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"Amarás al siglo XXI"

En el último curso de estudios cristianos celebrado por mis viejos amigos de la Pro civitate christiana de Asís se han dicho cosas interesantísimas sobre el problema de la ética y de la mortal. Allí se han contrastado opiniones verdaderamente ecuménicas: cristianos de todas las confesiones, agnósticos, filósofos y sociólogos independientes.Uno de estos últimos, Lombardi Satriani, ha hecho unas precisiones que considero de una enorme actualidad. A la pregunta de sí la función última de la moral es la de ocultar la muerte responde categóricamente que no. Para él, la función última de la moral es hacer aceptable lo que humanamente no sería aceptable, o sea, la muerte, dándole sentido. La perspectiva ética no puede ocultar la muerte. La muerte la ocultan el hedonismo contemporáneo o, con su grosería, lo que en el ámbito político en estos últimos años se ha llamado decisionismo o arrogancia del poder. La muerte la oculta esa ansia frenética de extraversión colectiva que lleva a la ideología de la diversión, del uso de los otros como medio y nunca como fin, la búsqueda exasperada del placer individualmente, la negación del amor.

Todo esto oculta o intenta ocutar la muerte, ya que la muerte, precisamente porque es la verdad del hombre, vuelve a emerger dramáticamente de todos modos. Una propuesta ética no puede esconder la muerte; lo que puede es darle sentido. Heidegger elaboró todo su sistema en clave de "ser-para-la-muerte". Pero en realidad la ética significa estar contra la muerte. Estar contra la muerte de cualquier otro hombre y, por tanto, también de sí mismo. Esto lo ha dicho un pensador marxista italiano recientemente desaparecido, Mario Rossi, en su libro Fundamentos de una ética humanista, cuando subrayaba este comprometerse completamente para estar contra la muerte de

cualquier otro hombre. En este sentido, la ética no sólo oculta nuestro último destino, sino que intenta descubrir la instancia de verdad que en él está presente, pues de otra manera tendría que ser vivido o como condena metafísica o como algo a lo que no podemos rebelarnos, sino que debemos soportar en la angustia y en el dolor. Si a la muerte no se le atribuye un sentido que retorne sobre la vida y que haga posible la vida, es una experiencia intolerable. El sociólogo italiano piensa que la única posibilidad de no quedar aplastados por la muerte es contrastarla en nombre de la vida: no de la vida individual, sino de la vida del nosotros. Tender a una comunidad del nosotros significa hacer que, a pesar de la muerte, la vida sea. Y esto ya en esta tierra, sin dejarlo siempre todo para el más allá como caja de compensación.Lombardi Satriani no entra en la validez de las opiniones que cada uno tiene sobre el más allá, porque esto -según él- entra en la esfera inviolable de la conciencia. Lo que a él le preocupa es el efecto social de un mecanismo que demora continuamente los premios y los castigos y, por tanto, induce a veces a no comprometerse en nuestra vida con el pretexto de que de todos modos "el mundo es precario".

Esta crítica a cierto tipo de éticas, de cuño cristiano, que todo lo resuelven con una referencia a un más allá metafísico, es absolutamete correcta. Lo que nos toca hacer a los cristianos es bucear en nuestra propia tradición y en lo más entrañable de nuestro patrimonio para descubrir hasta qué punto esta "ética de la dilación metafísica o escatológica" es auténticamente cristiana o no. Para ello basta partir del primer punto de la inspiración ética del cristianismo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". El prójimo es el que está cerca, el que vive a nuestro lado. No se excluye con esto al lejano, sino que se establecen unas prioridades, ya que si la proximidad local es un impedimento para la comunicación y para el amor, es inútil seguir aconsejando una ética de amor al lejano, que a lo mejor podría ser un álibi para excusarse de la obligación prioritaria.

Ahora bien, este amor al próximo, al cercano no es simplemente sincrónico; es también, y sobre todo, diacrónico. Los cristianos de hoy no pueden refugiarse en sus cenáculos esperando el santo advenimiento. Tienen que amar a sus prójimos -a sus próximos inmediatamente futuros. Ello exige un compromiso. total con las actuales estructuras: sociales, ecológicas, éticas, religiosas.

Y es que hoy, en las postrimerías de este siglo, la ética -y yo diría también la mística- cristiana se traduce en esta relectura del viejo mandamiento bíblico: "Amarás al siglo XXI".

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