Clase obrera y referéndum
El respaldo mayoritario que el Gobierno y su partido han conseguido para su posición en el referéndum sobre la OTAN se ha producido en las regiones más pobres y entre la clase obrera. Desde esta constatación y el análisis del apoyo del voto obrero al atlantismo, el autor analiza el panorama de las fuerzas políticas y concluye que la única forma de reconstruir la izquierda es impulsando la unidad comunista.
Días antes del referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN se hacía público el mapa de la distribución de la renta nacional entre las comunidades autónomas. Mapa que reflejaba las fuertes desigualdades existentes en nuestro país.El 13 de marzo se reproducía el mapa del sí y del no en el referéndum. Con excepciones dignas de mención -como, por ejemplo, Canarias-, se daba una notable coincidencia y hasta casi proporcionalidad entre las regiones más pobres y los porcentajes afirmativos. El caso de Andalucía es realmente espectacular.
Desde otro ángulo, el correspondiente a las clases sociales, el análisis del voto arrojaba que, tendencialmente, las periferias urbanas con alta concentración de la clase obrera también habían sido mayoritariamente proclives al sí. Aquí podrían mencionarse varias excepciones. En unos casos, como Euskadi, porque el sentimiento popular dominante en favor del voto negativo incluía a la clase obrera; pero, sintomáticamente, tanto en esta nacionalidad como en Cataluña -también con mayoría de voto negativo-, los núcleos de alta concentración obrera resultaban, proporcionalmente, los que, en general, arrojaban un índice menos acusado en el rechazo. En otros casos -por ejemplo, Sagunto, núcleos de Vigo y Ferrol, cuencas mineras asturianas y algunos otros, existentes en comunidades de mayoría afirmativa-, el voto negativo que resultó vencedor hay que relacionarlo con la cercanía en el tiempo de fuertes conflictos sociales derivados de la política económica y social del Gobierno.
Estas constataciones no pueden minimizar la importancia de los siete millones de votos negativos ni el que algunos de esos millones proceden de trabajadores asalariados. Es evidente que dentro de la clase obrera se ha dado un cambio entre el voto al PSOE en 1982 y el voto a la pregunta del Gobierno. Pero, repito, no puede ignorarse ese respaldo mayoritario que el Gobierno y su partido han conseguido en las regiones más pobres y entre la clase obrera. Es necesaria por ello una seria reflexión en quienes vemos en la OTAN un instrumento militar del capitalismo y el imperialismo.
Reflexión que se hace doblemente precisa si partimos de la coincidencia de todos los sindicatos en manifestarse por el no, aun teniendo presente que en la campaña ha quedado patente el activismo de algunos y la pasividad de otros.
Afirmar, como lo han hecho distintos portavoces del Gobierno, que la razón del triunfo del sí está en que "la mayoría ha comprendido que para la mejor defensa de España era bueno permanecer en la Alianza Atlántica" suena a un cruel sarcasmo. Es palmario que las razones del sí hay que buscarlas por cualquier lado menos por ése.
De entre las razones por las que esos sectores sociales han votado afirmativamente voy a citar algunas. La primera está ligada a la estabilidad política. En estos sectores ha surtido mayor efecto la propaganda, tanto en el sentido de que frente a Felipe González el no podría hacer levantar cabeza a la opción encabezada por Fraga como a que se podría derivar una inestabilidad política que diera pie a peligros involucionistas. No es casual que sea la juventud la que ha tenido una postura más favorable al no, pues, junto a una mucho más destacable simpatía hacia las posiciones netamente pacifistas, se une una menor permeabilidad hacia los miedos políticos del tipo que acabamos de señalar. Como tampoco es casual que en segmentos de la intelectualidad, en capas profesionales y amplios grupos de la pequeña y media burguesía se hayan dado abiertas posiciones favorables al no o que en su sí y hasta en la abstención ese factor de la inestabilidad política haya balado menos, sencillamente porque se tenía conciencia de que el problema del referéndum afectaba a ciertos partidos, pero no a la democracia.
La segunda razón hay que buscarla en el terreno propio de los partidos. No es sólo que el partido en el Gobierno siga apareciendo como lo menos malo de lo posible hoy. Es que frente al Gobierno y su partido no se ve una alternativa solvente. Ni por la derecha ni por la izquierda. Porque, para ese amplio segmento de población a que nos referimos, lo que está a la derecha del PSOE aparece como incapaz de mejorar los problemas del paro, de las desigualdades sociales, de la pobreza y de la estabilidad en el empleo. Al contrario, la convicción más generalizada es que los empeoraría.
En cuanto a lo que está a la izquierda del PSOE, las razones de su insolvencia son de sobra conocidas. Radican fundamentalmente en la inacabada crisis de los comunistas.
La campaña del referéndum ha puesto de manifiesto que mientras para la defensa del sí aparecían nítidamente referencias políticas claras y liderazgos inequívocos -hecho que también se ha visto en el caso de la abstención, aunque la posición se juzgara contradictoria y absurda-, en el caso del no las cosas han sido muy distintas.
Instrumento efímero
Con todo lo que de meritorio y plausible tiene que intelectuales, profesionales y artistas hayan participado, junto con lo más variopinto de partidos extraparlamentarios y cuasi extraparlamentarios, sindicatos y otros grupos sociales, en la defensa del voto negativo, es palmario que, por su misma heterogeneidad, por el carácter efimero del instrumento en el que han concurrido -la Plataforma Cívica, creada exclusivamente para esta coyuntura y constituyendo la más popular de las referencias del no- y por la conciencia de que ésta no tendría razón de ser después de dirimirse la cuestión puntual y concreta que justificaba su existencia, resultaba evidente que ese gran interrogante, repetido los últimos días de la campaña por Felipe González, sobre qué fuerza iba a gestionar -el no, causó efectos demoledores.
Porque en los sectores a los que circunscribimos el análisis, lo determinante ha sido, en unos casos, evitar incertidumbres sobre el futuro de su empleo o de su pensión, inseguro, a su entender, por esas supuestas convulsiones políticas tras el referéndum; en otros casos, por las incertidumbres añadidas a su situación social de más desfavorecidos, al no tener nada claro sobre qué alternativa política podría hacerse una menos mala política económica y social. Y no se olvide que entre los mensajes más efectistas del Gobierno estaban las repercusiones económicas y los castigos europeos en este terreno, ante un voto contrario a sus tesis. Hay también otras reflexiones y consideraciones a la luz de los resultados del referéndum. Éstas podrían ser, entre otras, las siguientes:
1. Que la consagración popular de la permanencia en la OTAN, en tanto que instrumento militar para la defensa del capitalismo, incrementa el poder de la clase capitalista sobre la clase obrera.
2. Que, en ese marco, una vez tomada por el Gobierno y la cúpula del PSOE la opción liberal-conservadora en el tratamiento de la crisis económica, el haber ganado el referéndum les va a alentar a seguir rechazando cualquier posibilidad de un enfoque progresista de las políticas económicas, del tratamiento de la crisis y del problema del paro.
3. Que, más allá de coyunturas favorables, como son la reducción de precios en el petróleo y la caída de la cotización del dólar, o de medidas de reanimación económica propias de períodos preelectorales, la crisis no sólo continúa, sino que sus efectos económicos, sociales y laborales negativos para los trabajadores van a permanecer durante muchos años, y nada garantiza que no puedan empeorar.
4. Que la carencia de una fuerza política de clase, solvente para los trabajadores y sectores más desfavorecidos, determinaría en el futuro que su opción política desproporcionalmente mayoritaria siguiera siendo el PSOE. Lo que, a la larga, produciría efectos muy negativos sobre el sindicalismo consecuentemente de clase.
Todo ello viene a cuento de una operación en marcha, tendente a convertir la Plataforma Cívica para la Salida de la OTAN en una referencia electoral que oriente votos hacia los partidos que han asociado su imagen a la de dicha plataforma, que se coligarían para recogerlos. Vendría a ser, según sus promotores, el embrión de una nueva izquierda, cuya base electoral serían, indiscriminadamente, los votantes del no en el referéndum, con las lógicas y reconocidas deducciones que a los siete millones de votos negativos habrían de hacerse.
No vamos aquí a juzgar el que, contra lo inicialmente planteado, se pretenda prolongar la vida de la Plataforma Cívica para mal disimulados fines electorales. El gran problema que algunos vemos estriba en eso que hemos pretendido subrayar a lo largo de este artículo: que, para la mayoría de la clase obrera y sectores más desfavorecidos de la población, el referente político ha sido el PSOE en este referéndum, después de tres años y pico de gestión gubernamental y tras una experiencia de política económica y social absolutamente favorable a los intereses del capital privado. Tal como van las cosas, puede fácilmente seguir siéndolo.
Pero la huelga general del 20 de junio de 1985 y las miles de luchas de los trabajadores demuestran que con un referente político de clase, con una fuerza política en la que la clase obrera se vea a sí misma reflejada, podría no sólo contrarrestarse la desproporcionada influencia del PSOE, sino, lo que estratégicamente es mucho más importante, podrían ir sentándose bases organizativas y políticas más sólidas para que el movimiento obrero español pudiera enfrentarse al gran problema de la consolidación del capitalismo, que es el fondo de lo que viene ventilándose a lo largo de la crisis económica y del propio referéndum.
El gran dilema
Dicho en plata, el gran dilema es optar por una llamada nueva izquierda, que por su propia intencionalidad de origen habríamos de clasificar en el campo del radicalismo y del populismo, con componentes que a plazo medio podrían incluso girar en la órbita del PSOE, u optar por una alternativa de clase, con muy similar respaldo electoral. Esto es, por una alternativa basada en la reconstrucción y unificación de la fuerza comunista. Y al decir esto estoy pensando no tanto en un compromiso partidario, sino en el futuro del movimiento obrero en general, y en el sindicalismo de clase en particular.
Termino con una última consideración en tanto que miembro de CC OO.
Él peor servicio que podríamos hacerle a nuestro sindicato es mezclarlo en opciones partidarias, tanto si van en el sentido de la reconstrucción de la fuerza comunista como en la configuración de una nueva izquierda. Nuestra tradición es que, individualmente, podemos expresar lo que consideremos oportuno, pero no involucrar colectivamente al sindicato, en tanto que tal, en ciertas iniciativas partidarias, máxime si, como en este caso, las posiciones, en su interno, pueden ser incluso inconciliables.
Lo que ocurra no puede sernos indiferente. Pero la mejor contribución posible es preservar, desarrollar y consolidar el sindicalismo y las actividades de clase entre los trabajadores.
es secretario de Relaciones Políticas, Unitarias e Institucionales de la Confederación Sindical de CC OO.
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