de los programadores, de los fabricantes de soportes lógicos y sistemas expertos es unánime o, al menos, deja a cada uno lo bastante indiferente ante los azares del progreso como para que sobre estos temas fundamentales no se establezca ningún verdadero debate.
A pesar de estos oomienzos, mi propósito no es el de relanzar una vez más una tal iníciativa intelectual en favor de la duda científica, sino más bien el de intentar profundizar en las implicaciones prácticas de la cuestión, en la medida en que la próxima puesta en funcionamiento de verdaderas máquinas de decisión exija el desarrollo conjunto de un sistema opto-electónico e infográfico de captura de datos que permita la percepción del entorno, o dicho de otra manera, la puesta a punto de máquinas de visión, indispensables para los ordenadores de la quinta generación.
"Ahora los objetos me perciben", escribía el pintor Paul Klee en sus cuadernos de notas... Esta excéntrica aserción deviene, desde hace poco, verídica, objetiva. ¿Acaso no se habla de la próxima producción de máquinas capaces, no ya únicamente de reconocer los contornos de las formas, sino también de una interpretación completa del campo visual, de la puesta en escena de un ambiente complejo? ¿No se habla también de esa nueva disciplina, la visiónica, la posibilidad de obtener a partir de ahora una visión sin mirada en la que la cámara-vídeo estaría sometida a un ordenador, asumiendo este último para la máquina y no ya para un telespectador cualquiera la capacidad de análisis del rnedio ambiente, la interpretación automática del sentido de los acontecimientos, y esto en el dominio de la producción industrial o también en el de la robótica militar?
Así, en el momento en que se prepara la automatización de la percepción, la innovación de una visión artificial, la delegación en una máquina del análisis de la realidad sensible, convendría volver sobre la naturaleza de la imagen virtual, la imaginería sin soporte apararente, sin otra persistencia que la de la memoria visual, mental o instrumental. En efecto, hablar hoy del advenimiento de la sociedad de la comunicación no puede hacerse sin anunciar igualmente la industrialización de la visión, la organización de un verdadero mercado de la percepción sintética, con lo que esto supone de cuestiones éticas. No sólo las del control y la vigilancia de las actividades, con el delirio de persecución que esto anuncia, sino, sobre todo, la cuestión filosófica de ese desdoblamiento del punto de vista, ese reparto de la percepción del medio ambiente entre lo animado, el sujeto viviente, y lo inanimado, el objeto, la máquina de visión.
Cuestiones que reintroducen de manera diferente las que plantea la inteligencia artificial, porque no podría haber en ello un sistema experto, un ordenador de la quinta generación, sin capacidades de aprehensión, de percepción del medio ambiente.
Definitivamente apartados de la observación directa o indirecta de las imágenes de síntesis realizadas por la máquina para la máquina, estas instrumentales imágenes virtuales serán para nosotros el equivalente de lo que ya representan las figuraciones mentales de un interlocutor extraño..., un enigma. En efecto, sin salida gráfica o videográfica, la prótesis de percepción automática funcionará como una especie de imaginario de la máquina, del que estaremos totalmente excluidos.
¿Cómo rechazar a partir de ese momento el carácter factual de nuestras propias imágenes mentales, cuando tendremos que recurrir a ellas para adivinar, estimar de forma aproximativa, lo que percibe la máquina de visión?
De hecho, esa próxima mutación de la antigua cámara cinematográfica o videográfica en máquina de visión infográfica nos
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lleva de nuevo al debate de comienzos de este siglo sobre el carácter subjetivo u objetivo de la imaginería mental. Progresivamente arrojadas a los dominios del idealismo y el subjetivismo (incluso de lo irracional), las imágenes mentales se han librado durante mucho tiempo de la consideración científica, y esto, curiosamente, en el mismo momento en que el desarrollo de la fotografía y la cinematografía desembocaba en una proliferación sin precedentes de nuevas imágenes, que entraban en concurrencia con nuestro imaginario habitual. Fue preciso esperar al decenio de los sesenta y a los trabajos sobre la opto-electrónica y la infografía para que, especialmente en Estados Unidos, existiera un interés serio por la psicología de la percepción visual. En Francia, los trabajos en neurofisiología han llevado, igualmente, a una modificación de la situación de la imaginería mental, hasta el punto que J. P. Changeux, en. su última obra, ya no habla de imágenes, sino de objetos mentales, precisando incluso que no tardaríamos mucho en ver a éstos aparecer sobre una pantalla.
Así, en menos de un siglo, el debate filosófico y, científico se ha desplazado de la cuestión de la objetividad de las imágenes mentales a la cuestión de su actualidad. El problema no es, pues, tanto el de las imágenes mentales de la consciencia únicamente, sino más bien el de las instrumentales imágenes virtuales de la ciencia y de su carácter paradójicamente factual. A mi entender, es éste uno de los aspectos principales del reciente desarrollo de las nuevas tecnologías de la imagen y de esa visión que permite la óptica electrónica: la fusión/confusión relativista de lo factual -o, si se prefiere, de lo operacional- y de lo virtual, la preeminencia del efecto de lo real sobre un principio de realidad, ya ampliamente controvertido por otra parte, especialmente en física cuántica. ¿Cómo no haber comprendido que el descubrimiento de la persistencia retiniana, que permite el desarrollo de la cronofotografía de Marey y de la cinematografía de los hermanos Lumière, nos hacía entrar en el dominio de la persistencia mental de la imagen? ¿Cómo admitir el carácter factual del fotograma y rechazar la realidad objetiva de la imagen virtual del espectador de cine? Esta persistencia visual de las secuencias, que no es solamente obra de la retina, como entonces se creía, sino también de nuestro sistema nervioso de registro de percepciones oculares..., mejor, ¿cómo aceptar el principio mismo de la persistencia retiniana sin aceptar al mismo tiempo el papel de la memorización en la percepción inmediata?
De hecho, desde la invención de la fotografía instantánea, que permite, no lo olvidemos, la realización de la película cinematográfica, se planteaba el problema de carácter paradójicamente actual de la imaginería virtual. Al ser simultáneamente toda toma de vista (mental o instrumental) una toma de tiempo, por ínfima que sea, ese tiempo de exposición lleva aparejada una memorización, consciente o inconsciente, según la velocidad de la toma de vista, de ahí la posibilidad reconocida de efectos subliminales desde que el fotograma o el videograma superan las sesenta imágenes por segundo. El problema de la objetivazión de la imagen no se plantea, pues, en relación con un soporte-superficie cualquiera de papel o celuloide, es decir, con un espacio de referencia material, sino en relación con el tiempo, ese tiempo de exposición que hace ver o que llega a no permitir ver.
Así, el acto de ver es un acto anterior a la acción, una especie de preacción, que, en parte, nos han explicado los trabajos de Searle sobre la intencionalidad. Si ver es prever, se comprende mejor por qué la previsión se ha convertido desde hace poco tiempo en un mercado, una industria floreciente, con el desarrollo de la simulación profesional, de la anticipación organizativa, hasta esta llegada de las máquinas de visión, destinadas a ver, a prever en nuestro lugar. Máquinas de percepción sintética capaces de suplantarnos en determinados dominios, en determinadas operaciones ultrarrápidas, en las que resultan insuficientes nuestras propias capacidades visuales, debido al hecho de la limitación, no de la profundidad de campo de nuestro sistema ocular -como era el caso con el telescopio y el microscopio-, sino de la profundidad del tiempo, demasiado escasa, de nuestra toma de vista fisiológica.
Si habitualmente los físicos distinguen dos aspectos de la energética: la energía potencial, en potencia, y la energía cinética, la que provoca el movimiento, quizá actualmente convendría añadir una tercera: la energía cinemática, la que resulta del efecto del movimiento y de su mayor o menor gran rapidez sobre las percepciones oculares, ópticas y opto-electrónicas.
Recordemos, por otra parte, que no existe una vista fija y que la fisiología de la mirada depende siempre del movimiento de los ojos, a su vez movimientos incesantes e inconscientes (motilidad) y movimientos constantes y conscientes del acto de mirar (movilidad). Recordemos también que la ojeada más instintiva, menos controlada, es, de entrada, un barrido completo del campo de visión, que se acaba con la elección del objeto de la mirada. Como perfectamente lo había entendido Rudolph Arnheim, la visión viene de lejos, es una especie de travelling, una actividad perceptiva que comienza en el pasado para iluminar el presente, para enfocar el objeto de nuestra percepción inmediata. No existe, pues, más que la oscura claridad de las estrellas, venida del lejano pasado de la noche de los tiempos; la débil claridad que nos permite aprehender lo real, ver, comprender nuestro entorno presente, proviene espontáneamente de una lejana memoria visual sin la cual no existiría el acto de la mirada, como lo prueban los fenómenos de la ceguera fisica.
Después de las imágenes de síntesis, producto de un soporte, lógico infográfico, después del tratamiento de imágenes numérícas en la concepción asistida por ordenador, he aquí que ha llegado el tiempo de la visión sintética, el tiempo de la automatización de la percepción... ¿Cuáles serán los efectos, las consecuencias sobre nuestra visión del mundo de esta actualización de la intuición de Paul Klee? A menos de ser Lewis Carrol, resulta dificil imaginar el punto de vista de un botón de chaleco o de un pomo de una puerta. A menos de ser Klee, no es fácil imaginar la contemplación sintética, el sueño despierto de una población de objetos mirándonos de hito en hito.
"El problema de saber cuál es el sujeto del Estado, de la guerra", escribía Merleau Ponty, "es exactamente del mismo tipo que el problema de saber cuál es el sujeto de la percepción: no se resolverá la filosofía de la historia si no es resolviendo el problema de la percepción". Desde la fenomenología a la logística de la percepción, parece que los ordenadores aportan una respuesta al filósofo.
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