Peregrinos
Digámoslo ya. La misión de Europalia no es que miles de higiénicos y sonrosados matrimonios del Benelux adopten la posición boquiabierta ante los beatos iluminados, los capiteles de la edad oscura, las joyas de la corona y otros fulgores en piedra, roble o pergamino del camino de Santiago. Eso está bien, y no sobra un poco de propaganda turística de raza cultural. El verdadero éxito de Europalia es que ha logrado que nuestros intelectuales, en compacta masa romera, recorran el camino de Santiago, pero en sentido inverso.Están criticando demasiado las multitudinarias peregrinaciones culturales a Bélgica por cuenta del Estado. Craso error óptico. El indiscutible éxito de las cegadoras vitrinas de Europalia no consiste en atraer y seducir a las muchedumbres europeas que veranean en Benidorm con reliquias, botafumeiros y aguafuerte, sino en haber conseguido que nuestros intelectuales, por fin, se asomen al exterior para que se restablezcan las muy necesarias comparaciones odiosas. Porque lo cierto es que desde el trombo del general interrumpimos bruscamente las sucripciones a las revistas europeas, cancelamos los viajes regulares al extranjero, cortamos los lazos umbilicales con las culturas de fuera y nos dedicamos intensamente, en asfixiada posición fetal, a proclamar con orgulloso timbre de campanario nuestras grandezas municipales, comarcales, regionales y autonómicas. Y eso ensancha el patriotismo, pero disminuye en la misma proporción geométrica los horizontes culturales.
Habría que arrancar a los cerebros españoles de su dulce enclaustramiento autonómico y ponerlos a peregrinar y a comparar. Ahí está el gran truco de Europialia: atraer hacia el exterior al sedentario intelectual con el señuelo de visitar esos viejos esplendores patrios que tantas veces visitó en el interior, y soltarlo unas horas por el ancho mundo cuando cierran los museos belgas. Necesitaban nuestros intelectuales un poco de movimiento después de tantos años de agudo quietismo originado por la movida. Y si el Estado subvencionó el encierro posmoderno, que ahora pague la estampida cosmopolita.
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