Clamoroso triunfo de Sánchez Cubero
La novillada de ayer fue todo un acontecimiento. El público vibró con las faenas de los toreros y cuando abandonaba la plaza llevaba reafirmada su afición hasta la médula. Muchos salían pegando pases. "¿Usté sha percatao de cómo torea al natural el hermano de Yiyo?". "¿Que si m'he percatao? Torea asín". Y el aficionado dibujaba el natural, como los había dado unos minutos antes Sánchez Cubero, el hermano mayor de Yiyo, que obtuvo un triunfo clamoroso.También triunfó Carmelo, en otra línea, tan legítima como la del arte, que es la del valor. Carmelo tuvo un primer novillo que era un dije, una golosina de la mejor casta de la ganadería de bravo, y le hizo una faena completa, de las que abarcan el natural, el derechazo, los de pecho ligados, el temple, todo eso. Pero arte, lo que se dice arte, no abarcaba. Para que Carmelo pudiera dar la medida de su enorme valentía hubo de llegar la emoción del cuarto, que también desarrollaba nobleza, pero exigía impecable conocimiento de los terrenos y las distancias.
Plaza de Las Ventas
22 de septiembre.Cinco novillos de La Guadamilla, con trapío, casta y nobleza; segundo, sobrero de González San Román, manejable. Carmelo: estocada caída y descabello (petición y dos vueltas); tres pinchazos, bajonazo -aviso- y cinco descabellos (ovación y salida al tercio; herido, pasó a la enfermería). Sánchez Cubero: bajonazo (ovación y salida al tercio); metisaca y estocada caída (dos orejas y clamorosa vuelta al ruedo); salió a hombros por la puerta grande. Rafael Gago: dos pinchazos y media muy baja (silencio); pinchazo y estocada corta tendida desprendida (silencio). Carmelo fue asistido en la enfermería de puntazos en un labio y un muslo y contusiones, de pronóstico reservado.
Carmelo aún no tiene suficiente oficio para resolver estas complicaciones, o hizo olvido de ellas para salir a la arena arrollador, y arrebatar las orejas que en su anterior toro le había negado la presidencia. Resultó cogido dos veces y en ambas quien primero llegaba al quite era Juan Cubero, otro hermano de Yiyo en la plaza, que iba en la cuadrilla del joven diestro malogrado y ahora está en la del triunfador de ayer.
La segunda de las cogidas que sufrió Carmelo fue impresionante. Durante unos segundos su cuerpo, boca abajo, bamboleaba prendido en el pitón, que tenía alcanzado el muslo. La serenidad del torero rompió el ambiente de terror que había producido en el público la cogida, y sin mirarse siquiera, sin darle importancia al percance, volvió a ceñir la casta agresiva del novillo en muletazos temerarios. Lo mal que mató no desmereció la importancia de su faena valerosa, y sólo después de recibir desde el tercio la gran ovación con que le premió el público, se retiró a la enfermería.
La plaza estaba impresionada y enardecida con la actuación de Carmelo cuando, en el novillo siguiente, se abrió de capa Sánchez Cubero. Sánchez Cubero había sido recibido con cariño, por el recuerdo de su hermano -que avivó Carmelo cuando brindó su segundo novillo al padre de los toreros-, y llegó a parecer que su actuación no pasaría de ser testimonial, unánimemente aceptada por la solidaridad de los aficionados. Nadie le iba a exigir más.
Sin embargo, Sánchez Cubero desveló su arte en el toreo a la verónica, que ejecutó bajando las manos y adormeciendo con temple la embestida; en un quite por chicuelinas, imprimiendo cadencia al lance, y en la faena a su primer novillo, que poseyó detalles de calidad, principalmente en el toreo con la izquierda. Se adivinaba que allí había torero, con estilo propio y conocimiento del oficio, pero la certeza de que lo hay llegó en la faena al quinto.
No faena sino faenón fue aquello. La inició de rodillas y salió achuchado. Siguió con redondos, de factura impecable. Y cuando se echó la muleta a la izquierda, abría una efemérides en la historia de la plaza. Porque Sánchez Cubero interpretó el toreo al natural como apenas se ha visto en está temporada y en muchas atrás. Lo interpretó con la hondura y el arte que reclamarían las tauromaquias más exigentes, y aún ponía un punto de genialidad cuando retardaba la codiciosa embestida al encelarla en el señuelo escarlata, que convertía en apenas un aleteo sutil. Al ligar el de pecho, de nuevo suspendía el tiempo prendiendo en una instantánea mágica la cabezada del toro y la vaciaba luego marcando el viaje suavemente hacia el hombro contrario.
Se emborrachó de torear. Se emborrachó demasiado de torear, y ya los nuevos redondos y naturales, todos extraordinarios, eran echar azúcar a la miel. El final de la faena, hecho de ayudados, trincherillas y un afarolado pura improvisación, remontó la torería máxima que la había presidido, y el público, entusiasmado y en pie, prorrumpió en gritos de "¡torero!". Las dos orejas, ganadas a ley, fueron para Sánchez Cubero. Dio una vuelta al ruedo clamorosa. Su padre, que ocupaba el burladero de apoderados, y su hermano Juan, apenas podían contener las lágrimas, y un trémolo de emoción invadía al gentío, sorprendido testigo de cómo la vida -esa noche- intentaba recompensar con gloria lo que había escupido con tragedia.
Entre esos dos monstruos de ayer, Rafael Gago, un torerillo frágil, apenas se hacía notar, y no pudo con la casta del tercero, ni le sacó partido a la nobleza del sexto. La gente estaba con el valor de Carmelo y el arte de Sánchez Cubero. Si la empresa de Las Ventas fuera empresa, ya los habría anunciado, mano a mano, para el jueves próximo. La gente lo pedía ayer, entre natural y natural, c'Alcalá arriba.
Babelia
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