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BALONCESTO / FINAL DE LA RECOPA

El Barcelona dio toda una lección al Scavolini

Luis Gómez

El Barcelona se apuntó ayer su segundo título europeo. Es una trayectoria anunciada no hace mucho tiempo por los geopolíticos que pululan por el baloncesto, que los hay. Pero lo trascendentad fue que ayer conquistara la Recopa en terreno italiano, en supuesta inferioridad de condiciones anlbientales. Para ello funcionó el equipo, que fue superior en todo momento al Scavolini. En fecha de logros históricos, apuntar que Aito anotó su primer título. Consiguió, además, otra cosa: que funcionaran los extranjeros en una final -Smith y Wiltjer rindieron casí al máximo de sus posibilidades- y que sus jugadores no tuvieran que depender de Epi, que bastante tuvo con terminar sin lesiones de consideración debido al marcaje durísimo de Silvester.Aito ya tiene título en su curriculo. Logró su propósito de dominar el ritmo del partido en todo momento ante un equipo de similares características ofensivas. Puestas en juego dos escuadras de amplia capacidad artillera, la solución tenía que llegar por el dominio de la defensa o por la lucha en la retaguardia, el lugar donde los balones sueltos, los rechazados por el aro, se convierten en vil metralla que es pasto para el sucio cuerpo a cuerpo. Aito pudo asistir casi sin inmutarse a una final en la constancia de que Wiltjer resultaba inexpugnable. Parece una cuestión de fortuna que un extranjero recién descartado haya realizado, en partido definitivo, su mejor actuación, pero nadie es capaz de negar un grado de suerte a todo triunfador, Y Aito empezó a serlo ayer. A partir de Wiltjer y a pesar del duro Silvester, que caló sus puños y codos como metafóricas bayonetas, Aito controló los vaivenes de la final: nunca fue el Barcelona por debajo en el marcador, pero tampoco pudo alcanzar una diferencia tranquilizadora salvo cuando quedó claro, en el minuto 37, que el Scavolini había agotado todas las posibilidades.

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Nunca el Barcelona, en su época reciente, había ganado un título tras estrategia de desgaste. Era su punto débil. Su fisonomía brillante descansaba en cierta discontinuidad y en la calidad intrínseca de sus atacantes. Pero ayer no sucedió así, porque Aito supo encontrar el momento en que cada jugador perdía la eficacia. Los relevos entre Smith, Epi y Sibilio, entre Solozábal y Seara, contribuyeron en gran medida a sostener el ritmo. Rachas afortunadas de Sibilio terminaban puntualmente en el banquillo, y no en la cancha, lo mismo que las de Epi, sometido a la feroz embestida de Silvester. Sólo Smith, en la segunda parte, tuvo un margen más flexible, pero es que no falló ningún lanzamiento.

Las primeras acciones dieron a entender cuáles serían los centros neurálgicos de la final. El Barcelona, en sus primeros ataques, gastaba poco más de cinco segundos, tiempo suficiente para que el rival tenga la sensación de que no le permiten pensar, ni respirar, ni defender, ni ordenarse sobre la cancha. Marcado el ritmo, el azulgrana, Aito intuyó la trascendencia de Fredrick, sobre el que alternó a Seara, que salió de titular, y a Solozábal. Fredrick llegaba al descanso con 22 puntos en su haber, la mitad del equipo, y hacía pensar que podían repetirse las patéticas escenas de un base negro jugándose en solitario una final. Por contra, el principal desequilibrio apareció en la lucha por el rebote: 20 a 13 en la primera parte y 36 a 28 al final, pese a la acción conjunta de los tres pivots italianos. La clave estaba en Wiltjer, con 16 rebotes, que terminó por destrozar a Costa y Magnifico, expulsados, y dejar desamparado a Tillis.

Fue en la reanudación cuando el Scavolini, ya a remolque, decidió variar el epicentro de su juego. Sacirificó a Fredrick y su individual lucimiento por un refuerzo a la zona del rebote. Fue un cambio táctico que asustó momentáneamente a Aito, que estaba temiendo, su llegada desde el principio. Allí la figura de Greg Wiltjer se agigantó y la coincidencia en la pista de los altos Magnifico, Costa y Tillis, resultó un fracaso por más que recibieron balones o que se multiplicaron para empujar, agarrar, anular o, simplemente, apartar de cualquier forma al canadiense Wiltjer. Lo que se dice un armario no es otra cosa que eso. Un mueble útil, pero grande, espacioso, difícil de mover, a veces poco estético por estático y otras molesto. 'Wiltjer no fue otra cosa que un gran armario. Mantener los tiros de media distancia y superar el hipotético peligro de que el Scavolini alcanzara alguna ventaja fueron acciones en las que trabajaron todos. También un armario sirve para sostener a un equipo.

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