El Cairo bajo toque de queda, un fantasma gigante
Silencio y vacío no cuadran a la ciudad-río de 14 millones de personas
A las diez de la noche, hora local, se escuchan con absoluta nitidez en el centro de El Cairo los ladridos desconsolados de un perro. Extraño si se recuerda que se trata de una ciudad de 14 millones de habitantes que a la luz del sol es un clamor de gritos humanos, frenazos y bocinazos de vehículos y canciones árabes salidas de millares de magnetófonos. Casi simbólico si se piensa que el perro es para la cultura musulmana un animal despreciable. Pero es que El Cairo sufrió hasta ayer toque de queda desde los sangrientos disturbios que a finales de febrero costaron 107 muertos y 719 heridos, según el último balance oficial, y muy pocos estaban autorizados a salir a la calle a la oscurecida.
ENVIADO ESPECIALDurante el día, El Cairo está tomado por chavales de 18 años o poco más que esgrimen una artillería impresionante y de muy variada procedencia en casi todas las esquinas y, por supuesto, ante todo aquello que sea un centro de interés público. Los soldados tienen miradas tímidas o asombradas y se nota que forman parte de un ejército oriental en la multiplicidad de uniformes -puede contarse casi una veintena- y sobre todo en que llevan unos la boina descolocada, otros se quitan el casco cuando el calor aprieta y ninguno parece tener un uniforme de su talla.
Así que la gente pasea entre un bosque de metralletas, lo que no impide que El Cairo siga siendo durante el día lo de siempre: una megalópolis agitada, envuelta en una densa nube de polvo del cercano desierto y humos automovilísticos. Es más, muchos cairotas afirman que los soldados son menos arrogantes y malhumorados que los policías a los que han sustituido en la custodia del orden público, esos policías que en gran número participaron en los recientes motines y que ahora lucen sus negros uniformes sin arma alguna.
Pero al fin y al cabo hay toque de queda, y a partir de las ocho de la noche, hora local, todo el mundo debe: encerrarse en casa hasta las seis de la mañana del día siguiente. El pasado jueves la hora de retirada fue atrasada hasta las diez de la noche, signo de una inminente: retirada de la medida precautoria.
La proximidad del toque de queda se ha hecho carne estos últimos días en la plaza de El Tahrir, corazón de la ciudad, un espacio urbano destartalado de por sí, que desde hace unos años es un puro cráter. Se está construyendo allí un metro cuya inauguración prevén los escépticos ciudadanos egipcios para el día del juicio final.
Pues bien, un par de horas antes del toque de queda, el habitual asalto a los autobuses que desde El Tharir llevan a los barrios cairotas periféricos se convertía en algo así como el desembarco de Normandía. Un periodista catalán vio el pasado miércoles cómo el conductor de uno de esos transportes públicos alcanzaba su plaza ante el volante a través de una ventanilla.
Libertad informativa
A partir del toque de queda, El Cairo quedaba casi despoblado y el número de militares se multiplicaba, o quizá se notaba más. Una ciudad de 14 millones de almas, la más poblada de África, vacía de seres y vehículos es a la luz de sus pobres farolas algo tan desprovisto de sentido como un hospital vacío. La prohibición de circular de noche tuvo desde el primer momento una excepción: la Prensa. Los periodistas de todo el mundo que han caído sobre El Cairo en las dos últimas semanas han sido los únicos autorizados a circular a sus anchas. Ellos y, por supuesto, los soldados y los miembros de los servicios sanitarios e higiénicos.A lo largo de toda esta crisis, el Egipto de Hosni Mubarak ha pretendido y conseguido dar una imagen de transparencia informativa. Tan pronto como desapareció el peligro mortal, los informadores pudieron acceder a la zona de las pirámides, principal escenario del motín de los reclutas que realizaban su servicio militar obligatorio en la policía.
En los últimos días, Oriente empezó a ganarle la partida al toque de queda. En la noche del jueves algunos chavales jugaban al fútbol en una calle muy céntrica, justo entre dos controles de soldados que hacían como de límites del campo y que no podían dejar de apercibirse de la infracción. Eran niños, y con ellos no van esos juegos de mayores que son los disturbios con kalashnikov y los toques de queda que les siguen.
La posible implicación de integristas islámicos en los incidentes de febrero ha sido en las dos últimas semanas el tema favorito de las conversaciones de los extranjeros residentes en el país. Pese a que el Gobierno egipcio la descartó muy pronto, europeos y norteamericanos no dejan de darle vueltas a la idea. Ellos son testigos de la pavorosa crisis económica que vive el principal país del mundo árabe y saben que eso no hace sino alentar un retorno a la más primitiva piedad religiosa. Hasta en dependencias de empresas extranjeras son cada vez más las trabajadoras egipcias que llevan velos, y eso es lo mínimo que puede decirse sobre el asunto.
Sobre todo esto charlaban el otro día Carlos Fernández Longano, Ignacio Rupérez y Paulino Currujedo, embajador y primer y segundo secretarios, respectivamente, de la delegación española en El Cairo. De eso y del hecho de que los apuros económicos egipcios. afectan a España de modo sensible, porque el país árabe debe al europeo varios cientos de millones de dólares.
Los tres compartían la misma inquietud por el futuro egipcio: ¿vendrán los turistas a un país que en pocos meses ha vivido acontecimientos como el secuestro del Achille Lauro y un Boeing de Egypt Air, la matanza de siete visitantes israelíes por un recluta que hacía el servicio militar en la policía, el posterior y discutido suicidio del homicida, un motín que ha derramado mucha sangre y con ciertos ribetes de xenofobia, y, por último, un prolongado toque de queda? Hoy la frase más escuchada en El Cairo puede traducirse como "Egipto tiene la negra".
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