Los efectos de la caída del petróleo /y 2
ROBERTO CENTENO
La mayoría de los analistas opina que el efecto combinado de los menores precios y menores cuotas para los países de la OPEP, que exigiría la estabilización del mercado, dará lugar a una reducción de rentas tal, que muchos intentarán buscar un alivio para sus problemas en el incremento de la producción. Otra corriente de opinión advierte, por el contrario, que ya no el peligro, sino el hundimiento real de los precios, puede generar una dinámica interna de autolimitación de producciones, que ahora funcione aunque no lo haya hecho en el pasado.Si los primeros tienen razón, los precios podrían llegar a bajar hasta los 15 dólares/barril, pero no mucho más, ya que a niveles inferiores el petróleo comenzaría a desplazar otras energías en forma significativa. Si la tienen los segundos, los precios se estabilizarían temporalmente alrededor de los 20 dólares/barril, o incluso podrían subir algo si la reducción de cuotas fuera asumida también por el Reino Unido.
Los efectos económicos
Una hipótesis de trabajo razonable sería, pues, la de 20 dólares/barril, con una banda de oscilación del 10% por encima y por debajo de esta cifra, aunque a corto plazo la banda inferior sería la más probable si la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) no acepta, como todo parece indicar, una reduccción de su producción hasta 15,5 millones de barriles diarios.
Una baja importante en los precios del petróleo, a pesar de las visiones apocalípticas de algunos países productores, es una ventaja importante para los consumidores.
Menores precios del petróleo significan menores costes de producción de casi todo y, en consecuencia, una reducción de precios de muchos bienes y servicios. Una menor inflación reduciría los tipos de interés, lo que elevaría la inversión y el consumo y, en consecuencia, el crecimiento económico.
Si la brusca elevación de precios precipitó la recesión, su descenso favorecerá sin duda la expansión, ya que los problemas concretos que la deuda externa puede plantear al sistema financiero internacional, no parece que sean insolubles. Un descenso en los tipos de interés, por ejemplo, puede reducir considerablemente el quebranto sufrido por los países exportadores (véase cuadro 1), si ello no es una tarea posible si la Reserva Federal y otros bancos centrales se lo propusiesen.
Además, los países exportadores pueden beneficiarse de la financiación compensatoria prevista por el Fondo Monetario Internacional (FMI), para el caso de caídas bruscas en los precios de las materias primas.
De una manera global, un descenso del precio del petróleo en un 25% mejoraría las balanzas por cuenta corriente del mundo industrializado en unos 37.000 millones de dólares/año, y en los países menos desarrollados no productores, en unos 13.000 millones. El PIB se incrementaría en un punto, la inflación descendería también un punto, y el comercio crecería 1,5 puntos.
El cuadro 2 muestra el efecto de diferentes precios de crudo sobre algunas magnitudes macroeconómicas en el área de la OCDE, calculados con los modelos econométricos habitualmente empleados por esta organización.
Éstas, sin embargo, son respuestas teóricas de las economías a la variación de un componente importante de coste. La realidad dependerá esencialmente de las políticas económicas que cada país aplique. Durante la crisis, la experiencia demostró que las políticas correctas eran las restrictivas; ahora, tal vez dependa. Países con déficit presupuestarios tradicionalmente bajos, como Japón o la República Federal de Alemania, pueden aprovechar la coyuntura para suavizar sus políticas fiscales, pero en otros, como Francia, Italia o España, con elevados déficit, la reducción de los mismos parece prioritaria y, de suavizar algo, lo más lógico sería hacerlo con la política monetaria, si la inflación lo hiciera posible. En todo caso, la baja de precios es una excelente noticia para los países consumidores.
Y la baja de precios no es la única ventaja. La nueva situación está realzando la importancia del mercado sobre la producción, como ocurría en los años sesenta. Kuwait lo comprendió así desde 1980, e inició (en España sin éxito) una política de adquisición de refinerías y cuotas de mercado por las que hoy canaliza en forma estable el 70% de sus ventas. Otros productores intentan hoy seguir este camino y buscan salidas para su producción participando en refinerías con mercado, lo que puede ser una ventaja adicional para algunos países consumidores.
Impacto sobre España
Supuesto un precio medio de crudo de 20 dólares/barril y un tipo de cambio de 155 pesetas/dólar, el coste del aprovisionamiento petrolero de España equivaldría en términos reales al existente en 1979, un 18% superior todavía al de 1974. Por tanto, la crisis sigue pesando sobre nuestra economía en mayor medida que sobre otras naciones industrializadas, por la sencilla razón de que la peseta vale ahora en dólares poco más de una tercera parte de lo que valía en 1974. Para igualar la situación a la de entonces sería necesario un precio medio del crudo de 17 dólares/barril.
Por otro lado, la política compensatoria con la que se trató de paliar los efectos de la crisis en los primeros años, unida a otra serie de factores extraeconómicos, retrasaron hasta casi 1980 el inicio del ajuste, el cual, realizado en condiciones económicas mucho más adversas que las existentes en 1974, no ha permitido repercutir la totalidad de la crisis, como hicieran los países que con mayor éxito la superaron.
De hecho, y a pesar de los esfuerzos realizados, algunos precios al público se encuentran hoy por debajo en términos reales a los existentes en 1974 (véase gráfico 2). Además, a principios del pasado mes de enero, por ejemplo, el precio de venta de la tonelada compuesta de productos petroliféros era inferior en España al de la media de los países de la Comunidad Europea para el mismo conjunto ponderado de productos, aunque puedan existir desviaciones en algún caso. El situarnos en la media comunitaria no deterioraría la competitividad de nuestro sistema productivo, por lo que la baja del precio de los aprovisionamientos sería una oportunidad para restablecer algunos equilibrios.
En 1985, el petróleo y sus derivados representaban una cifra del orden del 6% del PIB en España. Las importaciones netas ascendieron a 34,3 millones de toneladas de petróleo y productos, más unos 2,4 millones de toneladas equivalentes de gas de natural. Suponiendo una demanda conjunta similar en 1986 y un descenso de cinco dólares/barril (a 20 dólares la reducción sería algo superior), en el precio medio de los aprovisionamientos durante todo el año, el resultado teórico sería un crecimiento del PIB del orden de 1,2 puntos y una mejora directa de unos 1.400 millones de dólares en la balanza por cuenta corriente, a lo que habría que añadir los efectos indirectos como consecuencia de los beneficios experimentados por nuestros principales compradores.
Respecto a la inflación, los efectos calculados sobre la base de un modelo econométrico construido con las tablas input-output de 1979 muestran una reducción del orden 1,3 puntos. Todo ello mejoraría las perspectivas de nuestra economía, ampliando el estrecho margen de acción con que ahora se cuenta.
El medio plazo
A medio plazo (cuatro o cinco años), las circunstancias pueden ser muy diferentes. Los errores cometidos en la realización de las estimaciones energéticas han sido la regla general desde la crisis del petróleo. En un estudio realizado en la universidad de Harvard en 1985 (1), comparando las previsiones realizadas por las grandes empresas multinacionales, analistas de mercado y Gobiernos, a lo largo de los últimos 10 años y lo que luego resultó en la realidad, aparecen conclusiones sorprendentes.
Por no mencionar más que el último, entre 1981 y 1982, hace sólo tres años, la previsión más generalizada para la demanda de crudo OPEP en 1985 era de 27,3 millones de barriles/día, casi el doble de lo que ha sido en realidad.
Las herramientas de análisis de hoy no son mejores que entonces, más bien son peores, pues conocemos menos la realidad de lo que está ocurriendo en el mercado petrolero, que si nunca fue transparente, ahora lo es mucho menos. Por ello, nada nos autoriza a pensar que las previsiones a cuatro años no sean tan equivocadas como lo fueron en el pasado, y algunos analistas opinan qué esta vez los errores serán por defecto, y la demanda será, en realidad, superior a la que aparece en las previsiones oficiales.
Si esto fuera así, un alza de precios importante podría tener lugar a principios de la próxima década, lo que aconseja continuar en el camino de la diversificación y el ahorro, pues, y eso no debemos olvidarlo, España continúa siendo un país energéticamente muy vulnerable.
1. Exposición realizada por Bijan Mossavar-Rahmani, uno de los responsables del estudio, en el INH.
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