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En la muerte de Peter Pears

El jueves pasado moría en Aldeburgh sir Peter Pears, una de las instituciones no ya de la música inglesa, sino de la cultura europea de los últimos cincuenta años. Un hombre cuya aventura vital e intelectual aparece ligada indisolublemente a la de su amigo, su íntimo amigo, el compositor Benjamín Britten, referencia inexcusable en el discurso musical de nuestro tiempo.Pears aparece en la vida de Britten como el inspirador de una obra y el intérprete ideal de ella. Pears no era, probablemente, el mejor de los cantantes, pero nadie podía cantar como él la música de su amigo. Se había entregado a esta causa y, salvo excepciones, entre las que había que recordar su Evangelista en la Pasión según san Mateo, de Bach, dirigida por Münchinger en una grabación hoy despreciada por tanto purista de ocasión, sólo a ella dedicaba su esfuerzo.

El Aschenbach de la Muerte en Venecia, el Lisandro de El sueño de una noche de verano, el Quint de La vuelta de tuerca, Peter Grimes, el capitán Vere en Billy Budd, la ópera que unió a Britten y a Pears con Edward Morgan Forster, que fue nada menos que el encargado de convertir en libreto el relato de Melville, todos ellos son personajes que se unen hoy ya para siempre a quien fue algo más que su traductor más fiel por sentirlos, con tanta razón, parte de su propia vida. Para él los puso en música aquel que supo decirle también así las palabras de Shakespeare: "Los días noche son, si no te veo, y cuando sueño en ti, días las noches".

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