Accidentes: realidad y sentimiento
Los accidentes mortales de la minería española, que en 1985 han alcanzado un triste récord, están siendo objeto de análisis y críticas por parte de sindicatos, Administración y empresas. Hace unos días, José Ángel Fernández Villa, secretario general del SOMA-UGT, vertía sus opiniones en estas mismas páginas. Poco después era Avelino García, secretario general del sindicato minero de CC OO de Asturias, quien se incorporaba a la polémica, acusando al Gobierno y a UGT de haber cometido un trágico error aceptando la contratación temporal en las minas españolas. En esta ocasión, el autor aporta su experiencia en los accidentes mineros y asegura que no pueden achacarse las muertes a un deterioro de los sistemas de seguridad.
Los resultados mortales que han producido, casi en' cadena, una serie de recientes accidentes mineros en Asturias han preocupado gravemente a los trabajadores de las cuencas mineras y a la opinión pública española en general.La pregunta que se deriva de esta preocupación es obvia. ¿Qué está ocurriendo en la minería asturiana para que, de repente, se produzca una racha de esta naturaleza? ¿Ha cambiado tan sustancialmente la minería para que ese cambio explique la diferencia considerable que existe entre las 16 muertes por accidente laboral que se produjeron en 1984 y las 30 que se llevan padecidas a estas alturas del año 1985?
Desde mí experiencia profesional, enriquecida por mi relación con la Asociación de Salvamento Minero, me parece obligado aportar algunas reflexiones personales a la consideración de ese terrible número de muertes. Como se sabe, los equipos de rescate están sostenidos por todas las empresas mineras asturianas y no sólo por Hunosa, aunque esta empresa realiza la mayor aportación.
Mi interpretación parte en primer lugar de la peligrosidad característica del trabajo minero y del valor por encima de cualquier medida que tiene cada vida humana perdida. Son demasiados los mineros que la Asociación de Salvamento Minero ha ayudado a extraer sin vida para que mi propia valoración personal no se encuentre inevitablemente impregnada de una solidaridad profunda con todos los trabajadores de la mina,
En ninguna actividad industrial es humanamente posible eliminar por completo el riesgo. Ello es especialmente cierto en la minería, y sobre todo en la asturiana, cuya 'dificultad técnica objetiva es conocida: capas muy inclinadas, gran variabilidad de las condiciones de arranque, irregularidades geológicas continuas, etcétera.
Resulta claro que cuando se produce un accidente importante, el número de muertes que origina es por completo fruto de un azar que no puede ser previsto. Por eso resulta imposible prever estadísticamente cuántas van a ser las víctimas mortales y cuántas las simplemente lesionadas, ni la gravedad de las lesiones producidas. No es lo mismo un desprendimiento en un día de fiesta que durante el turno de arranque. Son también numerosísimos los casos que conozco en los que la muerte o la supervivencia del hombre que sufre un accidente minero viene determinada decisivamente por situaciones y reacciones de los afectados, que se deciden en décimas de segundo y que significan, sencillamente, evitar ser atrapado por el accidente, o no; dicho de otro modo, que significan pasar o no la frontera que separa la vida de la muerte.
Es por esta razón por la que estoy convencido de que el número de muertes que se ha producido cada año es, a pesar de la brutalidad de la cifra, el índice más representativo para evaluar el nivel que alcanza la seguridad minera. Este número es cruelmente escandaloso en cualquier caso, pero no es por sí sólo expresivo de los niveles de seguridad alcanzados ni de las variaciones de dichos niveles.
Resultados distintos
Un solo accidente podría producir un número considerable de muertes, haciendo creer en un grave deterioro de la seguridad, mientras que numerosos accidentes podrían aparecer falsamente inocente al no haber provocado muertes. En sólo 15 días de septiembre se han producido en Asturias tres accidentes graves, con siete víctimas mortales. ¿Han empeorado tanto las condiciones de seguridad en esos 15 días en relación con el resto del año como para que ese empeoramiento explique este resultado? Es evidente que no.Me parece más acertado relacionar el grado de seguridad de la minería con el número de accidentes graves (con víctimas mortales o no) que se producen en un período de tiempo representativo. La frecuencia anual de estos accidentes tiene para la minería asturiana, y en especial para las empresas más grandes, una clara tendencia a la baja. No puede afirmarse, por tanto, sin más análisis y sólo en función de la cifra de muertos, que en 1985 se haya deteriorado gravemente la seguridad minera.
Si se examinan en los distintos años las cifras que suman los accidentes graves más los que producen resultados de muerte, la tendencia de esa serie para Hunosa y las empresas medias no indica en 1985 un empeoramiento de la situación de seguridad en la minería. Los resultados son más alarmantes en las empresas pequeñas.
La edad media de los mineros, su experiencia y las condiciones de trabajo no han variado significativamente entre 1984 y 1985. Tampoco han sido peores en estos 15 días negros de septiembre. Ellas no pueden ser la causa del brutal incremento de las víctimas mortales. Ni siquiera en valor absoluto pueden explicar las causas de los accidentes de Hunosa, por utilizar datos que me son más próximos, donde la edad media de los fallecidos ha sido de 40 años y su experiencia profesional estaba avalada por una antigüedad media de 15 años en la empresa.
Nunca nadie deberá estar satisfecho de los esfuerzos que se hacen para mejorar la seguridad. Pero debemos saber leer en los datos la verdadera situación. Y esta evolución, para las principales empresas asturianas señala una tendencia a la mejora de la seguridad. La evolución muestra también que en las empresas pequeñas sí ha sonado un timbre de alarma que debe ser oído por todos.
En resumen, sin reducir ni un ápice la preocupación que todos los vinculados a la minería experimentamos, yo desearía haber transmitido con estas consideraciones un mensaje de racionalidad y de esperanza en la evaluación de una situación cuya gravedad nadie niega. El aumento accidental de los resultados mortales no puede continuar indefinidamente.
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