Las víctimas del mar
NUESTRAS COSTAS del Norte acumulan estos días un noticiario trágico de muertos en el mar, de barcos partidos, de cadáveres nunca hallados. La temporada de las grandes borrascas es siempre aciaga, y no están exentas de la tragedia costas de otros países de la gran zona batida. Sin embargo, demasiadas veces sucede aquí que, ya sea por el retraso en las tareas de rescate, sea por la falta de coordinación o de medios adecuados, el mar se cobra muchas más víctimas que las atribuibles a la fatalidad. En estos tiempos en los que las comunicaciones a distancia han multiplicado su poder, los helicópteros dan nuevas posibilidades y la construcción de embarcaciones y equipos personales de salvamento han progresado notablemente, parece inaceptable que no se disponga de ellos como irrenunciables auxilios que eviten los accidentes.Como sucede con frecuencia, la legislación abunda, pero la práctica fracasa. Las obligaciones de seguridad que deben cumplir los armadores están estipuladas, pero no se vigila suficientemente su realización. La existencia de chalecos salvavidas, la maniobrabilidad de los botes de salvamento, de los equipos de señales automáticas de radio o de las señales luminosas se encuentra más en las disposiciones que en la realidad. La idea de que son los marineros y pescadores quienes debían forzar ese cumplimiento se empaña cuando se sabe de los miedos laborales actuales -desgraciada prolongación de los antiguos- a los riesgos que puede acarrear una protesta demasiado exigente.
Y si estas deficiencias se registran a bordo, los recursos costeros también están empobrecidos. La red de faros y radiofaros está anticuada y hace años que se aplazan las renovaciones. Las flotillas de naves y de helicópteros de salvamento son exiguas en relación con el número de barcos nacionales y extranjeros que navegan en las proximidades costeras, y los sistemas de recepción de señales de alerta, humanos y mecánicos, no están desarrollados convenientemente. Todas éstas son cuestiones en parte presupuestarias. Pero por ello mismo no es admisible que el reparto de fondos públicos deje huecos en cuestiones donde el ahorro de dinero se paga con despilfarro de vidas.
Seguramente la propia mansedumbre, minifundismo y debilidad sindical entre los trabajadores del mar es causa de que sus muertes y accidentes laborales pesen relativamente menos en la conciencia de la sociedad. Sin embargo, marineros y pescadores que trabajan en unas condiciones muy duras, con largas temporadas, en casos, alejados de casa, y en un régimen laboral seudomilitar, soportan sobre sí unos índices de siniestralidad tan altos o superiores a los de la minería.
En este país tan aficionado a congresos y simposios se impone con urgencia uno dedicado a la seguridad en el mar. Capaz de reunir a las muy diversas autoridades que entienden en el tema con los patronos y armadores y, directamente, con los hombres que sufren el peligro diario. Y, como condición necesaria para que sea fructífero, que no se convierta en un simple teatro de polémicas y descarga de responsabilidades, sino en la elaboración de un verdadero programa que, mediante inversiones necesarias e inspecciones rigurosas, llegue a paliar la extensión de esta tragedia.
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