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Tribuna
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Parabellum

Manuel Vicent

En Creta, durante el reinado de Minos, había 90 ciudades y ninguna de ellas tenía murallas: tal era la dicha y la fortaleza de esa civilización cuya paz duró mil años. En ella no se construyeron calzadas para los ejércitos ni se levantaron estatuas de héroes, puesto que allí no los hubo. Aquellos seres felices vivieron las sensaciones solares, se adornaban la cabellera con guirnaldas a la hora de hacer el amor y sólo fabricaron vasijas, pequeñas diosas de la fertilidad en barro con el sexo inflamado y frescos azules con delfines. Creta fecundó a Grecia y de su armonía nació el poder espiritual de Europa, pero hoy aquella antigua isla de luz pertenece al espacio mental de la utopía: esa fuerza que aún alimenta el sueño de los poetas y arde en el corazón de los rebeldes.Luego entró Roma en la historia labrando un imperio con las armas y, paradójicamente, su cultura tan robusta tuvo necesidad de erigir castillos con flasos, fórtificaciones, muros y baluartes para sentirse segura. Un tribuno romano lanzó este grito en el foro: "Si quieres la paz, prepara la guerra". Si vis pacem, para bellum. Puede que a algunos esta frase les parezca profunda sólo porque está esculpida en latín. No obstante, se trata de una sandez. La experiencia de los siglos ha demostrado que una lanza crea a su propio enemigo y cualquier clase de armamento ejerce una magnética atracción hacia el combate, hasta tal punto que la mitad de aquel brincipio de la agresiva paz romana -para bellum- ha quedado en una marca de pistola. Los etarras saben algo de eso. Ahora el alma de los europeos se debate todavía entre el signo de César, el de la ardua coraza con el mirto victorioso, y el vestigio de la belleza del rey Minos, coronado de flores, desnudo semidiós de la felicidad campestre. Que cada uno elija su bando: el de la utopía que dora el corazón o el del pragmatismo que calienta el estómago. Entre la.lumbre amorosa y el gran resplandor del heroísmo particularmente: prefiero un delicado vaso cretense, tan frágil como la paz, a un bastión romano de piedra insigne pero tan duro como la guerra. Al final, la última página de la historia siempre la escriben los dulces cobardes.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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