Crimen y muerte de un subcomisario
Justino Gonzalo asesinó y robó a su amigo el joyero Domingo Martínez y se suicidó en el Ebro
Un equipo de buceadores de la Guardia Civil, desplazado a mediodía del pasado miércoles a la localidad riojana de San Vicente de la Sonsierra, extrajo trabajosamente del fondo de las turbias aguas del río Ebro el cadáver de un hombre. Se trataba de un hombre especial: Justino Gonzalo Ruiz, de 45 años, subcomisario de policía de la comisaría de Logroño. Horas antes, Justino Gonzalo había confesado ante sus compañeros que él mismo, el pasado 20 de julio, con una pistola de nueve milímetros dio muerte a su amigo el representante de joyería y viajante Domingo Martínez Andrés, de 43 años, al que sustrajo un muestrario de joyas valorado en unos 40 millones de pesetas.
El cadáver de Martínez Andrés apareció entonces con la cabeza destrozada en el interior del portamaletas de un automóvil prestado, que fue estacionado en la plaza de Zumaquera de Vitoria. Un reguero de sangre que partía del vehículo puso en guardia a la policía vitoriana, que halló al viajante muerto, en posición fetal, con la cabeza cubierta con una bolsa de basura.La policía y los jueces comenzaron a investigar aquel homicidio. Las indagaciones avanzaban despacio. Para explicar aquel crimen se barajaba el móvil del robo de las joyas. Martínez Andrés no era el primer joyero asesinado por razones similares. Sin embargo, algo dio un sesgo nuevo a las investigaciones policiales.
Un hombre reservado
Gonzalo Ruiz había nacido en la localidad logroñesa de Ábalos, muy próxima a la de San Vicente de la Sonsierra, en donde su cadáver fue extraído del Ebro. Siguió estudios en el Instituto Gonzalo Sagasta de Logroño, donde conoció a Domingo Martínez. Al terminar el bachillerato comenzó a prepararse para ingresar en la policía.En Madrid, asistió en misión policial a algunos cursos universitarios, y en el año 1968 fue destinado al País Vasco. Pidió el traslado y se afincó en la capital riojana, donde se caso con Lidia Navaridas. Tuvieron tres hijos. Tras muchos años de servicio, alcanzó el grado de subcomisario. En una ocasión se desplazó a Teruel para reforzar la escolta del Rey.
Sus amigos lo describen como un hombre reservado, serio y voluntarioso. De complexión atlética, no muy aficionado a los deportes, era un hombre sedentario. Ganó un campeonato de mus. Una pancreatitis lo llevó a dejar radicalmente el alcohol. Preocupado por el futuro económico de sus hijos, según cuentan sus amigos, decidió simultanear su trabajo en comisaría con el de agente de seguros en la multinacional Commercial Union. Montó una oficina, cuya titularidad dió a su esposa.
Domingo Martínez Andrés no quiso continuar estudiando. Se hizo chapista y se especializó en la reparación de automóviles. Montó un taller de vehículos y se casó con una joven logroñesa, que murió de parto y le dejó una hija, Mari Carmen, que hoy cuenta 13 años. Cerró el taller, vendió seguros y se dedicó luego a la joyería, como viajante. Volvió a casarse, en esta ocasión con Aurora Sáenz Ulecia, una mujer bella que hoy tiene 30 años.
Sus frecuentes viajes llevaron a Domingo Martínez a interesarse en proveer para su esposa Aurora una ocupación fuera de casa, con la que pudiera combatir el ocio. Habló con sus amigos del ramo del seguro y Aurora comenzó a trabajar como secretaria en la compañía UAP-DAP, que compartía locales y personal con Commercial Union.
En agosto de 1984 la oficina de seguros del subcomisario se independizó de UAP y quedó instalada en una entreplanta del edificio Torre Blanca, en el centro comercial de Logroño. La cartera aseguradora de la oficina frisaba los seis millones de pesetas.
Aurora llegó a ser cotitular de la oficina con Lidia Navaridas, la esposa de Justino. Entre Domingo y Justino Gonzalo fue creciendo una amistad sólida, que compartían sus esposas. Salían juntos con alguna frecuencia, tenían amigos comunes.
Los caracteres del policía y el viajante joyero, tan distintos, se complementaban. La extraversión de Domingo Martínez se ajustaba al talante reservado de Justino Gonzalo. Se apreciaban.
Todo comenzó a variar abruptamente el pasado 20 de julio. Aurora Sáenz, que sabía que su marido Domingo había viajado a Calahorra, se inquietó porque no regresaba. Denunció en comisaría el retraso. Pocas horas después recibió noticia del asesinato y del robo de las joyas.
Aurora se veía confortada por Justino Gonzalo y por su mujer Lidia, que intentaban darle ánimos ante tal trance. Justino, empero, varió su carácter. Estaba algo más serio que de costumbre, un punto seco. Huraño.
Una llamada precipitada
Las hipótesis sobre el descubrimiento del asesino son muchas. La másplausible es la siguiente: una persona influyente en Vitoria mantenía contacto telefónico con Aurora, a quien alentaba e infundía esperanzas en el esclarecimiento del asesinato de Domingo. Una mañana esta persona telefoneó a la oficina de seguros donde Aurora Sáenz y Justino Gonzalo trabajaban. En ausencia de Aurora, fue Justino quien recibió el aviso, destinado a su compañera, en el que se le comunicaba que se estaba a punto de descubrir al asesino.Presumiblemente, Justino Gonzalo telefoneó de modo precipitado a Vitoria y se interesó de forma rotunda y súbita por el curso de las investigaciones sobre el asesinato del joyero. El subcomisarío Gonzalo Ruiz no tenía por qué conocer el mensaje privado enviado a la oficina de seguros donde Aurora Sáenz trabajaba, a no ser que él mismo trabajara allí.
Las averiguaciones posteriores destaparon la incompatibilidad total que prohíbe a un policía del rango de Justino Gonzalo dedicarse a actividades aseguradoras. Su amistad y proximidad a Domingo Martínez abrocharon el círculo de sospechas en su torno. El subcomisario, el día en que desapareció el joyero, anunció a la esposa de éste, Aurora Sáenz, que había estado ausente para someterse a un chequeo.
Cuando el cerco se estrechaba más y más, Justino Gonzalo fue interrogado en la comisaría donde estaba destinado desde hacía 17 años. Ante sus compañeros, se confesó autor del asesinato y del robo.
¿Pudo ser el amor -o los celos- el detonante del asesinato? "No. Rotundamente no. Pondría la mano en el fuego. Conocía a Justino, a su esposa Lidia, a Domingo y a Aurora Sáenz desde hace años. Y ese tipo de afecto singular, cuando existe, se percibe síquiera en un detalle mínimo. Se trata de matrimonios normales, preocupados por los hijos, con problemas y satisfacciones similares a las de cualquiera", dice Ignacio Escauriaza, compañero de todos ellos.
"Tampoco creo que Gonzalo, hubiera recomendado a Domingo suscribir un seguro de vida alto, con el fin de matarle y que lo cobrara luego su viuda. Domingo tenía sólo una póliza de vida de tres millones de pesetas", añade Escauriaza "y eso no es dinero hoy para aventuras."
Una parte del botín, cuatro maletas con varias mantillas repletas de anillos, sortijas, pendientes y collares de oro, según confesó el subcomisario, se hallaba escondida en un paraje del puerto de La Herrera, en la sierra de Toloño, a unos 25 kilómetros de Logroño.
Ocho funcionarios de la policía, de Pamplona, Vitoria y Logroño, le acompañaron al alto de La Herrera. Por deferencia, Justino Gonzalo iba sin esposar. De pronto, intentó zafarse de sus compañeros y se acercó a un talud. Fue neutralizado. Allí mismo se halló una parte del muestrario de las joyas, calibrado entre el 85% y el 90% de lo robado, cuyo volumen total, tasado hoy en Madrid, puede alcanzar 40 millones de pesetas.
La otra parte del botín, según dijo Justíno Gonzalo, se hallaba en un paraje próximo al Ebro, muy cerca del castillo de Davalillos, donde el río hace un recodo y se adentra en una zona de remolinos de unos tres metros de profundidad y unos 40 metros de anchura. Allí se desplazó el grupo de policías. Ya en las proximidades, Justino Gonzalo escapó hacia el río y penetró apresuradamente en las aguas. Sus compañeros de la policía aseguran que sí sabía nadar.
Un comisario pamplonica se lanzó tras él. Mientras se hundía en las aguas, rechazó con arañazos la mano del comisario. Al poco, desapareció en el río.
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