América, América
Sin partir del Estado, más aún, en contra, aparentemente, del Estado, surge ahora, de nuevo, la expresión revolución conservadora. Primero, en América; en seguida, en Europa. Alemania, vencida y dividida, y Francia, devaluada y nostálgica, han dejado de ser centros ideológicos emisores y se han reconvertido en receptores o en exégetas dóciles: en cierto modo, el fin del eurocentrismo. Estados Unidos toma la vanguardia intelectual y política y, naturalmente, económica y militar-nuclear: Nueva York / Washington sustituyen a Berlín / París.Al New Deal, intento de modernización y reajuste, se le atacará como envejecido y trasnochado: ni realista, ni pragmático; Vietnam será una leyenda lejana, que, más que asumir, hay que olvidar: casi que no ha sucedido; la protesta estudiantil californiana, que se generalizó, un idealismo naïf, al margen de la verdadera América, emprendedora, creyente y ejecutiva: W. Reich y H. Marcuse, unos exiliados excéntricos, ideólogos de la esquizofrenia y de la contestación; los valores religiosos se utilizan para cruzadas milenaristas; la permisividad se diaboliza: hay ya interpretaciones de castigos. divinos (SIDA); resurge un nacionalismo activo, un patriotismo chovinista y -un intervencionismo externo militante; los sindicatos se desmoralizan y pierden agresividad reivindicativa: no es que tuvieran mucha base ideológica contestataria -a diferencia de los europeos-, pero, al menos, eran tradicionalmente una apoyatura sólida para los liberales americanos. Y los intelectuales, en fin, que se hacen conversos, comienzan a descubrir la vieja teoría de la revolución conservadora, que confusamente había intuido Burham, y la exponen con novedad agresiva y planetaria, como ideología del super-Estado, encubierta de mínimo-Estado: Irving Kristol, Michael Novak, George Gilder, Norman Podhoretz. Kissinger establecerá, desde las ideas de la seguridad y de los intereses nacionales, una nueva Santa Alianza metternichtiana. G. Sorman, reencarnándose en un Tocqueville desideologizado del siglo XX, dirá que el socialismo, para los americanos, "no será otra cosa que una nostalgia de la comunidad medieval... Capitalismo = democracia = prosperidad = modernidad". Por el contrario, "socialismo = probreza = dominación = arcaísmo". El nuevo mesianismo de la modernización se quiere exportar como la nueva salvación consumista del mundo. Europa, en definitiva, con sus ideologías críticas y pacifistas, con sus intervencionismos económicos moderados y sus reservas sobre la militarización nuclear, no quiere salir del arcaísmo medieval. ¡Pobres europeos: no quieren niponizarse!
Raúl Morodo es catedrático de Derecho Constitucional de la universidad Complutense de Madrid y miembro del Centro Democrático y Social
05 horas por TVE-1. El serpiente se emite hoy a las 22.30 por TVE-1. Ciudadano Kane se emite mañana a las 22.30 por TVE-2
Una ironía histórica
Esta revolución conservadora americana, como lo fue en su día la alemana, lleva también una paradoja y una contradicción. Mucho antes de arraigar esté fenómeno, un teólogo americano y filósofo lúcido, Nieburh, hablaba ya de la constante irónica de la historia americana: un pueblo aislacionista, en la tradición de los padres fundadores, que emprende guerras y aventuras expansionistas. Y la gran contradicción e ironía se mantiene en su actual concepción del Estado mínimo: ¿como se explica la defensa teórica de este nuevo tipo de Estado en el contexto real y práctico de una concepción -económica, militar y política- de super-Estado?
La desigualdad natural
Evidentemente, los neoconservadores americanos -a diferencia de los alemanes de los años treinta- no hablan de poderes totales, sino de libertad; no elaboran una doctrina del Estado-total, sino de un Estado-mínimo; pero sí coinciden en la desigualdad natural, en la marginación valorativa de la solidaridad, y, en contra de los presu puestos básicos de la democracia americana, se reinicia la teoría de los enemigos interiores. El lenguaje adquiere, así, nueva mixtificación: la libertad exige seguridad total, y la libertad interna no excluye la aceptación de la no-libertad externa. La nacionalización de la seguridad remite, inexorablemente, a la militarización del pensamiento y de la acción. El Estado-mínimo es, pues, aparente: el super-Estado globalizado se puede imponer, como paradoja y como necesidad, en la concepción de los teóricos de la revolución conservadora americana. Es cierto que, hasta ahora, la sociedad política americana ha sabido resolver las contradicciones inherentes a toda democracia, y confiemos en que lo siga haciendo. Pero, sin duda, el peligro de que la ideología de la revolución conser vadora se asiente o institucionalice como ideología dominante de super-Estado es un riesgo real. ¿Qué Podría quedar de la libertad en un futuro en donde el super-Estado -y los Estados satélites- puede utilizar controles totales, a través de la informática, de las nuevas tecnologías, de los imponentes efectivos militar-nucleares, de los fuertes corporativismos sectoriales, de la autonomía de los servicios de inteligencia?
Democracia radical
El mimetismo europeo -y España no se escapa a esta-tendencia- no se hace esperar. No sólo, naturalmente, en la derecha, sino que la propia izquierda acusa, de alguna forma, esta influencia de nuestro marco referencial imperial. La evolución del socialismo, no ya nórdico, bien instalado, o alemán, sino mediterráneo, evidencia una actitud excesivamente defensiva cautelosa y confiada. La ideología, incluso en sectores progresistas, se transforma en simple estrategia de mantenimiento de su statu quo, sin pensar demasiado que esto ha sido un resultado de un largo proceso histórico conflictivo. La izquierda, intelectual y política, se repliega, y la derecha, social y económica, avanza. Empieza, en este sentido, a no causar sorpresa hoy -como no la había en los años treinta- cuando la derecha se define como progresista o cuando a la izquierda, que nunca como ahora es más respetuosa con los poderes tradicionales, se le acusa, paradójicamente, como totalitaria o autoritaria.
Reconstruir la racionalidad
Frente a la bondad/ maldad del Estado, planteado en términos absolutos, y que derechas e izquierdas han asumido en un determina do momento, es necesario oponer un Estado, ni mínimo ni máximo, sino racionalizador y participativo, que, en nuestra mejor tradición europea -progresista y socialis ta-, configure libertad e igualdad. No basta sólo con destruir resignadamente los hechos, son necesarias respuestas adecuadas. Ya Ortega intuyó que las revoluciones conservadoras se produjeron por la indefensión del Estado liberal y su falta de alternativas (El espectador, VI). Ahora, en los años ochenta, es cierto, no hay, en el contexto eu ropeo, un peligro de fascismo, pero sí un deslizamiento, por parte de la derecha, hacia fórmulas que profundizan la desigualdad; y por parte de la izquierda, una ausencia de imaginación. Se impone, pues, una revisión y un replanteamiento de lo que deba ser una democracia avanzada en el marco de una sociedad desarrollada. Tres filósofos del Estado inteligentes, Claus Offe y Norbert Lechner, y, entre nosotros, Elías Díaz, insisten, desde perspectivas aproximativas, en algo fundamental como punto de partida: que restablecer la difícil y conflictiva democracia actual sólo es posible desde una reconstrucción, cotidiana y crítica, de la racionalidad.
En definitiva, frente a las revoluciones conservadoras, encubiertas o explícitas, construyamos una alternativa de Estado adecuado a nuestra realidad europea: un modelo que, sin ser dogmático, sea radicalmente democrático y progresista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.