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VISTO / OÍDO

La noche de los muertos vivos

Vicente Molina Foix

Los personajes surgen en blanco y negro y su mirada evoca los abismos más hondos; aparecen de noche, con voces engoladas o melifluas y colmillos no siempre ensangrentados, pero aun así despiertan bastante miedo. Suelen vestir el uniforme de la milicia o el faldón recamado de los mejores siglos del pasado, y no pocos de ellos esgrimen una cruz contra el enemigo, aun cuando somos nosotros quienes desearíamos ahuyentar su influjo vampírico con la tradicional ristra de ajos y el crucifijo.El pasado lunes, el programa semanal La noche del cine español dio un paso de gigante en su cada vez más firme camino de conversión en el espacio favorito de los aficionados al terror. Pocas veces se brinda en nuestra televisión esparcimiento del género gótico, pero afortunadamente ahí está Méndez Leite, armado de paciencia y picos, para abrir ataúdes, desenterrar cadáveres, recomponer los cuerpos más agusanados y traer a la vida lo que estaba matado y bien matado.

La noche del cine español lleva emitiéndose mucho tiempo, y lo que queda. En este mismo periódico y en otros le han llovido palos de un calibre que yo no comparto; en principio, parece razonable y de justicia que, en medio del vasto número de programación cinematográfica en televisión, se recupere sistemáticamente y se vea el cine español más arcano que merezca salir del olvido. Se vea; no que se estudie como si de una asignatura cateada se tratase, que el telespectador ha de aprobar cum laude en sucesivas convocatorias. Eliminadas felizmente en esta segunda fase del programa las prolijas introducciones sociopolíticas de la primera, sigue habiendo en la línea de Méndez Leite un vicio de raíz que amenaza, a mi juicio, con desvirtuar sus buenas intenciones. Porque al lado de películas de indudable interés artístico, que debería ser el factor esencial de selección, se nos ofrece con frecuencia bodrios de un más que dudoso interés especial.

Contraste de pareceres

La noche del cine español tiene en su haber, por ejemplo, la difusión de una joya desconocida de nuestro cine, Vida en sombras, y hace dos semanas, precedida de una interesante charla con los responsables de la Filmoteca Nacional, se emitió la película recientemente recuperada de Luis Marquina El bailarín y el trabajador, un musical republicano de indudable calidad rítmica, por encima de sus características de cinta de inspiración frente populista y antiburguesa.No sé si por aquello del contraste de pareceres, Méndez Leite programó el lunes Ronda española, una exaltación también musical del espíritu de los antiguos Coros y Danzas, y que no sólo es una película bobalicona y de nulo interés, sino uno de los documentos de propaganda fascista más repulsivos que produjo la cinematografía controlada del primer franquismo. Por muchas disculpas sociológicas y apelaciones a la historia que se quieran hacer, películas como Ronda española no tienen sentido en la programación, a no ser, claro está, que se incluyesen en el espacio porno de la madrugada del viernes. Esa España en la que "no hay vencidos", según le dice en una escena la chica de la Sección Femenina al chico, tuvo su gran momento, pero habiéndose ya emitido en este programa sobradas muestras de la mojigatería y el servilismo político del cine franquista, reincidir con engendros como el del lunes tiene el riesgo de espantar al espectador. Y hay otros riesgos que dan más miedo.

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