_
_
_
_
Tribuna:LECTURAS DE AÑO NUEVO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Polvo mortal

Por fin llegó mi prueba de fuego, así que no podía fallar. De repente, como un mal presagio, me acordé de la frase: quien juega con fuego se quema. A continuación le dediqué mentalmente un exabrupto a la madre del autor de la frasecita de marras, muy fugaz, eso sí, ya que, en realidad, mi atención debía centrarla en conseguir mi golpe de suerte. Estaba a un paso de conseguirlo, así que no podía fallar.De una tacada me iba a agenciar el bingo y la línea: Sara y la cocaína. El bingo era la coca, claro, polvo de primera, un montón de pasta que me haría la vida más agradable. ¡Joder!, uno no es idiota; con la calderilla en la mano no hay cuerpo de mujer que se resista. Vamos, ni la Sara. Vaya chasis el suyo, con esas tetas redondas como manzanas y unos labios que me vuelven majara. Por ellos, por sus labios, estoy aquí.

-Nene, es fácil, lo has hecho otras veces. Unas bolsitas más, el saco entero, y somos ricos. Anda, capullín...

Fue sensacional, eso de capullín me lo dijo de una forma increíble.

-Sí, lo he hecho otras veces, pero es peligroso...

-Quien algo quiere algo, le cuesta -me dijo, apartándose de mí y dándome a entender que era ella, su cuerpo, lo que valía un peine.

Y aquí estoy, tumbado bajo el asiento de la cabina del conductor de una furgoneta, al amparo de la oscuridad de los restantes camiones del almacén de cárnicas, esperando con paciencia estudiada el turno de ronda de uno de los vigilantes de guardia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

En la empresa estaban cabreados; por tres veces les había metido mano en saco ajeno. Estaban moscas, cambiaban de sitio la mercancía y la sustracción seguía. Sabían que era alguien que trabajaba en el almacén, pero no se imaginaban que era yo. Ahora los vigilantes cuidaban del trapicheo.

"Imposible, jefe, el Nene no puede ser. Es muy cortito, ya me entiende, como muy gilipollas", le había oído decir al encargado. Este mamón se iba a enterar maflana quién era el Nene. Ya me gustaría verle la cara cuando pasen los días y no me vea entrar por la puerta. Lo que es mi espalda no descarga una cabra más. Me llevo el saco entero. Pero, ¡ejo!, Nene, que la guardia pretoriana está al acecho. Tranquilo, me animo, es cuestión de tiempo.

El vigilante escudriñaba todas las dependencias de la nave escrupulosamente, pipa en mano, mientras sus compañeros se ocupaban en registrar otros departamentos y ratificar la serenidad en el exterior del almacén. Despachos, lavabos, armarios roperos de los empleados, la sala de despiece -toca madera, Nene-, las cabinas de los vehículos e incluso las cámaras de congelación eran revisadas con minuciosidad profesional. Estos gordas hacen su trabajo con un ansia digna de encomio. Cuando pienso lo contentos que se pondrían en caso de pescarme, un escalofrío me atraviesa la espina dorsal. De verdad que me dan pena, olfatean por cuatro perras. Soy la leche, jugándome la salud y me pongo tierno..

Desde mi improvisada cama oigo las puertas de los camiones cerrarse con estrépito. Oigo también los pasos del vigilante que se acerca, pesadas piernas que llegan hasta mi escondite. Abre la puerta delantera, echa un vistazo, oliendo como un perro de caza, y da un portazo que a duras penas puede soportar mi delicado tímpano. No es muy fino el tío. Todo esto ha sucedido en cinco segundos. Miro el reloj: son las 22.30. Dosífico una exhalación de aire prolongado. Para qué negarlo, llevo un giñe encima que no me aclaro. Y todo por esa boquita de piñón, con sus manzanitas correspondientes, claro. Sonrío. Mientras espero que llegue la hora me recreo con la figura de Sara. La pobre debe estar sufriendo como una Magdalena, aguardándome fuera, dispuesta para la gran escapada cuando yo salga. Y con el saco entero. Nada de unas bolsitas, se acabó la miseria. Ambición, Nene -me digo-, que aquí el que no corre vuela. Pues eso.

Me caen gotas como melones. Entre el hueco del asiento, estrecho, y la tensión que me atenaza tengo la piel con humedad relativa. Con algunas dificultades, lógicas por otra parte, me paso el pañuelo por la cara y el cuello. Pero estoy contento, todo va saliendo a la perfección. Lo de Sara es cerebro puro: ella pone la cabeza y yo expongo la salud. Lo importante, digo yo, es conjuntarlo, sincronizar el motor ideal. Bueno, arranco. Coraje, Nene. Me dispongo a salir. Primero saco una pierna, la derecha, hay que empezar con buen pie; luego la otra, seguido de medio cuerpo de cintura para arriba. Desalojo de debajo del -asiento el trozo de carne que falta y miro porla ventana de la furgoneta. De nuevo oigo pasos, pero no veo nada. Los otros camiones me tapan la visión. Alguien llama a la puerta del almacén. Insiste.

-¡Ya va, coño! -dice una voz desde el fondo del almacén.

Con rapidez vuelvo a mi posición anterior y me quedo quieto como un fiambre. Deben ser los vigílantes de fuera, un par de pollos de los que no me acordaba.

-Sin novedad -dice uno de los que entra.

-¿Lo habéis mirado bien?

-Hemos dado la vuelta dos veces. ¿Y aquí dentro qué?

-Todo en orden.

-Vamos a echar un trago.

-Nada de prive. El jefe no quiere que bebamos.

-Sólo un traguito, Daniel; corre un fresquito...

-Hasta dentro de una hora no hacemos ronda -apoya la moción eltercero.

-Vamos a la oficina -concluye el capo.

Se van. Asomo la cabeza por la ventana y les veo marchar. Uno de ellos empina el codo con una petaca que se ha sacado de la americana y después la pasa al compañero. Son tres fulanos como tres torres. Tres bestias husmeando el premio. Tengo las manos sudadas. Si es que soy un negado, un polloso de cojón de mico; sólo a mí se me ocurre mangar coca por entregas. Ni que fuera un serial. Mi Sara ya me lo decía: "O tiras del saco o no salimos de la miseria". Si le hubiera hecho caso a la primera ahora estaríamos en Brasil, metiéndonos mejunje del serio entre pecho y espalda.

No te dejes llevar por la fantasía, Nene -me aviso- Estás aquí, algo nervioso, de acuerdo, pero con la tómbola a unos metros. Temple, mucho temple y a mandar de la situación; eso lo primero, antes de ir directo al saco, no sea cosa que, a causa del giñe, hagas la chapuza del año.

Salgo de la furgoneta de puntillas, estilo Nureyev, y junto la puerta con extrema precaución. Miro el reloj: dispongo de una hora para realizar el saqueo. Con lentitud me dirijo a la cámara de refrigeración. Llego con el tiempo calculado. Antes de darle a la manivela que abre la puerta me cercioro del silencio existente: ni una mosca, y los gordas, enjaulados, en la parte de atrás del almacén, donde las oficinas. Sin prisas, pero con mano de ángel, le doy una vuelta completa a la manivela, que emite un chirrido inoportuno. Que raro, esta mañana le di una manita de aceite. Se abre.

Corderos en canal están alineados por filas en perfecto orden. Uno a uno los voy inspeccionando en su interior, frías entrañas que guardan el polvo mágico. Me recorro todas las hileras. Nada que expropiar. Estos mangantes se han ido con su polvo a otra parte. A pensar, Nene, pero de prisa, que el clima aprieta: el termómetro de la cámara marca cuatro grados sobre cero. Me quedan 45 minutos. Ojeo los corderos con cierta ira. ¿Dónde habrán escondido la cocaína? Si han puesto vigilantes es que la tienen aquí. En la oficina no puede estar, entra y sale demasiada gente. Además las bolsitas no caben en los archivadores, y menos aún

en los libros de contabilidad, con eso del IVA. En los camiones tampoco; se pasan el día por la carretera, y no creo que se expongan a que alguno de los conductores se dé cuenta del transporte y acelere en dirección a Marruecos. ¡Y dale con el fresquito! Me salgo sin poder evitar la sensación de un jolgorio general por parte de la manada.

En el pasillo me da un ataque de lucidez: la cámara de congelación. Se han pasado la tarde metiendo barriles en la cámara. Recóndito sitio, sí señor; pero el riego sanguíneo me funciona, bombea que es un gusto. Con un par de zancadas me planto delante de la manivela correspondiente. Vuelta entera y se abre la gran puerta metálica. Sin chirrido. Ahora que me acuerdo, la manita de aceite se la di a ésta. Previo al paso entrante observo con atención que el pasillo y la salida continúan despejados. Todo a punto.

Extrañamente, la temperatura de la cámara es otoñal. Nada que objetar al clima, exceptuando un ligero tufo de mal ambiente. La habitación está llena de barriles de madera. Con la mano golpeo un tonel de arriba abajo y compruebo que el sonido de la parte inferior es diferente, más acústico. Le levanto la tapa, y aparecen ante mí tripas y vísceras de animales neolíticos, el efluvio de los cuales agrede mi nariz. Intento apartar la cabeza, pero llego tarde. Vomito hasta los primeros turrones dentro del barril Me lloran los o os, y la repulsión que siento ancla en mi páncreas, que parece moverse. ¡Dios, cómo huele esto! Y qué mal aspecto tiene. No me gusta. Noto de nuevo síntomas de vómito, un pequeño mareo que me desconcierta. Me enfado. Le pego una patada al tonel, que cae esparciendo el contenido por el suelo. Con el paladar amargo vacío el recipiente de tripas y vísceras que aún le quedan y mis uñas rascan lo que parece otra tapa. No tengo ni un asomo de duda: se trata de un doble fondo. Al parecer, la empresa ha descubierto agua en el Mediterráneo: barriles con estante oculto. En el de ab2do esconden la cocaína, arriba vísceras en mal estado, y despistan de esta forma a los chuchos de la bofía. Se han cubierto de gloria; este truco está más sobado que el manto de la Virgen del Pilar. Vete a saber si no intentaban desorientarme a mí. ¡Pandilla de mediocres! Meto la pierna dentro del barril y descargo la fuerza de mi peso contra la tapa del secreto. Cruje como una granada verde, las fisuras dejan ver pequeñas bolsas de color blanco. Todo un espectáculo en cinemascope. Levanto la cabeza y paseo la mirada por toda la cámara. Hay por lo menos 50 toneles, pero sólo dispongo de un saco de plástico, que despliego, y lanzo bolsitas dentro como si le echara claveles. Me dan ganas de cantar. ¡Qué gozada! Género de calidad, sin adulterar, fino como una brisa veraniega. Bueno, Nene, hay que celebrar el descubrimiento. Raya al canto, y esnifo. Vaselina para el cerebro, vitamina seria para seguir funcionando. Concluido y a por otro barril. El segundova repleto de hígados de cerdos con problemas de cirrosis. Esto parece la carta de un restaurante de cafres. Menos mal que no soy vegetariano; de lo contrario no hubiera puesto la mano ni con guantes de aluminio. Repito la misma operación: patada al tonel, suave, y bolsitas al saco, que va adquiriendo un color inmaculado. Aquí hay para cargar un TIR, pero yo ya tengo suficiente con las tres cuartas partes del saco. Miro el reloj: la peña de gorilas no tardará en iniciar la ronda de paseo. Recurro al tópico: que la ambición no me rompa mi plástico. Lo sopeso. Me largo.

Apago las luces y, con esmero, cierro las puertas de las dos cámaras. Despego presto hacia la salida con la impresión de que soy Papá Noel. Es, en definitiva, un gran regalo que se tiene que agradecer. Dejo un momento la mercancía en tierra, me giro de cara al pasillo y, con un elocuente gesto de despedida, cruzo los brazos y envío a los gorilas una media butifarra. Se acabó la carga y descarga de cabras lisiadas. A vivir. Como voy bien arropado apenas noto la humedad de la calle. Echo a correr, sin desespero, pero avivando el paso. Sara me espera en la esquina con el motor encendido. Subo al coche jadeando, sudoroso y fatigado, pero con el polvo a cuestas.

-Sa... Sara, traigo el saco.

-¿Entero?

-No... no, tres cuartos.

-¡Imbécil! Te dije entero. No tienes ambición. Nunca llegarás a ninguna parte. Eres un mierioso.

-Mujer...

Quise explicárselo, pero no me dio tiempo. Su mano derecha me hundió una navaja en el estómago, al tiempo que me tiró del coche como quien tira una colilla. Desde el suelo la vi alejarse; con ella se iba también mi coca y mis manzanitas. Lo más lamentable del hecho es que el mamonazo del encargado tenía razón. Nene, eres un gilipollas -me dije-, mientras con las manos sujetaba el mango de la navaja. Era de nácar.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_