La Almudena
Monseñor Suquía, cardenal arzobispo de Madrid, dice que ha recaudado noventa millones de pesetas para terminar la Almudena, limosna a limosna. Se prevé que la primera fase de las obras esté terminada a media dos del año próximo. Tiene uno escrito que la Almudena es un monumento al agnosticismo madrileño, que no ha sido capaz de acabarla en tantos años, porque no le importa. Y no me refiero tanto al agnosticismo religioso como al estético, porque la Almudena es fea, está entre el estilo post/jesuita (nada que ver con el gran barroco jesuita) y la plastilina. Una vez se lo dije así a Fernando Chueca, actual responsable de la herencia recibida en la Almudena, y puso el grito en el cielo artesonado que la Almudena todavía no tiene. Él ha asumido la Almudena, pero Madrid no, y los madrileños tampoco. Ya Gómez de la Serna, evocando su infancia en el siglo pasado, glosa el remoloneante martilleo de los picapedreros en la Almudena, cercana de su casa. Dice Rilke que el cantero gótico queda integrado, anónimo, en la piedra que trabaja. El cantero madrileño, sencillamente, queda integrado en el anonimato de la pereza, en la gandulonería teológica del proyecto, se hace soluble en la lentitud y la indigencia de ese astillero de Dios del que jamás parten naves, y que a mí me recuerda, por lo fantasmal e intemporal, El Astillero del gran novelista Juan Carlos Onetti. Uno piensa que la catedral natural y laica de Madrid es el Museo del Prado, con mejor pintura que cualquier catedral del mundo. Monseñor Suquía no tendría más que ponerle al Prado una cruz arriba, porque la Almudena, ya digo, se muere de agnosticismo y pereza albañil. Es la nao frustrada, de arquitectura indecisa, que fletó Madrid cuando Madrid ya no tenía fe en nada, y menos que nada en la fe.Esa misma indecisión arquitectónica es prueba de que esta capital del dolor ya no lo tenía claro cuando proyectó la Almudena, a más de las correcciones de estilo que cada época ha impreso en la catedral, retardándola y embarullándóla. La Almudena es fea, y Dios también tiene que entrar por los ojos: he aquí la disparidad. Me lo dijera una vez Tierno Galván, al respecto: "La Almudena está donde está porque pertenece a una época en que aún se quería unir la Iglesia y el Trono".
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