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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El 'no' de Kennedy

EL SENADOR Edward Kennedy acaba de anunciar su decisión de no presentarse a las elecciones presidenciales de 1988. Se trata indiscutiblemente de una de las personalidades del Partido Demócrata que goza de mayor prestigio y cuyas posiciones progresistas suelen despertar un gran eco en los foros internacionales. Su reciente viaje a Suráfrica para apoyar la lucha de la población negra contra el régimen odioso del apartheid ha sido un ejemplo de una actividad política intensa que con frecuencia desborda las fronteras de EE UU. Por eso, esa renuncia, sobre todo en una fecha tan prematura, ha causado cierta sorpresa, aunque se corresponda con la forma de obrar del senador Kennedy. Recordemos que en 1980, dio la batalla por la candidatura a la presidencia y fue derrotado en la convención del Partido Demócrata por Jimmy Carter. Más tarde, ya en 1982, anunció que no sería candidato en 1984, y se mantuvo fiel a ese anuncio, a pesar de presiones de diversos círculos que veían en él un candidato mejor que Mondale o Hart. Y ahora, con una antelación de casi tres años, declara que no se presentará en la futura campaña presidencial.Aunque otros factores, incluso de orden privado, han podido pesar, es difícil no situar la decisión de Kennedy en un marco más general, ligado a los cambios profundos que está sufriendo la estructura social y electoral de EE UU. El Partido Demócrata ha sido tradicionalmente mayoritario. De hecho, el número de norteamericanos registrados como demócratas es muy superior (casi en un 50%) al de ciudadanos que se registran como republicanos. En el Congreso, el Partido Demócrata tiene una mayoría holgada: cuenta con las tres cuartas partes de los gobernadores. Esta ventaja como partido, que los demócratas han tenido sobre todo desde la etapa de Franklin Roosevelt, ha sido compensada -e incluso vencida- por los éxitos de determinados candidatos republicanos a la presidencia, como Nixon y, últimamente, Reagan. La victoria de éste en 1984 ha tenido rasgos de una marea arrolladora; no sólo ha sembrado una desmoralización seria en las filas demócratas, sino que ha, puesto sobre la mesa una cuestión de fondo: ¿puede el Partido Demócrata recuperar la mayoría para la presidencia con su plataforma histórica, reeditando la "gran coalición" del new deal, movilizando los sectores sociales que tradicionalmente le han dado la victoria entre los trabajadores industriales, las minorías étnicas y religiosas, el progresismo de las grandes ciudades de la costa oriental? La campaña de 1988 puede ser para el Partido Demócrata una prueba muy importante para mostrar hasta qué punto el reaganismo es un fenómeno relativamente pasajero, directamente ligado a la persona de Ronald Reagan (que ya no podrá presentarse en esa elección), o una corriente histórica de mayor arraigo.

En ese marco, la explicación que Kennedy ha dado de su decisión es bastante significativa: ha dicho que considera más importante el papel que puede desempeñar como senador, defendiendo las causas que considera esenciales, que no como candidato a la presidencia. Tal argumento refleja cierto fondo pesimista: compara al senador y al candidato, pero no pone en liza el papel -sin duda decisivo en EE UU- que podría asumir el presidente. Diversos síntomas dan la sensación de que el Partido Demócrata no ha logrado por ahora salir de la crisis causada por las proporciones del triunfo de Ronald Reagan en su reelección de 1984. Es obvio que el Partido Republicano tiene problemas internos graves. En el propio equipo de la Casa Blanca han surgido discrepancias públicas, y la falta de claridad en las orientaciones de la Administración en diversos terrenos, en particular en las grandes opciones internacionales, es obvia; pero lo cierto es que el Partido Demócrata, lejos de presentarse como una alternativa eficaz y cohesionada, aparece aún afectado por el impacto de 1984.

En cualquier caso, no es probable que el Partido Demócrata pueda levantar cabeza simplemente seleccionando un candidato con carisma. El problema tiene más fondo la propia evolución estructural de la sociedad en EE UU está erosionando, en lo económico y en lo cultural, algunas de sus raíces. El peso de la parte oriental del país, lo mismo que el de las grandes concentraciones industriales, disminuye. Los problemas étnicos revisten nuevas características. El Partido Demócrata necesita conectar con los lectores socialmente más dinámicos. La tradición del new deal, por valiosa que sea, no es ya suficiente. Si Kennedy ha querido, con su renuncia, facilitar sobre todo el surgimiento de nuevas figuras, menos ligadas al pasado y más preparadas a asumir los cambios que el Partido Demócrata necesita, quizá su cálculo sea acertado.

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