Eduardo Posada,
director de la prisión de mujeres del departamento de Antioquia (Colombia), estableció un curioso sistema carcelario. Los días laborables, seleccionaba a las reclusas que más le agradaban y, secundado por varios vigilantes, entraba en sus celdas y bailaba con ellas hasta el amanecer. Los sábados, presas y carceleros salían a tomar unas copas y no regresaban a la prisión hasta el domingo por la noche. A la vuelta de una de esas juergas, se encontraron con que habían sido descubiertos. Nelly Tavera, una presa menos agraciada, había delatado al director y a las alegres reclusas.
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