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Victoria Vera ha sido y es reina del carnaval de Madrid, que ha puesto toda esta semana reventona de pancartas políticas, egipcios apócrifos, mujeres/flor y mujeres/verdura, como la propia Vicky, que algo tenía de alcachofa sexual en su carroza de la concejalía. Claro que hay quien dice que recuerda promesas incumplidas de Joaquín Leguina. Este pueblo inquisidor no olvida la denuncia ni cuando va vestido de tortilla francesa. Más de 180.000 personas se vinieron a lo de Don Carnal/Cuaresma, en el tren de cercanías, no sin controversias y reyertas, por el numeramen, hasta la terminal de Atocha, en punto y hora en que la Renfe estudia un nuevo plan que cubrirá las necesidades de las ciudades/dormitorio, que es en las que menos se duerme, porque siempre hay un bebé furioso que llora. Hasta los catalanes de Madrid se han añadido al mogollón. El lunes cumplió años don Antonio Pedrol Rius, ilustre presidente del Consejo Nacional de la Abogacía Española, y quizá por eso no se le ha visto en Chamberí disfrazado con una colcha y una escoba en llamas en la mano. Pero la Banda Sinfónica de Madrid le ha puesto un fondo de viento y nostalgia a los carnavales, mientras los santos de la semana, Santa Apolonia, virgen y mártir, Alejandro Ammonio, Nicéforo, Primo y Donato, diáconos y mártires, y Ansberto, Reinaldo y Sabino, obispos, sobrevolaban el cielo nevadizo del santoral, por sobre las Torres de Jeriftac. Y sigue el sainete cheli de los atracos a farmacias, ahora por Marqués de Zafra. "Felipe nos da Guerra", decía una pancarta carnavalera. Los carnavales son puro hedonismo sólo en las dictaduras y en las democracias que tienen somatizada toda política. En Madrid siguen siendo respondones. Como un alhelí surgido del alba sucia de Solana, la purísima Victoria Vera.
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