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El huevo de la serpiente

Antonio Elorza

La Plataforma Cívica parece haber despertado tantas expectativas como susceptibilidades. Muchos la condenan, cuando apenas ha empezado a cosechar los frutos del referéndum. El autor de este artículo reivindica el derecho, a la vida de dicha organización, y apuesta no tanto por una alternativa de izquierdas como por una nueva estructuración de la izquierda.

Ha sido un fenómeno curioso. Aún no se habían disipado los vapores de "la resaca del referéndum" cuando entró en juego la artillería pesada para desbaratar cualquier intento de capitalización política del no. Los sociólogos institucionales, basándose en el sensible dato de los porcentajes por provincias, pusieron por modelo la "modestia y serenidad ejemplares", de Felipe González apoyado en la madurez tradicional del pueblo español, frente a quienes desde el 4% intentaban poco menos que apropiarse de lo ajeno. La sentencia editorial no fue a la zaga: la exótica (sic) composición del voto negativo probaba, sin otras matizaciones, que "los intentos de organizar una plataforma política unitaria a partir de ésta que se llamaba cívica están condenados al fracaso". Días más tarde, el razonamiento se amplía, aunque sigue descansando sobre la heterogeneidad -hay en la plataforma "demasiados ingredientes para una sola salsa"-, a lo que se añade el requisito previo de la unificación de los comunistas, para confirmar en cualquier caso el veredicto negativo. A todo esto, la tal Plataforma no ha dicho apenas esta boca es mía y ni siquiera ha confirmado su continuidad. De suerte que nos encontramos ante un caso en que la condena de muerte precede incluso a la existencia real del acusado. Habría que reivindicar al menos el derecho a la vida.No obstante, alguna base existe para tales preocupaciones. Una vez vencido por el Gobierno el referéndum, nuestro sistema político lleva trazas de convertirse en una versión moderna y mucho más eficiente de aquel paraíso político que describió Cánovas para la España de la Restauración. Por lo menos, en cuanto a estabilidad del sistema de poder. El PSOE actual, por contraste con AP, no sólo es la derecha civilizada, sino incluso una derecha demasiado civilizada. Las correas de transmisión encarnadas por televisión y el sindicalismo gubernamental alcanzan un calado social que un Gobierno conservador tradicional nunca pudiera haber soñado.

Desde la Moncloa cabe pensar con serenidad en el próximo milenio. Sólo que al calor de la última refriega parece estar en incubación un huevo de serpiente. Algo totalmente intempestivo en estos tiempos dorados que corren para la derecha en Europa. Bien lo dijo uno de nuestros semanarios neoliberales: la derrota del no fue el triunfo de la sensatez, la muerte de la utopía.

Ocurre, sin embargo, que los problemas están ahí. A pesar de contar con una coyuntura internacional favorable, resulta dudoso que el balance de la política económica socialista pueda juzgarse positivo y no sería inútil la comparación, más allá del tópico, con la de los socialdemócratas franceses. El signo de aquélla puede apreciarse por el contraste entre los beneficios empresariales y bancarios, la subida en flecha de la bolsa, de un lado, y de otro, la evolución del paro y de los salarios reales. La desigualdad creciente reina incluso en el plano interregional. Para la política exterior, el ingreso inmediato en el Comité Nuclear de la OTAN ha ilustrado el espíritu con que van a cumplirse las tres condiciones. Y en cuanto a la voluntad democrática, ahí está la renuncia abierta a entrar siquiera en el debate sobre lo que la manipulación informativa representó en la pasada campaña. El portavoz del poder ha eludido despreciativamente las críticas. A ello deberíamos replicar que un mensajero no es culpable de las malas noticias, cierto, pero con una excepción, que sea él mismo quien las falsee. Desde este ángulo, es el núcleo de la democracia lo que entra en juego.

Hay, pues, bazas sobradas para plantear la exigencia de una política de otro signo, aunque vaya a contracorriente de la reorganización cada vez más acentuada de la escena europea. Sin milenarismos ni utopías, y sin excluir tampoco un reformismo que aquí ni siquiera hemos probado: dificilmente los sucesores de un Gobierno PSOE tendrían que añadir al nombre de un ministerio "y de Privatización". El fundamento para la alternativa no se encuentra, por consiguiente, en sus eventuales promotores, sino en el contenido de la política gubernamental.

Debilidad

Contra el sentido político de mantener en pie la Plataforma Cívica suele esgrimirse, asimismo, el argumento de la debilidad de los partidos que la sirven de apoyo. Serían poco más que ruinas y grupúsculos. A nuestro juicio, la oración puede volverse por pasiva: es esa debilidad de los partidos de izquierda lo que hace aconsejable la entrada en juego de la Plataforma. No cabe olvidar que en la campaña prerreferéndum las movilizaciones incluyeron una buena dosis de esfuerzo por recuperar la izquierda desagregada desde los inicios de nuestra década. Resulta ridículo pensar que el entusiasmo desplegado a lo largo de la campaña pudiera adjudicarse a siglas como el Pasoc, la Federación Progresista o el propio PCE.

En torno al eje pacifista se manifestaron otras expectativas, despuntó la búsqueda de otras tantas respuestas a las frustraciones experimentadas por las capas populares en los 10 años de transición. Y en el marco de ellas, la correspondiente a la autodestrucción de las fuerzas políticas que en un momento aparecieron como portadoras del cambio. Cada una a su modo: el PCE, por autofagia, según explicó Vázquez Montalbán; el PSOE, por transformismo, recuperando la expresión de Gramsci. De ahí el posible capital político de una campaña que, privada de cauces, desembocaría en un definitivo desencanto, observable ya en el cúmulo de reacciones individuales a la victoria del sí. Aquí sí que, a mi modo de ver, no existe alternativa: dar por perdido el impulso movilizador del referéndum equivale a cancelar toda una etapa en la historia de la izquierda española. Tendrían en este punto razón quienes cargan las tintas del arcaísmo sobre sujetos tales como la Plataforma o la CEOP por la incapacidad para traducir en términos estratégicos un potencial político.

Además, tampoco es nuevo el fenómeno de un proceso político puesto en marcha a partir de una profunda depresión orgánica. En España no hay que ir muy lejos para buscar la referencia: ahí está el PSOE reducido a la mínima expresión al finalizar la dictadura, y luego resurgido hasta convertirse en el primer partido, del país. Ahora bien, no pretendemos establecer paralelismos. Ni los siete millones de votos son patrimonio de la Plataforma y la CEOP, ni es hoy objeto viable a corto plazo la formación de una fuerza hegemónica de izquierda. Pero otra cosa bien distinta, a pesar del freno, de la crisis, es asumir como inevitable la desaparición de la izquierda, incluida esa perspectiva de "reformismo radical" que con tanto éxito de ventas promovió el partido del Gobierno hace cuatro años. Ante la coagulación del modelo político por el PSOE quedan amplios sistemas de intereses sin cauce de representación política. Entre ellos, una extensa franja de propio campo socialista. Estamos así ante uno de esos casos en los que la función puede crear el órgano, pero siempre que cuente con un mínimo entramado para configurar este último.

Tal vez sea éste un talón de Aquiles del proyecto, si olvidamos el aspecto que puede resultar decisivo del cerco de la información. En su difícil gestación, una nueva izquierda se ve forzada a conjugar ese soporte inexcusable que son las organizaciones partidarias ya existentes con una suma heterogénea de vectores sociales donde a veces juega un papel no desdeñable, incluso en el plano de la sensibilidad, el rechazo de la izquierda tradicional. Un problema partícularmente agudo respecto a la juventud, cuyo descontento se expresa, a escala europea, en diferente longitud de onda.

Pero, sobre todo, está el riesgo a que alude el título. A través de la piel de nuestro huevo de ficción pueden entreverse dos posibles embriones. Uno sería la tentación de potenciar los micropartidos, cobrando por anticipado los presuntos dividendos del no. Otro, la articulación de las propuestas políticas correspondientes a los intereses sociales frente a los que actúa el actual poder.

En la solución dada a este dilema se encierra la clave de hundimiento o de laboriosa afirmación para la Plataforma Cívica. A pesar de todo, es obvio que la apuesta puede ser perdida. Pero en caso de ganarse, no sería lícito hablar de resurrección de un determinado partido o de alternativa a la izquierda de, sino simplemente de reestructuración de una izquierda, especie , por cierto, hasta ayer en trance de extinción en España.

es historiador.

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