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Romay evitó que el Estudiantes revaluará su liderato

Luis Gómez

Cinco tapones de Romay, en dos minutos de poder absoluto, acabaron con el Estudiantes cuando se avecinaba un final de infarto. El Madrid abusó en esta ocasión de una de sus rentas, que no fueron ni la defensa, ni el poder de Martín, ni el contraataque, ni la actuación de alguno de los norteamericanos, ni la tradicional y cacareada dedicación de sus jugadores hasta el último minuto. El Estudiantes comenzó a perder cuando, dada su ventaja de 10 puntos y el desconcierto madridista, era previsible su victoria. Entonces pudo el peso de la historia porque se trataba de mantener el liderato en el pabellón. Y un sudor frío, acompañado de precipitación, le descompuso por unos minutos. No fue el Madrid, al que luego salvó Romay en los minutos finales con su poder intimidador.Desde el minuto tres hasta el 35 el Estudiantes dominó el marcador. Mantuvo su condición de líder con todas las consecuencias porque líderes modestos suelen ser pasto goloso de un marcador escandaloso en el pabellón, donde suelen acabar con sus delirios. Ése parecía el papel a desempeñar por el equipo estudiantil, si no fuera porque salió sereno, con cabeza, jugando bien y desarticulando a un Madrid que mostró tal gama de imperfecciones que ya es difícil repetirla. Lafuente y Montes, presionando desde arriba al juego de dos bases, consiguieron lo que se proponían: que el Madrid jugara al ritmo del Estudiantes, que no es otro que la acción guerrillera en todo el campo. En un contraataque espectacular, el equipo mostró una falta de respeto a las instituciones vigentes digna de sorpresa. En el descanso vencía por 57-52.

En el Madrid el desconcierto fue absoluto. Biriukov quedó en entredicho ante la presión de Lafuente, Iturriaga no está para nada estos días, Townes ya no es que no tire, sino que falla el lanzamiento aun cuando está solo, y Martín y Robinson se quedaron solos a luchar, porque otra cosa no puede decirse, con Pinone y Rodríguez. Sólo Del Corral está en buena disposición y tardó menos tiempo de lo habitual en sustituir a Townes.

La ventaja de diez puntos llegó en la segunda parte, cuando la agonía madridista era evidente y su impotencia sorprendente. Fue entonces cuando el Estudiantes quiso correr demasiado deprisa para sentenciar el partido y se equivocó. Tiró sin cuento, escondiendo el miedo a la victoria, porque en ese instante iba para ganador. Garrido, el técnico, sacó entonces a Vicente Gil para buscar la luz de la experiencia, aun cuando el Real Madrid había reducido a un punto la diferencia. Le dejaron tomar un respiro y lo aprovechó bien, sobre todo por la eficaz defensa de Townes a Russell, quien se oscureció. En Townes el Madrid ha encontrado a un gran defensor, pero a un miedoso tirador. Mejor será que lo acepten así, de momento, para hacerlo más rentable.

Y, aunque siguió el dominio estudiantil, con ventajas de cinco puntos, la cuenta de personales empezó a ir en su contra, mientras el ataque madridista se aliviaba con los impecables lanzamientos de tiros libres (95% de efectividad y 22 de los 50 puntos conseguidos en el segundo período). A falta de cinco minutos el empate se mantenía.

Y, al final, con el equipo local viviendo del gota a gota de los tiros libres, llegó la intimidación de Romay bajo los tableros. Empeñado el Estudiantes en juga rmás cerca de la canasta, se encontró con el largo manotazo de Romay, guardameta del aro que paraba a taponazos todo balón que volaba por el aire. Lo hizo en cinco ocasiones consecutivas para frustrar el final de infarto. Pero el Estudiantes, transformado en líder, se mantuvo más que dignamente: buscó la victoria, que no es poco.

¿Y la Demencia? Inmejorable. Derrotó en toda regla a la obtusa afición madridista. Dominó todos los rincones del pabellón, desde su pequeño habitáculo, con sus cánticos y consignas. La afición contraria no tuvo otra salida que la imitación. Y la Demencria, trasplantada de madridista, resultó ridícula. ¿No sería mejor que el Madrid, para su sección de baloncesto, fichara a la Demencia? El principal problema, aparte de otros de tipo estructiral, sería que ésta, por su idiosincrasia, sólo aceptaría rupias, dinhares, maravedíes o quién sabe si doblones de oro.

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