Hipocresías palestinas
Los hechos de violencia producidos a lo largo de las últimas semanas en torno al conflicto de Oriente Próximo han dado lugar en la escena política internacional, y en particular ante la opinión pública española, a varios brillantes ejercicios de hipocresía, que corren el peligro de pasar inadvertidos a más de un ciudadano saturado de información, con grave perjuicio para el currículo de sus ilustres autores.El primer premio corresponde, sin duda, a la OLP y a su líder, Yasir Arafat. Parece cuando menos extraño que una organización que se considera en guerra con el Estado de Israel, que no ha reconocido jamás el derecho de éste a existir y que propugna la destrucción de la entidad sionista a través de la lucha
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armada trate de ampararse en la soberanía del Estado tunecino para salvaguardar de los ataques del enemigo -lógicos en una situacíón de guerra- su cuartel general, su estado mayor, su centro neurálgico de operaciones. Y resulta risible ver a Yasir Arafat -el incansable cuanto precavido guerrero, que no abandonó el uniforme militar y la pistola al cinto ni siquiera para hablar ante la Asamblea General de las Naciones Unidas- denunciar escandalizado ante la Prensa que la incursión aérea israelí sobre Túnez tenía por objeto asesinarle.
¿Es que alguien imagina al comandante en jefe de un ejército en plena beligerancia acusando al bando adversario de querer acabar con él? ¿O acaso cree el señor Arafat que la guerra de la que es paladín sólo ha de afectar a los granjeros de Galilea y a los escolares de Hebrón?
¿Y para qué hablar de los rotundos desmentidos de la OLP a cualquier implicación en el secuestro del Achille Lauro, desmentidos las evidencias derivadas del fin del episodio?
Es una táctica ya clásica de la central palestina la de reivindicar cualquier acción violenta ocurrida en territorio bajo control, israelí, a veces incluso si se ha tratado de una explosión de gas o de una riña vecinal; en cambio, cuando el es cenario o las víctimas del acto terrorista son europeos -recuérdense los sucesos de Múnich en 1972, los atentados contra sinagogas en París, Copenhague o Roma, los asesinatos de diplomáticos...-, siempre aparece para asumir la responsabilidad una tama oportunamente desgajada del principal tronco guerrillero, un grupúsculo disidente o una misteriosa Yihad, con lo cual la respetabilidad e inocencia de Arafat y los suyos ante la opinión y los Gobiernos occidentales quedan aparentemente incólumes.
Se trata de un doble juego tan burdo que sorprende la facilidad con que numerosos medios de comunicación caen en él.
Hay, de todos modos, otras hipocresías aún más denunciables, por lo cercanas a nosotros. La del Gobierno español, por ejemplo, tan enérgico y severo a la hora de tomar represalias contra el Frente Polisario y de expulsar a sus representantes para que no pudieran utilizar este país como tribuna propagandística -aun cuando los saharauis tienen algunos motivos históricos para considerar a España parte implicada y responsable en el origen de su problema-, ese Gobierno tan raudo en la condena del ataque del Tsahal a la playa tunecina, tan diligente en advertir que lo ocurrido. demoraría aún más el establecimiento de relaciones con Israel, pero silencioso ante el secuestro de tres ciudadanos españoles a bordo del transatlántico italiano, mudo ante la muerte de un pasajero norteamericano por el simple delito de ser judío, cruzado de brazos ante la reiterada evidencia -dos marineros israelíes atrozmente asesinados en un piso barcelonés hace pocos días- de que grupos palestinos utilizan nuestro territorio como escenario de operaciones sangrientas, intolerables para cualquier Estado de derecho.- Joan. B. Culla
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