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Un mecánico malagueño, en el banquillo de Bangkok

25 años de cárcel, pena usual para traficantes extranjeros en Tailandia

Carlos Yárnoz

Bangkok, a las 13.35 del pasado miércoles. Cuarenta grados a la sombra. Una cadena de gruesos eslabones une los dos recios aros metálicos que rodean sus tobillos. Pequeño, pero de fuerte complexión, Francisco J. O., de 46 años, mecánico, está ante el juez que determinará si este malagueño afincado en Barcelona, detenido el pasado 22 de noviembre en' Tailandia, intentaba o no sacar unos 600 gramos de heroína del país. La pena mínima para él puede ser de 25 años de prisión. "De aquí a la muerte hay un paso", dice el procesado a su mujer y a su hermano, presentes en el acto.

Casi la mitad de los miembros de la colonia española en Tailandia -24 sobre 57- se encuentra en las duras cárceles de este país. La mayoría de ellos cumple penas de ese tipo o de cadena perpetua. Su origen suele ser Barcelona y acuden a este país asiático en busca de caballo puro y barato como el producido en el triángulo de oro, área donde confluyen Tailandia, Laos y Birmania.Horas antes del juicio, a las nueve de la mañana, Francisco J. O. se encuentra encerrado en la planta baja de los juzgados entre el ruido infernal producido por las cadenas de las decenas de presos que se encuentran. con él. Una verja y unos barrotes separan al malagueño de un patio repleto de pequeños restaurantes provisionales y de tenderetes con todo tipo de mercancías.

Malaria

Francisco J. O., con pantalón corto azul claro y Una camisa blanca, no para de sudar. "Me he cogido la malaria", cuenta a su mujer y a su hermano. "No pongas mi nombre, que tengo siete hijos y no saben nada", insiste el preso al periodista, a quien muestra una y otra vez las cadenas. "Cuenta cómo estamos aquí", repite.

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Con dos crucifijos al cuello hechos por él mismo con hilos de colores, Francisco J. O. pide a sus familiares, de aspecto muy humilde, que le compren comida y tabaco. "Me dejan hablar con vosotros y pedir cosas porque le estoy pagando 100 bahts [unas 650 pesetas] por hora a ese guardia", dice señalando con el dedo a un policía.

"Por favor, dígale a su compatriota que si quiere puedo defenderle por 20.000 dólares [tres millones de pesetas]". Es un abogado tailandés, acompañado de un joven con acento estadounidense que porta un maletín. "Éste es el que nos está intentando chupar hasta la última gota de sangre", dice el preso español. "Dile que no puedo pagarle y que se vaya. Aquí estamos indefensos si no hablamos idiomas", dice Francisco J. O.

A las 13.30, el preso español es conducido por dos guardias a la planta primera del edificio, donde están las salas de los juicios, unos cuadrados de unos seis metros de largo separados de dos en dos por mamparas. Allí se presenta un abogado tailandés, alto, que habla con Tarini, la guapa intérprete que ha enviado la Embajada española. "Le pagué 2.000 dólares [600.000 pesetas] a este abogado para empezar, pero ahora quiere más", comenta el preso. Tras una tensa negociación en la que el abogado amenaza con abandonar el caso, decide continuar ante la promesa de que recibirá otras cantidades.

El juez, de unos, 55 años, es recibido en la sala con gran reverencia por los presentes. La esposa y el hermano del preso no pueden evitar algunas lágrimas después del rápido abrazo que han podido darle. El magistrado pone en marcha un magnetófono y se inicia la sesión.

El primer testigo citado es Vicenzo B., un policía italiano de la Interpol que, aunque no habla español, sirvió de intérprete a Francisco J. O. el día de su detención en Dong Miang, el aeropuerto de Bangkok. Vicenzo, que trabajó en Palermo durante varios años, cuenta al juez que Francisco J. O. fue detenido en compañía de una joven llamada M. Hildago -ya en libertad- y que ambos tenían dos maletines iguales. "En uno había mucho dinero; y en el otro, unos frascos de cerámica en cuyo interior, envueltos en trozos de periódicos, había varios cilindros con la droga".

El segundo testigo es el policía tailandés que dirigió la operación, llamado Surachate. Cuenta al juez que desde Francfort (RFA) se recibió una información por teléfono según la cual Francisco J. O. estaba en Tailandia intentando comprar heroína, y que, según sus comentarios, ya había realizado acciones similares en anteriores ocasiones.

Las múltiples traducciones que se realizan -al inglés, español, tailandés o italiano-, más el tiempo que emplea el juez para grabar lo que escucha, han hecho que sean las cinco de la tarde (las diez de la noche en España) y todavía falten por declarar dos testigos y el acusado. El juez, bañado ya en sudor, levanta la sesión, que continuará el 26 de mayo.

Inmediatamente, Francisco J.O., tras abrazar nuevamenteá sus familiares, es conducido a la cárcel de preventivos de Bambut, en la carretera de Bangkok al aeropuerto, donde se encuentra junto con otros seis espanoles. "Cuando salga, os invitaré a todos a una cena en Barcelona", dice, emocionado, al marcharse acompañado de dos policías, uno de los cuales acaba de recibir un nuevo billete del preso español.

Timo milagroso

J. M. P., natural de Huelva, había llegado a Bangkok en octubre de 1985 para pasar varios días en Tailandia. Cuando el día 22 de ese mes, se disponía a salir del país por vía aérea, la policía tailandesa le detuvo en el aeropuerto de Dong Miang.En el registro le encontraron pegados a su cuerpo varios pequeños paquetes que contenían 600 gramos de una sustancia blanca.

Rápidamente se hizo el correspondiente informe oficial y J. M. P. fue trasladado a la comisaría de policía. Allí acudieron, para estar presentes en el interrogatorio, un abogado y un miembro de la representación diplomática española en Bangkok

Le informaron, entre otras cuestiones, que los jueces tailandeses suelen ser más benévolos si los detenidos se declaran culpables desde el inicio del proceso. A ello parecía plenamente decidido J. M. P.

Iniciado ya el interrogatorio, una llamada telefónica a la comisaría descubrió que, según todos los indicios, el onubense había sido timado.

En libertad

No era droga lo que portaba al ser sorprendido en el aeropuerto. Inmediatamente se declaró inocente.

Un mes más tarde, el 22 de noviembre, J. M. P. fue puesto en libertad sin cargos. "No se lo podía creer y saltaba de alegría", dicen quienes lo vieron. El timo le salvó de una condena de al menos 25 años de prisión.

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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