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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

VISTO / OÍDO Narciso en vanguardia

Vicente Molina Foix

Si una noche de otoño un viandante llega a casa, enchufa el receptor y ve a Mayra Gómez fraternizar con punks, bien podría pensar que esta Kemp, aunque no lo parezca, es familia de Lindsay; o que el propio mimo inglés, en un golpe de mano, ha suplantado con su troupe a la tribu de las Hurtado. Y es que el viernes, el Un, dos, tres abrió sus puertas a los modernos, y bajo el lema Lo que hoy mola, exploró los recovecos más tenebrosos de la vanguardia.Fue un gesto de arrojo de Ibáñez Serrador. El decano de la tele visión, nuestro bien exportable más conspicuo, si se distingue por algo -y lo tengo por un programa muy distinguido- es por su condición atávica, por su retaguardismo militante, que tantos dividendos y videntes le reporta. Meter en ese mar de la tranquilidad televisiva las corrientes más turbias de lo actual requería no sólo valor, sino un pulso firme. La instantánea le salió a Narciso movida. La primera parte no ofreció sobresaltos. Las preguntas a las tres parejas concursantes, aunque llenas de alusiones al vanguardismo, no exigían a esos sufridos seres estar al día en música minimalista ni en pintura alemana neoexpresionista. Había que estar impuesto en lo de siempre: nombres de ríos, capitales de Estado, electrodomésticos. Tampoco se advertía en las parejas atuendos estrambóticos ni otros rasgos post. El primer indicio de cambio semántico lo llevaron los pantalones rabiosamente ceñidos de las Birlettes, mascota del grupo Objetivo Birmania. A partir de ahí, todo era posible. Crestas aureoladas, muñequeras, narices traspasadas, la pintura salvaje de Patricia Gadea y sus amigos, los hombres maquillados del conjunto La Bella Bestia, los vestidos imponibles de Agatha Ruiz de la Prada, el mare mágnum inaprehensible del futuro.

Pero allí estaba Mayra. Todo lo recibía con sonrisas esta gran dama y para todos mostraba comprensión, hasta para el grupo de punks, que reclamaron emotivamente desde esa tribuna una oportunidad, un lugar propio para su marginalidad desaseada. El público asistía complacido al despliegue de artefactos y rarezas. Pero las aguas volvieron a su cauce. Los hermanos de Marbella, jóvenes pero no posmodernos, ganaron su automóvil, y hasta un apartamento en una provincia poco sospechosa de vanguardismo.

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