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El gusto por ser duro

La agresividad, una conducta que se alimenta de la frustración y de la necesidad de afirmarse, se ha convertido en un gesto cotidiano

Rambo exhibe el prototipo de hombre duro, un revanchista que colecciona cadáveres. Manhatan Sur (traducción de El año del dragón), muestra veintitantos asesinatos. Tal fiereza cinematográfica no está lejos del mundo real: la agresividad se ha convertido en una herramienta de trabajo, casi un estilo de vida. El recrudecimiento de la superviviencia cotidiana es la excusa que suelen esgrimir los partidarios de que el fin justifica los medios. Es la trivialización de la violencia, la moda de la agresividad.

Los expertos consideran que la agresividad no es un instinto, pero sí un impulso arraigado. "Entre los animales la agresividad es un instinto necesario, pero en el mundo racional se puede controlar; no es una respuesta automática", explica el psiquiatra Pedro Montejo. "Es un tipo de conducta motivada por determinadas causas: la búsqueda de alimento, la necesidad de autodefensa y el deseo de disponer de un espacio vital propio". Además, "el deseo de afirmación personal, la existencia de frustraciones y la necesidad de mantener la jerarquía social fomentan esta conducta", añade Montejo. "La disputa por la jerarquía es una constante que aparece en los grupos primitivos y se mantiene hasta hoy: basta que se reúnan dos personas para que aparezca cierto antagonismo entre ellas"."La agresividad es un valor en alza", reflexiona el sociólogo Jesús Ibáñez. "El episodio final desencadenado por el secuestro del Achille Lauro muestra que el lenguaje político se ha transformado en gestos agresivos"'. Esta tendencia a justificar la agresividad tiene para el psiquiatra Montejo una consecuencia clara: "Está aumentando la tensión social sobre el individuo, a la vez que se desmoronan los controles sociales que desviaban la agresividad hacia otras esferas, aunque quizá eran falsas, como el miedo al castigo o la aceptación de la jerarquización social"'.

Y el psiquiatra prosigue: "El Estado goza del monopolio de la violencia, pero ahora se está juzgando ese uso; nos estamos dando cuenta de que a pesar de que el Estado no es de derecho divino se admite que pega, lo que fomenta una cierta trivialización de la violencia, una conciencia generalizada de que pega todo el mundo. Se ha perdido la idea de que la violencia es un desagradable recurso para casos excepcionales".

Pedro Montejo cree que apenas hay diferencias entre el hombre actual y su antecesor, el pitecántropo. "La lucha por ser el jefe de la manada en cualquier ámbito, sea laboral o afectivo, permanece. La necesidad de afirmarse hace que algunos no puedan ser felices si no humillan a otros. Es una compensación de dominio muy primitiva, una especie de narcisismo que necesitan ejercer para sentirse satisfechos". Agresividad que entre los más refinados puede expresarse de una manera enmascarada, con ropaje suave y actitudes dogmáticas".

La fascinación por la violencia como sistema de vida está cristalizando un nuevo código de conducta. "La gente sublima sus impulsos con películas como Rambo, incluso aunque piense que ésos no son sus modelos; la misma brutalidad que rechaza le excita", admite González-Duro.

"`Por paradójico que resulte, los delincuentes jóvenes, y conste que no los justifico, adoptan en prove cho propio los valores que la sociedad les está Inculcando a través de la política o del cine". La desproporción entre el método empleado -el asesinato o la intimidación- para lograr un objeto de consumo o la sumisión de un semejante poco importa para el transgresor: sólo juzga. los resultados.

"El hombre contemporáneo sigue siendo un cazador que sale a buscar alimento, aunque despliegue una conducta paralela como enseñar matemáticas o vender coches", aflirma Montejo. "La agresividad en sí no es negativa, es una fuerza que se puede emplear para hacer daño o para superarse a uno mismo". Pero algunos especialis tas establecen una relación entre la agresividad y el instinto de des trucción; o sea, la pulsión de muerte freudiana.

Frustración

El psiquiatra Enrique González-Duro, sin embargo, no muestra entusiasmo en asociar el instinto de muerte con la agresividad. Para González-Duro la agresividad es una consecuencia de la frustración. "Lo que sí es radical biológico en el hombre es el deseo de felicidad, la búsqueda de placer. La frustración de este deseo provoca agresividad". Y en otro momento lo matiza aún más: "La agresividad puede nacer de la soledad; y casi siempre del miedo". "Hay que distinguir la agresividad de la violencia", sigue diciendo González-Duro. "Prefiero la agresividad elemental, cotidiana, a la violencia calculada de quien diseña y fabrica bombas y sigue viviendo tranquilo". La agresividad cotidiana tiene, a juicio de Pedro Montejo, la parte sana de expresar frustraciones en el acto, sin acumular odios, pero también destaca otro aspecto: "la falta de respeto como sistema para solucionar los problemas de convivencia". En la relación de pareja, no obstante, suele haber una proporción directa entre agresividad y deseo: "cuanto más profundo es el amor, más fuertes son las frustraciones que puede generar". Pero a veces los límites entre lo cotidiano y lo monstruoso se derrumban, como ocurrió el año pasado en el estado de Heysel, en Bruselas, donde al comienzo del partido de la final de la Copa de Europa de clubes campeones de Liga sobrevino una matanza entre espectadores un hecho que conmovió especialmente por su truculencia.La eliminación idílica de frustraciones no evitaría la agresivildad como posibilidad humana. "Hay personas que necesitan establecer relaciones de dominio o de dogmatismo respecto a los demás", recuerda Montejo. Evitar relaciones desiguales o de sumisión exige, por lo mismo, paradójicamente, una actitud agresiva.

"La ironía es una maraera inteligente de disfrazar la agresividad", señala Pedro Montejo. El teatro ha escenificado en ocasiones juegos verbales de una contundencia brutal: Quién teme a Virginia Woolf o Eva al desnudo son piezas perfectas en cuanto a mordiente. Pero pocos llegan a la perfección de Óscar Wilde en el dominio de la pluma como trilita pura.

González-Duro cree que "hay culturas más libres y más pacíficas que otras. Sin salirnos de Freud, pero tomando a Marcuse, podemos aproximarnos a ese ideal utópico".

La agresividad tiene un componente biológico "en cuanto que hay una capacidad cerebral para poner en marcha los esquemas de la conducta agresiva cuando son estimulados por hormonas o por el simpático", afirma Pedro Montejo. Pero está desfasada la teoría que asociaba determinados tipos biológicos a conductas criminales. "Durante un período prosperó el mito de que los llamados supermachos, que cuentan con un patrimonio genético anormal. -XYY- (mientras que el varón normal tiene los cromosomas XY y la mujer los XX), y mantenían conductas violentas. Hoy se sabe que cualquiera puede ser ladrón o terrorista en una situación propicia o en un ambiente de necesidad física".

La personalidad paranoica está más próxima a la desmesura agresiva "porque cree que el otro está siendo agresivo con él", matiza Montejo, una actitud que puede hacerse extensiva a las personas marginadas por agresivas y que en realidad "están siendo a la vez machacadas por la propia sociedad".

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