El mejor alcalde
EL FALLECIMIENTO de Enrique Tierno Galván, que ha luchado valerosamente durante un año contra una enfermedad mortal sin descuidar sus obligaciones como alcalde, ha suscitado una reacción de condolencia y de sentimiento populares, llenos de sinceridad, de hondura y de amplitud. Ya la intervención quirúrgica a la que fue sometido el viejo profesor hace 11 meses había mostrado su enorme popularidad, particularmente entre los vecinos de la capital del Reino, cuyos votos le habían ratificado -en las elecciones municipales de mayo de 1983- como alcalde. Con independencia de su notable biografía intelectual, la muerte de Enrique Tierno constituye una pérdida irreparable para la vida pública española.Las manifestaciones de duelo ante su fallecimiento obligan a preguntarse por las claves de que un hombre culto y complejo, cuyos célebres bandos encerraban la ironía y el distanciamiento de las actitudes escépticas, llegase a conseguir una relación tan directa y personalizada con los sectores populares.
En la estela de una vieja tradición intelectual española, Enrique Tierno no limitó su magisterio a la cátedra de Derecho Político, de la que fue ignominiosamente apartado con su expulsión de la universidad -junto con José Luis Aranguren y Agustín García Calvo- en 1965 por su solidaridad con los estudiantes represaliados por la dictadura. Su interés por difundir enfoques y corrientes insuficientemente conocidos en España (desde la sociología funcional hasta el positivismo lógico y la filosofía analítica, pasando por el marxismo) estuvo al servicio de una vocación pedagógica, no exclusivamente universitaria, sino también volcada a la dimensión pública y política. Desde los años cincuenta en Salamanca, la idea de Europa, asociada con los valores democráticos y con las tradiciones de libertad y tolerancia, fue para Enrique Tierno, a la vez, un proyecto histórico de alto vuelo, una matriz cultural común y una consigna movilizadora para la oposición contra la dictadura franquista. Si su formación humanista y su vocación como escritor le conducían a cultivar el ensayo, la historia de las ideas y la sociología de la cultura, muchos de sus discípulos, que hoy ocupan lugares sobresalientes en la vida española, recibieron de su curiosidad y de su generosidad intelectual el apoyo necesario para emprender nuevas líneas de investigación y de estudio.
Pero la obra maestra de Enrique Tierno fue la construcción a pulso de una figura pública capaz de suscitar fuertes sentimientos de admiración y de simpatía en amplios sectores de la población, independientemente de cualquier filiación ideológica. Hasta su elección -en abril de 1979- como alcalde de Madrid, Enrique Tierno había lanzado, con desigual fortuna, otros proyectos políticos autónomos. Tras su colaboración -desde fuera- con los seguidores del conde de Barcelona enfrentados al franquismo, y después de una malograda convergencia con Dionisio Ridruejo, Enrique Tierno trató sin éxito de renovar desde dentro un anquilosado PSOE, gobernado desde el exilio por Rodolfo Llopis, y creó luego el Partido Socialista Popular, una fracción socialista independiente, con la que compareció a las primeras elecciones democráticas de junio de 1977. Durante las Cortes Constituyentes, el carácter minoritario del PSP y su condición de partido competidor del PSOE mantuvo a Enrique Tierno en un lugar subalterno, pese a lo cual fue el autor del proyecto de texto que hoy figura como preámbulo de la Constitución de 1978. Después, la integración del PSP dentro del PSOE le permitiría ocupar durante algún tiempo la presidencia honoraria del PSOE y le daría la oportunidad de ser elegido por dos veces alcalde de Madrid en las listas socialistas.
Los seis años y medio en que Enrique Tierno ha estado al frente del Ayuntamiento de la capital del Reino no han sido tiempos fáciles y, sin embargo, ha resultado uno de los mejores alcaldes en toda la historia de la ciudad. El incremento del paro, correlacionado con la delincuencia juvenil, ha hecho renacer manifestaciones de pobreza casi olvidadas en las calles madrileñas, también castigadas por una mayor inseguridad ciudadana. Las molestias de la circulación rodada, las carencias no resueltas de los transportes públicos y las periódicas alarmas de la contaminación atmosférica, características de las grandes metrópolis, continúan deteriorando la calidad de la vida de los vecinos de la capital. La popularidad de Enrique Tierno, sin embargo, no se vio en ningún momento afectada por esos problemas, seguramente por el talento del alcalde para explicarlos en función de su contexto y para huir de cualquier forma de triunfalismo. Dentro del Ayuntamiento, el alcalde se vio obligado a enfrentarse con serias crisis internas, en especial la expulsión del PSOE de Alonso Puerta (primer teniente de alcalde), la purga de concejales. comunistas decretada por la dirección del PCE en 1981 y las repercusiones de la secesión de Santiago Carrillo en 1985. Su habilidad política le permitió dar salida a estas situaciones conflictivas, que hubiesen podido hacer estallar en mil pedazos al gobierno municipal.
Enrique Tierno pasará a la historia como el alcalde de Madrid más popular y más querido, gracias a su especial sensibilidad para sintonizar con la opinión ciudadana y por su notable inteligencia para devolver a la vida pública esos elementos indispensable de representación que la política requiere. Pese a los deterioros que la crisis económica ha impuesto, Madrid es, desde 1979, una ciudad más habitable y menos deshumanizada, más acogedora y menos hosca, más alegre y menos centralista, más culta y menos pueblerina. Esa realidad ha sido simbolizada por la figura de Enrique Tierno, con su protección a la movida, su estoicismo benevolente frente a las adversidades y su capacidad para remedar la figura paterna en sus reconvenciones cariñosas a los ciudadanos.
Su muerte deja un vacío difícil de colmar en nuestra vida pública, tan dominada por el mesianismo sin causa, la ausencia de sentido del humor, la rigidez de los gestos, la crispación de las actitudes, la falsa cultura, la ética como consigna y la ambición sin medida. Pero su memoria puede convertirse en ejemplo a imitar.
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